“Incluso allí donde las multitudes fueran claramente dirigidas y subalternas, los que ejercían el dominio nunca dejaban de mirarlas sin ansiedad. Siempre podían ir más allá de lo permitido”
Edward Palmer Thompson
En el año 1987 Eric Hobsbawm y Terence Ranger reflexionaban, en su famoso libro, sobre la “invención de la tradición”. A la luz de esta obra se puede repensar la propia historia nacional y, en este caso, el proceso revolucionario abierto a partir de mayo de 1810 en el Río de la Plata. Si bien el conocimiento histórico sobre el mismo ha avanzado y tomado caminos diversos durante más de un siglo, es bastante común que ante la pregunta “¿qué ocurrió el 9 de julio de 1816?” la respuesta sea “la independencia de la Argentina” o, también, una suerte de afirmación vaga sobre las Provincias Unidas del Río de la Plata, que deja entrever la poca claridad que suele haber en torno a la efeméride.
Proceso revolucionario y soberanía
La crisis de dominación abierta en Europa a partir del encarcelamiento del rey Fernando VII en 1808 ponía sobre la mesa, a lo largo y ancho del Imperio español, la formación de Juntas de gobierno en las ciudades del Virreinato que asumían el poder en nombre del monarca, apelando a la doctrina de la retroversión de la soberanía. Esta afirmaba que, ante la ausencia del rey, la soberanía volvía al pueblo.
Con la formación de la Primera Junta de gobierno en la ciudad de Buenos Aires, el 25 de mayo de 1810, se daría inicio a la Revolución de mayo. La misma, afirman los historiadores Raúl Fradkin y Juan Carlos Garavaglia, “era la expresión de la movilización que había vivido la ciudad” desde las invasiones inglesas de 1806 y 1807. Pero a partir de este momento la prioridad de la Junta va a ser hacerse obedecer por el resto de las ciudades y pueblos del Virreinato.
Como toda revolución, la de Mayo se vio obligada a defenderse de los intentos de derrotarla por parte de las fuerzas contrarrevolucionarias. Lejos de pensar esta tensión como un enfrentamiento con el colonialismo español, se debe leer como un conflicto entre americanos. Algunos de estos buscaban modificar o eliminar un orden estructural que no los beneficiaba, mientras que sectores de españoles o americanos que se veían beneficiados por el sistema colonial van a luchar por su supervivencia.
Los bastiones realistas que más dolores de cabeza le generaron a la Junta porteña estaban ubicados en el actual norte argentino, por la cercanía al Alto Perú -base de operaciones de las fuerzas contrarrevolucionarias- y en Montevideo. El gobernador de esta ciudad, Javier de Elío, fue designado en 1810 como Virrey del Río de la Plata, alineando así a la ciudad con el poder español. Sin embargo, Buenos Aires contaría con un aliado clave en su lucha contra las fuerzas realistas en la Banda Oriental.
En el año 1811, un capitán de Blandengues llamado José Gervasio Artigas se puso a la cabeza de los movimientos rebeldes campesinos y organizó un ejército que se puso al servicio porteño. En paralelo, las fuerzas porteñas luchaban por mantener bajo su hegemonía a las ciudades del interior del Virreinato: Córdoba, Salta o Asunción fueron lugares a los cuales los ejércitos revolucionarios fueron enviados para imponer la voluntad de la Junta. Sin embargo, la vuelta al poder de Fernando VII en el año 1812 y la sanción de la Constitución de Cádiz ese mismo año llevó al bloque revolucionario a tener que decidir qué hacer: si volver a estar bajo dominio español o, en cambio, declarar la independencia.
Para esto, el Triunvirato -órgano porteño de gobierno de la revolución a partir de 1811- convocó a una Asamblea con el objetivo de dictar una Constitución y declarar la independencia de las Provincias Unidas. Cada ciudad debía mandar diputados electos por voto popular que juraron por la “nación” -ya no por su lugar de origen-, aunque no se sabía de qué nación se estaba hablando. Si bien esta no cumplió con sus objetivos, decretó una serie de medidas radicales, tales como la abolición de la servidumbre, la libertad de vientres para hijos e hijas de esclavas y organizó el poder de forma centralizada: un Directorio con sede en Buenos Aires. Y es aquí donde se produce la tensión entre el nuevo gobierno y Artigas.
