Mabel Thwaites Rey es doctora en Derecho, profesora de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y directora del Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe (IEALC) de la Facultad de Ciencias Sociales. Especialista en sociología política, administración y política públicas, autora y editora prolífica, es también formadora de nuevas generaciones y animadora constante del debate político dentro y fuera de la academia. Desde su identidad de izquierdas, pero atenta las resonancias de lo nacional popular, se interroga sobre qué ocurrirá con un kirchnerismo que parece haber perdido su principal diferencial político: la eficacia.
– ¿Qué mirada tenés del nombramiento de Sergio Massa como ministro de Economía y de la reconfiguración de los equilibrios internos del Frente de Todos que se están produciendo?
– La crisis en la que entró el gobierno de Alberto Fernández, por sus propias limitaciones y también por la incapacidad de Cristina Fernández de resolver ese entuerto entre ambos, generó una parálisis de gestión nunca vista y le dio a Sergio Massa la oportunidad de emerger como el reorganizador de este frente tan peculiar. Ahora él tiene una chance que esperó durante muchos años.
Sergio Massa es un político astuto y que supo ir manejando sus propios tiempos, esta vez con mayor habilidad que en otras oportunidades, y aparece como esa figura que salva dos cosas al mismo tiempo: a la propia coalición gobernante y rescata al establishment económico, que está demandando determinadas decisiones, pero que tampoco termina de hacer propio el impulso del macrismo y de todas las huestes de derecha que empujan hacia una salida precipitada y caótica.
El caos es algo que le conviene a algunos dentro de Juntos por el Cambio, porque sueñan con la idea de poder aplastar definitivamente al peronismo, pero ese escenario caótico también venía inquietando al establishment, que tiene sus propios negocios. La figura de Massa aparece como una síntesis que da una tregua y restituye alguna chance al gobierno. Para Massa es ahora o nunca: si el gobierno caía de una manera virulenta, él también era arrastrado; ahora, si esto le sale medianamente bien, puede ser el líder indiscutido del peronismo de cara al 2023.
– No sos economista, pero tenés una larga experiencia en el estudio del Estado, la administración y las políticas públicas. Desde ese enfoque, ¿cómo evalúas las medidas que anunció Massa el miércoles pasado?
– Es una jugada compleja porque va a tener que atender a segmentos de su propio electorado, esas capas medias y medias-bajas a las que históricamente les habla, y que hoy se ven particularmente afectadas. Hay una parte que es la que está en el escalón inmediatamente superior al de los sectores más sumergidos, que vive del cuentapropismo y del empleo precario, que no recibe ayuda social y que viene siendo muy difícil de contener en términos económicos y, por supuesto, organizativos y políticos. Pero, además, un poco más arriba, están todos los asalariados formales que no llegan a fin de mes. Entonces, tiene que satisfacer a su base electoral y a la vez tiene que darle alguna moneda de cambio a los sectores de poder, que hoy pareciera que le están dando una chance y lo apoyan, incluso por sobre el propio Macri. Este tiene otro problema: sus discursos fueron muy amistosos para el empresariado, pero las realizaciones fueron tan poco satisfactorias que no estarían muy seguros de confiarle un nuevo gobierno.
En términos económicos es evidente que Massa está yendo incluso más allá de Silvina Batakis. El ajuste fiscal es más grande, por la vía de un mayor recorte a los subsidios de las tarifas, y por otro lado se busca producir un enfriamiento económico como forma de bajar la inflación sin una devaluación, que sería una medida muy brutal y a la que el gobierno se está resistiendo. Cuando vemos que una parte de la sociedad llena los restaurantes, los espectáculos, es una efervescencia de consumo que muchos la explican por la pérdida de valor de la moneda y la imposibilidad de ahorrar. Esta capacidad de consumo que mantienen sectores medios va a verse muy afectada por el aumento de tarifas y el objetivo de las medidas es justamente retraer un poco esa masa de dinero. Vamos a ver cómo esto lo tramitan políticamente, como el macrismo lo pudo hacer en su momento.
Mi sensación es que lo que va a hacer en estos primeros meses es tratar de juntar reservas, arreglar con los factores de poder como para que los exportadores liquiden, porque después se juegan a tener un poco más de aire el año que viene, que es un año electoral. Porque ya es sabido que elecciones con ajuste no se llevan de la mano. Lo vimos muy bien en el 2021, cuando la principal crítica que se le hizo a Martín Guzmán fue haber sostenido un ajuste en un año electoral.
– Salgamos un poco de la coyuntura argentina. La idea de que podíamos salir mejores de la crisis del coronavirus quedó un poco sepultada y, en contraste, nos encontramos con un mundo más desigual, violento e inestable que antes. ¿Cómo ves el panorama más general a nivel regional e internacional y cómo eso puede estar impactando en nuestro país?
– La situación internacional es muy preocupante, no sólo por la guerra entre Ucrania y Rusia sino ahora también por la provocación contra China que hace Nancy Pelosi cuando va a Taiwán. En ese sentido el escenario internacional es complejo y lo es también para los nuevos gobiernos de izquierda de la región. Ya vimos la inestabilidad absoluta del gobierno de Pedro Castillo en Perú y no será fácil tampoco para el Chile de Gabriel Boric y para Gustavo Petro en Colombia.
