Cultura Nov 12, 2022

Favio y la máquina de soñar

En el marco del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata se realizó un homenaje al director argentino. De su aura magnética y de la potencia de sus encuadres se nutren estas líneas.

Que vengo desde siempre
Que soy pariente de la primera estrella
Una intención de Dios
Una infinita cadena de caricias
Por eso, simplemente, vivo
A ese obrero Judio, Leonardo Favio

La 37° edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata este año tuvo un plus: la presencialidad plena devolvió el poder de las salas llenas, un ritual tan añorado como inagotable. La gente corriendo de sala a sala, desbordando la rambla, con un especial fanatismo por hacer filas cuando no son tan necesarias; dibujó una escenografía que llenó de vitalidad a estos tiempos complicados. Pero sin duda, la particularidad más grande ha sido el homenaje al director, cantante, actor, poeta y un largo etcétera, que es Leonardo Favio. 

El escenario

Dos gitanas marplatenses se pasean por la rambla ofreciendo conjuros para la felicidad y la prosperidad. “Pero yo estoy feliz y me sobra salud”, les contesta una señora con la lengua afilada. Los chicos de viajes de egresados corren con los ojos llenos de mar a mojar las patas en la orilla, es la primera vez que los pies van a conocer esa sensación. Cineastas internacionales; estudiantes; periodistas; influencers (con aires de cineastas y periodistas); parejas que se sacan selfies con el lobo marino de (no le envidiamos nada a la torre Eiffel); médicos que caminan por la rambla después de una larga jornada en la convención de terapistas intensivos, todo ese enjambre de personalidades conviven hoy en Mar del Plata. Si alguien hubiese podido filmar este momento, ese sin duda sería Leonardo Favio.

El autodidacta

“Yo no me tuve que formar, yo me formé”, repetía una y otra vez Leonardo Favio. Ese “me” es el punto de partida de una mirada singularisima. El autodidacta guarda para siempre una intuición como de cazador medio infalible. Y con ello, un despojo a la hora de relacionarse con la tradición que le permite a Favio construir esa forma de ver. 

En el trabajo permanente de reformular los mitos y la tradición, Leonardo también reconstruyó una relación con el saber más artesanal y menos institucional. Un gesto platónico de transmisión de saberes entre maestro y alumno que reconoció en la figura de Leopoldo Torre Nilsson al primer gran magister. Allí, en esa intersección, se contaminaron la mirada acechante del intuitivo y el ojo finamente estetizado del gran cineasta. 

Pero como en Favio todo es capacidad de fabulación, me permito imaginar una escena previa. Antes que la tradición, antes que remodelar toda la mitología nacional, la primera escuela de Favio fue su mamá recitando Garcia Lorca, de nuevo, la potencia de un gesto: el romanticismo hasta que hierva la sangre, el oído en lo popular, la voz dulce de una madre; afecto, escenas, desgarro y ternura; cuanto hay en cada película de Favio de estos versos del Romancero Gitano: 

Soledad, ¿por quién preguntas/sin compañía y a estas horas? /Pregunte por quien pregunte,/ dime: ¿a ti qué se te importa?/ Vengo a buscar lo que busco,/mi alegría y/mi persona./Soledad de mis pesares,/caballo que se desboca,/al fin encuentra la mar y se lo tragan las olas.

“Aprendió a dialogar con el agua/ aunque no supiese ni las letras que tenía una palabra”, dice el poeta brasileño Manoel de Barros en uno de sus poemas de Memoria inventada. No sé si habrá visto a Favio, pero los poetas carecen de jurisdicción y se chocan en cualquier esquina. 

El circo

En 1960, Favio filmó su primer cortometraje: El amigo. Dos chicos, un circo, y un padre lustrabota. Uno de los niños cae rendido ante una ensoñación, con la cabeza entre las rodillas, dormitando, imagina una larga secuencia de travesuras, desencuentros, azares, redención y ternura.