Algunos sectores de la Asamblea reclamaban un gobierno centralizado, mientras que otros planteaban la necesidad de organizarse en un sistema confederal de provincias soberanas. Artigas afirmaba que se iba a sumar a la Asamblea, pero bajo la condición de enviar un mayor número de representantes de la Banda Oriental y exigiendo una organización confederal, conservando la autonomía de la Banda Oriental frente a Buenos Aires. Las relaciones se hicieron pedazos y el caudillo organizó la “Liga de los Pueblos Libres”.
Ascenso y caída
En su Historia de la Argentina. Biografía de un país, el historiador Ezequiel Adamovsky afirma que la misma consistía en un “apoyo regional que llegó a incluir a la Banda Oriental, Entre Ríos, Corrientes, Misiones, Santa Fe y por un breve tiempo, a Córdoba”. Sin embargo, la tensión con Buenos Aires llevó a un enfrentamiento abierto. A la par, el Directorio tomaba políticas que tendían a centralizar el poder en manos porteñas. Como resultado, en el resto de las provincias el autonomismo crecía más y más.
Afirman Fradkin y Garavaglia que “la impronta popular del artiguismo era marcada: si bien algunos hacendados lo acompañaban, los sectores subalternos del campo y la ciudad (indios, artesanos, campesinos) eran la base de su poder”. Las clases “decentes” temblaban frente a la amenaza del desborde popular, temor acicateado por el devenir del movimiento, cada vez más radicalizado. Con un claro ethos independentista, planteaba que ahora eran los pueblos y no tan sólo las ciudades cabeceras quienes debían detentar la soberanía. A esto, se le sumaba una retórica igualitarista que buscaba reparar los daños ejercidos por los “malos americanos” y españoles.
La historiadora Ana Frega apuntó algunas claves para pensar el carácter popular del artiguismo. Es imposible definir a un movimiento únicamente a partir del mismo, sino que para comprender su complejidad es necesario leerlo en relación a otros. Frente al espíritu plebeyo e independentista que estructuraba al artiguismo, las élites rioplatenses lo pintaban como elemento central de un cuadro de desorden, anarquía y subversión social.
Este movimiento de los llamados “infelices” -criollos pobres, esclavos y negros libres, pueblos originarios, campesinos- era mal visto por su retórica igualitarista y las “demandas democratizadoras” que habilitó. Lo que preocupaba a propietarios y hacendados era que, en el marco de la movilización generada por la guerra revolucionaria impulsaran el reconocimiento de sus derechos o aprovecharan la situación para apropiarse de los recursos de la campaña. Los sectores subalternos encontraron en el “radicalismo popular” artiguista una posibilidad para la concreción de sus aspiraciones.
La derrota del Directorio porteño en el año 1815 y la toma de Montevideo por las tropas de Artigas marca el inicio de la etapa más radicalizada en la Banda Oriental. La publicación del “Reglamento Provisorio de la Provincia Oriental para el Fomento de su Campaña y la Seguridad de sus Hacendados” cristaliza la dinámica del artiguismo. El igualitarismo impregnaba las palabras que componían al mismo: la soberanía debía residir en los pueblos, a la vez que propugnaba la necesidad del reparto de las tierras expropiadas a los “malos españoles y peores americanos” entre la población empobrecida. El artículo 6 afirmaba que los más privilegiados debían ser los más infelices. Este Reglamento fue apropiado por las tropas de los ejércitos artiguistas las cuales, a medida que iban triunfando militarmente, exigían la implementación del mismo. Su aplicación, decía Artigas, dependía de la presión que se ejerciera en cada lugar.
Según Frega, el Reglamento refleja un equilibrio de fuerzas precario: las élites reconocían la autoridad de Artigas en tanto y en cuanto este era capaz de gobernar a los sectores populares y encauzar su igualitarismo. Era el miedo al “derrapage” popular lo que lo ubicaba como garante del orden a ojos de los sectores dominantes, quienes en más de una ocasión vieron frustrada esta esperanza.
El ejército de Artigas estaba compuesto por tropas provenientes de los sectores populares. La investigación de Frega resalta el papel de las personas esclavizadas y los pueblos originarios. La utilización de los mismos como tropas generó descontento entre sus dueños, quienes veían diezmada su capacidad de producción pero también eran testigos de fugas en masa y deserciones como estrategias de resistencia de estos sectores quienes, por otra parte, fueron reconocidos por su valentía al momento de combatir.
