Hernán Confino es doctor en Historia e investigador del IDAES – Universidad Nacional de San Martín. Especialista en historia reciente de la Argentina, publicó en 2021 La Contraofensiva: el final de Montoneros, un libro que según sus propias palabras «busca una reconstrucción histórica despojada de las miradas morales, épicas o condenatorias» que abundan sobre el tema.
En los últimos días su tema de investigación reapareció en el debate de un auditorio más amplio que el que suele poblar los congresos y jornadas de historia. La entrevista de Tomás Rebord a Fernando Vaca Narvaja, su reivindicación de la Contraofensiva, y las reacciones posteriores en redes sociales, sirvieron de excusa para concretar con él una entrevista largamente postergada. Un repaso por las hipótesis de su libro, un esfuerzo de historia desde abajo que combina entrevistas a protagonistas, archivos desclasificados de inteligencia y fuentes más tradicionales como los documentos y publicaciones partidarias.
“La fórmula de los militantes héroes, enajenados por el militarismo o víctimas de su propia conducción es la predominante, yo intento una reconstrucción histórica que no cuaja en esos esquemas”, afirma.
– ¿Qué opinás de la forma en que se reinstaló el debate respecto a la Contraofensiva con la entrevista de Tomás Rebord a Fernando Vaca Narvaja y la crítica de Alejandro Bercovich?
– Creo que la intervención que vale es la de Fernando Vaca Narvaja, uno de los tres máximos jefes de Montoneros que sobrevivió a la dictadura y que no es de hablar mucho, entonces movió mucho el avispero. Después, la indignación de Bercovich, generó nuevas olas, pero yo creo que lo que hizo Rebord de lograr una entrevista de tres horas y media con Vaca Narvaja fue realmente un evento.
Después están las impresiones que podemos tener cuando vemos el reportaje, y en ese sentido yo creo que va muy en línea con un pronunciamiento que firmaron Vaca Narvaja, Roberto Perdía y Mario Firmenich en el 2020 cuando se cumplieron 50 años del secuestro de Pedro Eugenio Aramburu. Hay una suerte de recuperación ética de las políticas de la organización que nos remite a su vez a un documento de julio de 1983. Y en algún punto es mínimamente chocante que en mayo del 2020, en un contexto absolutamente distinto, con la democracia consolidada, por primera vez vuelven a firmar juntos los tres y lo que hacen es remitirnos a julio de 1983. Entonces, creo que lo que llama la atención, o quizá no tanto, justamente, es que uno lo escucha a Fernando Vaca Narvaja y es como leer un documento de los ochenta.
– La persistencia en una lectura…
– La pregunta sería por qué queremos ver a Vaca Narvaja abjurar de su propia militancia o por qué queremos ver a Perdía o a Firmenich, gente que entregó su vida a un proyecto político, que de golpe salga en una entrevista diciendo: «Hicimos todo mal, no tendríamos que haber hecho la lucha armada». Eso no va a suceder. Sobre todo cuando un montón de esos discursos también están dictados por el contexto. Entonces si queremos abjuraciones o algo parecido al arrepentimiento creo que habría que ir a buscar las intervenciones de la década del ‘90 que tuvieron lugar en el contexto de los indultos, en un momento en el que desde el menemismo se propiciaba una reconciliación.
De todas formas hay algo en torno a la Contraofensiva en particular, porque Vaca Narvaja dice un montón de cosas y sin embargo la frase que genera el mayor problema es «la Contraofensiva fue un éxito». Hay una persistencia de determinados tópicos que tienen que ver con cómo explicar la derrota del proyecto revolucionario, que son más balances políticos que reconstrucciones históricas, que es lo que yo trato de hacer.
Son tres tópicos que siguen apareciendo y que se ven muy en claro en la alocución de Bercovich. Porque Bercovich lo manda a leer a Rebord antes de hacerle una entrevista a Vaca Narvaja y él termina diciendo que la Contraofensiva es una estrategia en la que los comandantes montoneros mandan al muere, en combinación con la dictadura, a los militantes. Con lo cual también hay una operación muy rara, donde él mismo rescata la hipótesis del juez Claudio Bonadío en 2003, que incluso después termina con su recusación. Entonces, la idea de los jóvenes ingenuos manipulados; la idea de los héroes, que está rescatada tanto en el comunicado conjunto de mayo del 2020, como también en la gramática bélica que usa Vaca Narvaja en la entrevista; y otras intervenciones que piensan más a los militantes armados como demonios.
