Durante la madrugada del 13 de septiembre se reactivó el histórico conflicto entre Azerbaiyán y Armenia. El primero atacó varios poblados del país vecino y ocupó una pequeña parte del territorio. Según fuentes oficiales de cada país, hasta el momento se contabilizan 135 soldados armenios muertos y 71 azeríes.
Si bien durante la noche del miércoles 14 se acordó una tregua, pequeños enfrentamientos continuaron los días siguientes y la guerra podría reanudarse en cualquier momento.
Aunque ambas partes se acusan de haber iniciado las hostilidades, una de las hipótesis más fuertes es que Azerbaiyán quiera conseguir por la fuerza uno de sus reclamos históricos: un corredor a través de Armenia hacia el enclave de Najichevan, separado geográficamente del resto del país. Esto también se inscribe en la avanzada del gobierno de Bakú para terminar de recuperar lo que considera la totalidad de su territorio, puntualmente la región separatista de mayoría armenia de Nagorno Karabaj.
Finalmente, aunque no menos importante, es que Azerbaiyán es considerado por la Unión Europea un “socio digno de confianza” con el que ha acordado duplicar el comercio de gas hacia 2027 para reemplazar la energía rusa. Esta relación estratégica se suma a las que el gobierno azerí mantiene históricamente con Israel y Turquía, países que le suministran la mayor parte del armamento para sus Fuerzas Armadas.
El respaldo político y diplomático ha envalentonado al presidente azerí, Ilham Aliyev, para intentar alcanzar sus aspiraciones territoriales al mismo tiempo que abre un conflicto que supone un dolor de cabeza para Rusia.
Vecinos y enemigos
El último gran enfrentamiento entre los países del Cáucaso fue hace dos años por la disputada región de Nagorno-Karabaj, autoproclamada independiente bajo el nombre de República de Artsaj. Este territorio ubicado formalmente dentro de Azerbaiyán posee mayoría de población armenia y durante gran parte del siglo XX gozó de un régimen de autonomía dentro de la Unión Soviética.
Sin embargo, la desintegración de la potencia comunista en 1991 abrió paso a un conflicto armado entre las nacientes repúblicas de Armenia y Azerbaiyán por el control de Nagorno Karabaj. La guerra se extendió hasta la firma de un cese al fuego en 1994.
Si bien Armenia no reconoce oficialmente la República de Artsaj el vínculo es estrecho y el apoyo económico y militar, fundamental. De hecho, tras la guerra de principios de los ‘90 entre ambos países, las autoridades de Ereván habían establecido una “franja de seguridad” alrededor Nagorno-Karabaj, ocupando otros distritos de Azerbaiyán.
En un intento de recuperar el territorio, el gobierno azerí lanzó el 27 de septiembre de 2020 una operación llamada “Puño de Hierro”. En seis semanas de combates con artillería pesada, cohetes y drones que mataron a más de 6.700 personas, expulsaron a las fuerzas armenias de las áreas que controlaban fuera de la región separatista y también se apoderaron de amplias zonas de Nagorno-Karabaj. Del conflicto también participaron entre 2000 y 4000 mercenarios sirios, ex combatientes del Estado Islámico, pagados por Turquía para apoyar a Bakú.
Un acuerdo de paz negociado por Rusia el 10 de noviembre permitió a Azerbaiyán consolidar esa posición y recuperar la mayoría de los distritos, incluido Lachin, que tiene la carretera principal que va de Nagorno-Karabaj a Armenia. Por su parte Moscú desplegó una fuerza internacional de dos mil soldados para garantizar el frágil acuerdo.
Durante este tiempo, Ereván ha acusado al gobierno azerí de llevar a cabo una limpieza étnica en los territorios conquistados. Denuncia que llevó hasta la Corte Internacional de Justicia (CIJ) de La Haya, entre otros organismos.
¿Un nuevo frente para Rusia?
En abril de este año, con mediación de la Unión Europea, Armenia y Azerbaiyán comenzaron un diálogo para intentar alcanzar una solución al conflicto. Entre los reclamos de Bakú está el total reconocimiento de sus fronteras y, por lo tanto, de su soberanía plena sobre Nagorno-Karabaj. En ese marco el presidente Aliyev sostuvo que si el país vecino no acepta las condiciones, se negaría a “reconocer la integridad territorial de Armenia”.
Estas amenazas, llevadas a la práctica en estos días, no se dan en un momento casual. El trasfondo de la guerra en Ucrania contextualiza esta maniobra geopolítica que está lejos de ser un mero conflicto regional.
Armenia integra la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), una alianza militar de la que también forma parte Rusia y que obliga a las partes a defenderse mutuamente ante la agresión de terceros países. Una escalada del conflicto obligaría a Moscú -que tiene una base militar en territorio armenio- a intervenir y dividir sus fuerzas en dos frentes.
Si bien se trataría de guerras de distinta envergadura, implicaría un problema para el Kremlin cuya idea de una ofensiva rápida y breve en Ucrania hace tiempo ha quedado atrás. Además esto obligaría a un conflicto con Turquía, aliado de Azerbaiyán y enemigo histórico de Armenia -genocidio mediante-.
El gobierno turco ha hecho un fino equilibrio ante la guerra en Ucrania, mediando entre las partes a pesar de las presiones occidentales para que se ubique abiertamente contra Rusia. Un conflicto armado de gran escala en el Cáucaso podría empujar a Ankara hacia uno de los bandos.
La estrategia del caos
Frente a un mundo cada vez más multipolar y la imposibilidad de imponer sus intereses, los EE.UU. desarrollaron hace años una nueva estrategia. Esta fue elaborada por el teórico nacido en Polonia Zbigniew Brzezinski y la denominó “Balcanes euroasiáticos”.
El objetivo es generar un “caos periférico” pero a la vez “dirigido” por la Casa Blanca, alrededor de otras potencias -mundiales y regionales- que compitan con Washington. Es decir, ante la imposibilidad de llevar a cabo una guerra frontal contra Rusia o China, desestabilizar las zonas de influencia de esos países con el fin de que no puedan llevar a cabo una política de desarrollo e integración.
Allí se inscribe el golpe de Estado en Ucrania de 2014 que derrocó un gobierno pro ruso en pos de uno pro occidental y es el punto de origen de la guerra actual. También la guerra en Siria desde 2011 que fracasó en su intento de voltear al presidente Bashar Al-Assad, aliado de Irán y Rusia; o antes las “revoluciones de colores” en Europa del Este como en Serbia (2000), Georgia (2003) o Kirguistán (2005) o la llamada primavera árabe.
En ese sentido, estos conflictos aparentemente locales no deben nunca verse por fuera de una dinámica global y una transición hegemónica cada vez más marcada de Occidente hacia Oriente. La posible guerra en el Cáucaso no es la excepción.