Los pueblos originarios eran ingredientes claves del ejército de Artigas. Sin embargo, los planteos en torno a la imagen del “buen salvaje”, la condescendencia y los planteos sobre la necesidad de “civilizarlos”, como el evitar abolir la esclavitud, muestran los límites del “radicalismo popular” artiguista.
Ante el temor de las elites a la “guerra social” que podía plantear el artiguismo por su fuerte base popular, este profundizó la movilización para defender lo conquistado. Mientras encabezaba la resistencia contra los portugueses y rompía relaciones con el Directorio porteño.
La estrategia portuguesa buscaba romper el bloque resistente de la Banda Oriental. La extensión en tiempo de la guerra y la sangría económica generó las quejas y reclamos de alcaldes de pueblos y, obviamente, de los sectores populares. Por su parte, los aliados de Artigas -López en Santa Fe y Ramírez en Entre Ríos- comenzaron a centrar sus esfuerzos en vencer a Buenos Aires. Fue así que la derrota en la batalla de Tacuarembó, en el año 1820, selló el destino de Artigas, dejando a la provincia oriental bajo control portugués. Ese mismo año el Directorio caía derrotado frente a las tropas de López y Ramírez. Otro capítulo de la historia comenzaría a partir de este escenario.
El fenómeno Artigas
El artiguismo fue un síntoma y un emergente del proceso revolucionario abierto a partir de 1810. Por un lado, representa la disputa por la hegemonía entre Buenos Aires y las ciudades del Virreinato del Río de la Plata que fue saldada el 9 de julio de 1816.
Frente a la necesidad de legitimar el gobierno central y como compensación por el cierre de la Asamblea del año XIII, se convocó a las provincias a un Congreso Constituyente en Tucumán, que declara la independencia de las “Provincias Unidas de Sud América”. Sin embargo, el mismo lejos estaba de representar lo que hoy conocemos como Argentina. La región patagónica era territorio indígena, así como el actual Chaco. Y es importante recalcar que tampoco firmaron la proclama de independencia las provincias que formaban parte de la Liga de los Pueblos Libres.
“Las Provincias Unidas de Sud América eran, por ahora, una alianza de provincias que habían decidido proclamar juntas su independencia respecto de España e intentaban construir trabajosamente una comunidad política”, señala Adamovsky. Es en ese marco que la Liga de los Pueblos Libres representa un síntoma de esa compulsa entre poderes. Pero también, como emergente de ese proceso total que implica una revolución.
Al respecto de esto último, el historiador argentino Gabriel Di Meglio afirma que tomando “la famosa fórmula de Lenin para pensar la revolución, no es claro que ´los de abajo´ en este caso no quisieran más lo viejo, pero los de arriba no pudieron sostenerlo más del modo en que venían haciéndolo”. La crisis de dominación abierta a partir de la caída de la monarquía española en 1808 fue la mayor fuente de desestabilización social. La ausencia del rey generó un “terremoto político” en palabras de Di Meglio. El mundo quedó trastornado y las certezas se pulverizaron. Esto generó las condiciones para que los sectores populares ingresaran a participar en la Revolución, ya sea defendiéndola o luchando contra ella. Sumado a esto, la proliferación de nuevas ideas, las noticias que llegaban sobre lo ocurrido en la Francia revolucionaria o Haití (se independizó en 1804), llevaron a una politización popular a lo largo y ancho del continente.
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Toda pregunta al pasado parte desde un presente determinado. Preguntarse por el artiguismo en 2022 puede otorgar algunas claves para pensar las batallas cotidianas. En un mundo que está cada día más trastornado en medio de una crisis sistémica a nivel global, el repaso de la experiencia de la movilización popular en el marco de la Revolución de Mayo se torna clave.
Las condiciones históricas que lanzaron a la acción a campesinos, esclavos, artesanos y mujeres a principios del siglo XIX no son las mismas que ahora. Las crisis de dominación (o crisis orgánicas, en un moderno sentido gramsciano) abren las puertas para la acción de masas y para el cuestionamiento de lo establecido. El conocimiento histórico, sin embargo, advierte: no hay nada de “natural” en el devenir de los procesos, no hay resultados asegurados. Solamente es la acción humana la que puede torcer el rumbo de acontecimientos que parecen inmutables o inevitables. Esa, al fin y al cabo, es la única lección que podemos aprender de la historia.