Son tres tópicos que ya están presentes entre los ochenta y los noventa, es decir, acá no hay nada nuevo bajo el sol. La fórmula de los militantes héroes, la de los militantes enajenados por el militarismo y la de los militantes víctimas de su propia conducción son interpretaciones que no aportan nada nuevo.
– Son tópicos que vos intentas desarmar en tu libro. ¿Querés desarrollar un poco tu hipótesis?
– Yo trato de hacer una historia un poco desde abajo, que se combine con una mirada más institucional que se hizo sobre Montoneros anclada en las editoriales de la prensa partidaria o los boletines internos. Quería hurgar en los motivos de un grupo de militantes que volvieron a la Argentina en 1979, cuando ya sabían lo que sucedía. Porque también está la idea de que quienes vuelven lo hacen pensando que esto es Levingston [NdE: presidente de facto de Argentina entre 1970 y 1971]. Para mí es errar en el análisis.
Pensemos que para ese momento ya se había dado la fuga de Horacio Domingo Maggio, la de Jaime Dri, toda gente que denunció frente a la Comisión Argentina de Derechos Humanos (CADHU) en el extranjero, el affaire de Tulio “Tucho” Valenzuela; se conocía, sobre todo en el exilio, lo que eran los centros clandestinos de detención y el aparato represivo de la dictadura.
Creo que la pregunta es por qué, a sabiendas de lo que era el terrorismo de Estado, vuelven igual. Y yo encuentro en las entrevistas con distintos participantes argumentos netamente políticos, del tipo: “La política que estábamos haciendo en el exterior había llegado un tope, había que volver a caminar el territorio”. Esto se cruza con razones que a priori uno no pensaría encontrar, que son de corte puramente emotivo, en el sentido de “no aguanto más el exilio” o “vengo militando desde los 17 años, mi pareja, mis amistades están desaparecidas, yo no no me puedo quedar acá, tengo que volver”.
En algún punto, yo creo que transforman a la Contraofensiva no en una excepción sino en una estrategia bastante solidaria con los repertorios previos que había desarrollado Montoneros. No es que Montoneros agarra las armas en 1979, la pregunta es qué es lo que transforma en los abordajes que se han hecho a la Contraofensiva en una excepción. Y una de las hipótesis que tengo es que la Contraofensiva, -y esto está muy aplicado en el trabajo de PIlar Calveiro-, como está cronológicamente al final, está pensada también como un final lógico de la organización. Es decir, hay una entronización de la violencia por encima de la política y eso cuaja perfecto con la mirada de lo que se llama el desvío militarista de Montoneros: hasta 1974 Montoneros hizo política y de ahí en adelante sus jefes capturaron una suerte de lógica guerrera que no dejó espacio a la política. Yo creo que esas miradas tienen que ver más con los propios militantes que transcurrido el tiempo se preguntan qué hay de nuestros principios en esa derrota, no de los accidentes, no de los desvíos y qué podemos salvar del incendio.
Para quitarle el viso de excepcionalidad a la Contraofensiva, además de historizar a la propia organización, también sirve abrir sincrónicamente la mirada. Los mismos debates se están dando en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) de Chile, que auspicia la Operación Retorno y quiere armar un un foco guerrillero en Neltume, que también obviamente es reprimido y que genera las mismas discusiones políticas sobre cuál era el rol que debía tener en ese momento la organización. Pero los propios ex participantes del MIR se arrogan que esa Operación Retorno fue el inicio del aumento de la conflictividad de la segunda mitad de la década del ochenta que ya tendría al Frente Patriótico Manuel Rodríguez como protagonista.
Estas resignificaciones políticas existen, y existen por parte de los protagonistas. Creo que la idea es tratar de cruzar otros ejes analíticos para poder pensar por fuera de la lógica de los propios participantes.