No son tiempos fáciles para esperar medidas muy radicalizadas, en la medida en que los factores de poder económico están muy consolidados y abroquelados, y para enfrentarlos con medidas realmente populares hace falta juntar un volumen de fuerzas que todavía no parece avizorarse. Eso no quita, ciertamente, que siempre es auspicioso que surjan gobiernos que al menos frenen los niveles de degradación económica y social a los que nos tienen acostumbrados los gobiernos de derecha.
Para la Argentina hoy el tema es la energía, que es un problema central para todo el mundo. Tenemos la posibilidad de disponer en la transición energética de gas, como el que hay en Vaca Muerta, tener litio para las baterías, y eso es importante. Está planteado obtener divisas con la exportación de estos recursos, para no depender solo del campo, con lo que eso implica en cuanto a subordinación a una manera de pensar la sociedad ciertamente muy estrecha que tienen estos sectores agroexportadores. Por otro lado, tenemos el peligro de un extractivismo depredador extremo. Entonces, estamos en un andarivel donde está la posibilidad de que la Argentina pueda obtener recursos energéticos, y tener capacidades de almacenamiento y de diversificación exportadora importantes, pero a la vez que eso signifique, -si no se controla políticamente-, un saqueo más. Eso es una tensión que se resuelve en la política.
– Estamos transitando un gran desánimo, una decepción con lo que muches esperaban que hiciera el Frente de Todos. Hoy parece ser un sentido común asumido que el ajuste es inevitable y lo que se discute es la envergadura y la distribución de los costos. ¿Hay margen para plantear un camino alternativo? ¿Qué condiciones pensás que se deberían reunir para eso?
– Una fuerza de izquierda siempre tiene que proponer caminos alternativos. Claro que esos caminos, si son demasiado alejados de las posibilidades reales de concreción mediante una movilización popular y una fuerza política organizativa, se terminan diluyendo. Se plantea el no pago la deuda o la nacionalización de la banca y del comercio exterior, pero el tema no es la medida, sino cómo, con quiénes, con qué fuerza se construyen y si esas consignas sirven para juntar la masa crítica necesaria para impulsar transformaciones
Venimos de una situación en la que se planteó de una muy mala manera y se dilapidó una oportunidad con lo de Vicentín. Se planteó algo tan elemental como ver qué se hacía con una empresa que estaba en quiebra, y ahí se demostró la enorme fuerza de la derecha para oponerse. Esto generó una ofensiva ideológico-política muy fuerte de todo lo que quedó latente a pesar de la derrota del macrismo.
Si algo tuvo el macrismo fue que le dio forma y fuerza política a un sector social que estaba allí vacante. Ese 40% siempre estuvo ahí, pero esa posibilidad de abroquelarlo y dotarlo de una identificación política muy fuerte es algo que el macrismo logró y todavía está vigente, que incluso hoy vira todavía más a la derecha. Con lo cual, remontar esta mirada ideológico-política que está permeando al conjunto de la sociedad es una tarea muy acuciante que la endeblez del Frente de Todos por supuesto complica.
Hay una gran incógnita sobre qué va a pasar con el kirchnerismo como fuerza política que se coloca a la izquierda del espectro clásico pero que tiene su especificidad en el liderazgo y la vocación de poder, cuando esto parece no funcionar bien. Esa pretensión de liderazgo no estaría siendo correlativa a los logros que se obtienen. Las decisiones estratégicas que han venido tomando Cristina y sus más cercanos no están siendo realmente muy efectivas, más bien lo contrario, así que me parece que para el campo de las izquierdas se plantean muchos desafíos.
¿Cómo asumir esos desafíos? En primer lugar, yo creo que es algo que excede a la Argentina y es un tema que tiene que ver con la izquierda mundial. Durante los años de auge del neoliberalismo hubo una escisión: algunas izquierdas se centraron en levantar los temas ecológicos y en América Latina en contra del extractivismo, crecieron las reivindicaciones étnicas e identitarias, avanzaron las agendas feministas, -que son sustantivas, pero que tienen que trascender algunas de las demandas más específicas para plantearse como proyecto abarcador-, y se eludió la problemática central de las relaciones de dominación del capital. Entonces, me parece que hay que volver a juntarse y retomar alguna idea de universalidad, de una universalidad que esté arraigada en la materialidad actual, porque también es cierto que algunos partidos de izquierda se mantuvieron firmes en una modelización de la Revolución Rusa. Hace falta una construcción ideológica y política que sea más profunda, porque requiere entender la transformación a partir de las circunstancias actuales.
Por ejemplo, si vamos a una transición energética no alcanza con oponernos al extractivismo. Puede ser el primer paso, defensivo, pero lo ofensivo tiene que ser como nos planteamos transformar una realidad presente con las herramientas que tenemos aquí y ahora. Para pensar en una alternativa de izquierda que enamore hay que tener propuestas que sean viables y que sean asumibles por un conjunto amplio de segmentos sociales. No sé si estamos en condiciones de eso hoy. Las izquierdas que lo intentaron se encuentran muy arrinconadas y diluidas, y tampoco lograron plantearse como alternativa. Será que habrá algún problema más profundo que compete a todas las izquierdas, desde las nacional populares hasta las trotskistas. Ojalá alguna vez podamos encontrar una forma de discutirlas a fondo y definir proyectos colectivos que se arraiguen en las condiciones del presente y que no sean solo defensivos.