– Lo que vos llamas una hermenéutica de la derrota…
– Exacto, entonces es una interpretación que está pensada desde la derrota. Son procesos que están muy pre-interpretados por quienes fueron protagonistas, desde las miradas más épicas hasta las otras en las que eran ingenuos manipulados, que fue la que cristalizó en el retorno de la democracia. Como también está, por ejemplo, una que plantea Sergio Bufano que también fue parte de esa generación, que habla de quienes vuelven a la Contraofensiva porque se sentían oxidados en el exilio y necesitaban el brillo y la emoción de guerra que prometía la clandestinidad. Bueno, pues yo creo que ninguno de estos tres modelos nos permite aproximarnos a una mirada histórica.
Por eso, para resumir esta idea: no hubo desvío montonero, sino que la política pensada en coordenadas político – militares atraviesa toda la historia de Montoneros. En el momento en que la dimensión política pública que se había desplegado con los frentes se deja de poder hacer en el país, sobre todo por el endurecimiento represivo, ese aparato público se lleva al exilio.
Si pensamos el espacio político como transnacional, vamos a ver que siguen estando las dos partes: una pata de política pública que va a todos los foros internacionales habidos y por haber a denunciar los crímenes de la dictadura, que financia iniciativas como la CADHU, que incluso patrocinan los testimonios de las tres liberadas de la ESMA en la Asamblea Nacional francesa en octubre de 1979 mientras era la Contraofensiva.
– Vos señalas que hay un desplazamiento en la práctica política desde las coordenadas de la revolución a las de los derechos humanos, pero que durante el periodo de exilio montonero hay un solapamiento de ambas lógicas. Decis en ese sentido que no hay un exilio sino que hay muchos exilios, ¿qué significa esto?
– Yo estoy absolutamente de acuerdo con que analíticamente, normativamente, son dos formas distintas de comprender la política. Ahora bien, no son discusiones que se puedan saldar en el plano de lo normativo, sino que hay que ir al proceso histórico y en el proceso histórico las cosas son más matizadas. Y en ese sentido Montoneros, que seguía abrazando la lucha armada, es parte del inicio del movimiento transnacional de derechos humanos. No hay una mirada normativa de parte de la organización, que de alguna manera trata de agotar todo el repertorio. Para Montoneros denunciar los crímenes de la dictadura no era para nada contradictorio con pedir el reconocimiento como fuerza beligerante, según los Convenios de Ginebra, era parte de la misma lucha contra la dictadura.
Eso me da pie para pensar que entre 1976 y 1980 hay muchos exilios, porque hay muchos militantes y muchas participaciones distintas. Hay militantes de Montoneros que nunca agarran un arma, que son parte del aparato público de la organización, algunos están en otros países incluso generando tratativas con otras organizaciones. Montoneros traza acuerdos con la Organización para la Liberación de Palestina y con la socialdemocracia europea al mismo tiempo.
En ese punto se dan incluso hasta equilibrio geopolíticos. Montoneros tenía una mínima relación con la ETA vasca, por ejemplo, y la tienen que suspender cuando la socialdemocracia española se los exige a cambio de apoyo. Hay muchas cuestiones que si lo pensamos desde una mirada netamente normativa nos vamos a perder lo que sucede en el barro de la historia, básicamente.
– Es central en tu libro esta interpretación de la Contraofensiva no como una excepción sino como una política coherente, orgánica, dentro de la concepción política de Montoneros. La conducción tenía una lectura sobre la situación política del país y del régimen militar, pero luego, la Contraofensiva es un fracaso y los balances que transmiten los responsables de los equipos operativos lo corroboran. ¿Cómo se explica la segunda Contraofensiva? ¿También la podemos pensar como una política coherente con el accionar histórico de la organización?
– Es una gran pregunta. Yo tengo hipótesis, que son las que vierto en el libro. Creo que la segunda Contraofensiva la podemos entender desde dos ángulos distintos. Primero, tiene que ver con la propia conducción intentando mantener el poder en una organización después de dos fracturas en menos de un año, de tratar de mantener esa representatividad y esta idea de “acá no se puede frenar, no se puede frenar, hay que seguir para adelante con quienes estén”.
Eduardo Astiz, ex militante montonero, escribe una novela autobiográfica que se llama Lo que mata de las balas es la velocidad, y dice que en un momento Perdía afirma: “Aunque quedemos cinco ésta es la política correcta”. Y la otra cuestión que hay que pensar es la fuerte lógica ideológica que guiaba una conducción que estuvo en Managua y había leído el proceso insurreccional sandinista como una suerte de “si no hubieran avanzado no hubieran triunfado”.
Entonces, por un lado, yo creo que hay fuertes coordenadas ideológicas que están operando, pero por el otro, también está la idea de no dar a torcer el brazo sobre la representatividad que tiene la conducción en ese momento. Incluso pongo en el libro algo que tiene que ver con la operación guardamueble: todo indica que en los distintos lugares donde estaban los dirigentes montoneros en el exilio recibían correos una vez por mes y los diarios de tirada nacional publican el 20 de enero creo o el 27 de enero, el armamento que está ya en los guardamuebles. ¿Por qué se sigue del mismo modo?
Pero en algún punto yo también creo que hay preguntas que les caben a los propios participantes de ese proyecto político y que tienen un registro distinto que el de la reconstrucción histórica. Entonces, ¿por qué hicieron la segunda ofensiva? Bueno, yo te puedo dar esta dos hipótesis: primero, para no someter a prenda su propio lugar dirigente en la organización, y segundo porque estaban embebidos de una lógica en la que uno lee los documentos y se dice que la década del ‘80 será la de la liberación de los países del Tercer Mundo, con el ejemplo de Irán y de Nicaragua muy patente.
– La diferencia que existe entre la experiencia de los actores en el momento y la perspectiva que te da la reconstrucción histórica.
– Claro, y por otro lado, está la centralidad que tiene la construcción de la memoria que se hace sobre ese hecho, que viene de larga data y que tiene distintas capas que se van acumulando desde los ochenta y que tienen algunas intervenciones más recientes. Como las que se dan en el propio juicio oral, para volver a rescatar a la Contraofensiva como una parte de una resistencia mucho más amplia. La imagen que se da es que hubo a partir de 1978 o 1979 una resistencia mucho más articulada entre diversas formas de lucha: los derechos humanos, el sindicalismo, la lucha armada. Cuando, si vemos los documentos de época, el sindicalismo y los partidos políticos frente a cada atentado de Montoneros sacaban un cartel que decía “estos agentes del caos restringen nuestros espacios legales”.
Entonces, hay una construcción memorial que no se condice con el espíritu de época. De hecho, hay un gran libro de la historiadora Marina Franco que se llama El final del silencio, donde muestra que el despertar a los derechos humanos de la sociedad argentina no fue la condición de la deslegitimación del régimen, sino que por el contrario, el régimen dictatorial primero se deslegitima a través de el plan económico que era un desastre y de la derrota en la guerra de Malvinas, y que lo que lo mantiene en pie justamente es “el triunfo en la lucha contra subversión”. ¿En qué momento eso que es el único capital político de una dictadura se transforma en un activo de la sociedad civil para criticarla? Hay que pensar esa transición: ¿cómo llega a ser ese subversivo un desaparecido?
Creo que estamos pervirtiendo un poco los sentidos históricos si pensamos a la Contraofensiva como articulada con otras formas de resistencia que se daban en el país.
Uno lee el libro de Perdía de 1997 y él dice: el diagnóstico era el correcto, es decir, había problemas intestino del régimen militar, lo que pasa es que nosotros ya no podíamos modificar el curso de los acontecimientos. Ahora, 25 años después de ese libro, la interpretación de Vaca Narvaja es que la Contraofensiva directamente fue un éxito. ¿Un éxito por qué y para quién?
– Hay algo de pensarla como una forma de resguardar el prestigio político de la organización en el territorio, resistiendo, ¿no? Algo de esto plantea el propio Firmenich en una entrevista anterior a la Contraofensiva en la que dice que en el 75 se veían venir el golpe militar y por tanto hicieron sus “cálculos de guerra”.
– Sí, hay otra posterior a la Contraofensiva en la que Firmenich dice: “La organización es un arma”, y “ahora tenemos 5.000 cuadros menos pero cuánto prestigio más”. Desde hoy, donde las vidas individuales han adquirido otro valor, en el que la democracia no es la democracia que existía en aquel momento, nos resulta muy chocante. Pero yo creo en la historiografía aliada de la alteridad, no en ir a buscar paralelismo tipo Moreno fue el primer desaparecido. Hay que tratar de ver cuáles son los significados de época.
Yo creo que como decís vos hay una lógica fundamental que es la de pensar que el sacrificio te da representatividad. Lo mismo le va a pasar a Montoneros cuando intente entrar a la Multipartidaria. Antonio Trócoli (UCR) y Deolindo Bittel (PJ) van a decir que no, a tono con lo que va a suceder después de esta idea de la democracia como el reino de la no violencia y toda la violencia es lo mismo. Pero nosotros pusimos gran parte de los muertos, ¿cómo puede ser que no tengamos un lugar en la redefinición de la escena política argentina entonces?
Performativamente yo puedo entender que en julio de 1983 Montoneros diga eso, porque hay una intención política clara que es participar del rearmado del peronismo. Ahora, decirlo en el 2020 en el 2022 son disputados por la memoria y me parece que hablan mucho más de este momento que lo que nos puede iluminar históricamente sobre lo que sucedió en la Contraofensiva.
– Fernando Suárez en una entrevista en La Vanguardia te preguntaban qué rastros se podían encontrar en los ochenta y noventa de las premisas de la lucha armada y te menciona el ejemplo del Movimiento Todos por la Patria (MTP). Vos le decías que estás trabajando en algo de eso ahora. ¿Podés adelantar algo?
– Al asalto al cuartel de La Tablada se la interpretó como un setentismo anacrónico, como esta idea de la patrulla perdida del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) con alguno que otro de Montoneros. Yo estoy haciendo archivo de los ochenta, estoy yendo a ver el diario La Nación en los años 1983,1984,1985 y las primeras páginas estaban siempre dedicadas a la situación internacional, cinco páginas dedicadas a guerrillas acá y guerrillas allá y pensemos que todavía estaba la Unión Soviética en pie.
Yo lo que quiero pensar son los fundamentos históricos de lo que se llama el consenso alfonsinista. Porque seguía habiendo en esa época una preocupación por lo que se llamó el rebrote guerrillero. Como los que terminaron amenazando la estabilidad democrática fueron los militares y no ninguna organización revolucionaria, lo que heredamos de ese pasado es que ahí estaba el problema, pero el fantasma de la llamada subversión es algo que aparece continuamente en los ‘80.
Entonces yo lo que propongo es entender a La Tablada como un producto de su época, es decir como un producto de la década del ‘80 en el que todavía los ex dirigentes guerrilleros seguían ocupando espacios muy importantes en distintos medios, desde El Periodista de Buenos Aires hasta La Nación, Clarín, etc. Y en donde cualquier conflicto que había lo primero que se pensaba era que podía ser el resurgimiento de la guerrilla. Hoy con el diario del lunes sabemos que eso no sucedió y que la Contraofensiva terminó siendo el fin de la lucha armada. Pero para los actores de época ese horizonte de cierre no era claro e incluso fue desmentido provisoriamante por La Tablada.
Pensando en estas cosas yo me pregunté ¿por qué se habla tanto de Montoneros y no se habla del PRT-ERP? Porque Montoneros era parte del peronismo, y el peronismo es una fuerza política que hoy está presente en la Argentina. Entonces hay una asociación entre el kirchnerismo y el montonerismo, que no resiste el menor análisis, pero que se usa para la disputa política.
Y voy a sumar otra hipótesis: porque en julio de 1976 Mario Roberto Santucho, Domingo Menna y Benito Urteaga son asesinados y Firmenich, Vaca Narvaja y Perdía sobreviven a la dictadura. Lo cual también hay que mencionar, nobleza obliga, Montoneros de 1976 a 1981 tiene 14 integrantes de la conducción nacional y sobreviven sólo 3, por eso también llama la atención la persistencia de algunos tópicos como el “mandaron a los pibes a morir”.
Si uno ve con profundidad cuántos eran, la edad que tenían, los trayectos militantes que tenían, lo mínimo que hay que hacer, creo yo como se hace desde la historia de abajo desde Edward Thompson, Christopher Hill, en adelante, es asignarle agencia a los sujetos. Después podemos estar de acuerdo o no, que nos angustie o que no nos angustie o tomarlos como ejemplo o no. Pero pensar que fueron manipulados y nada más es a todas luces una mirada muy corta.