Abelardo Castillo solía decir en sus talleres que un artista no tiene muchas ideas, lo que encuentra es, una y otra vez, distintos modos de mostrarlas. En los 10 minutos que dura el cortometraje se superponen la fábula, la intención de captar la quintaesencia de los márgenes, el trabajo con los sueños, la tradición de los desposeídos. Todo el universo de Favio en estos diez minutos. 

El viaje

En 1965 se celebró el séptimo Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Solo dos archivos audiovisuales se conservan de aquel entonces. A los 15 segundos del primer vídeo, la cámara enfoca a un tímido Leonardo Favio, en el tren, llegando a su primer festival. Favio descubre la cámara, mira hacia abajo como quién se esconde pero a la vez quiere que lo encuentren, se sonríe, vuelve a mirar, esta vez fijamente a la cámara, y la filmación sigue su recorrido por el tren. 

En ese gesto, en ese cruce de miradas, está guardada toda la poética de Leonardo Favio: mirar hacia los de abajo, sonreír con ternura pero con un dejo de malicia (la cara de una gran travesura ensoñada en sus películas), y después volver a mirar hacia al frente en un gesto de vanguardia que es puro desafío. Crónica de un niño solo, primer largometraje de Favio, recibió el premio del jurado en aquel festival; las crónicas de época nos cuentan que hubo ovaciones de pie para la película. Sellado el encantamiento con la crítica, avanza hacia nosotros para no soltarnos más.

Es el grado cero de la filmografía de nuestro gran Leonardo, y en esa primera película y en ese primer premio, quedan configurados todos sus temas: una ética de la mirada que no busca endulzar las miserias de una infancia atravesada por las desgracias (Polin, nuestro protagonista), ni tampoco construir una buena conciencia que solo sea una paciente víctima de las circunstancias. Polin será el primero de una larga serie de personajes que nos permiten pensar desde un cliché de época que solo en Favio puede restituirse como marca de una poética: sin pudor, me arriesgo a decir, que lo oscuro en toda la filmografía de Favio es finalmente lo que ilumina.  

Las cosas del mundo en el cine de Favio están vivas, desgarradas, avanzan entre una combinación de ternura que se mueve a través de las fisuras y que solo es posible lograr mediante eso que Gonzalo Aguilar y David Oubiña definieron como distancia y afección

Cada vez que vuelvo a mirar Crónica de un niño solo me descubro haciéndome la misma pregunta: ¿Cómo carajo pusiste la cámara ahí, Leonardo? ¿Qué pacto diabólico hiciste para generarnos esta suerte de encantamiento infinito? Son solo dos minutos que arrancan en un primerísimo plano del director del reformatorio (la ley), para que la cámara se mueva enseguida en un sútil travelling por las caras sufrientes de los chicos, las manos cruzadas detrás de la espalda planeando travesuras (ponerse fuera de la ley), y finalmente, el plano infinito; no se si es cenital, no se si es angular, la cámara está como suspendida en el aire, sobre unos de los rincones del techo del reformatorio, y la imágen queda congelada mientras desfilan los chicos por delante de nuestros ojos primero, y luego, aparecen como en un pase de magia, saliendo por el primer piso. Ese pasaje que no se ve es el que construirá Favio, la zona intermedia entre la ley y la salida de la ley; de la geometría del encierro dibujada por un plano de otro planeta, a unos efímeros y pequeños pasos de libertad dónde los chicos avanzan y no los podemos ver. 

La tradición de Fabular

Lo que sabemos por lecturas más ligadas a la academia, a recorridos personales, incluso a ciertos gestos snobistas que miran embelesados los cultura francesa, Favio lo entendió trabajando en la nervadura de lo popular: el mito es un habla que, permanentemente, nos dicta tradiciones y modos de estar en la cultura. Si entendemos la cultura como el camino que realizamos para conocernos, Favio alteró todos los mapas de la tradición. 

De Juan Moreira al Peronismo, del hombre de barro en Nazareno que se enfrenta al diablo y le gana, a la épica de Gatica y los días más felices (y más trágicos también). Favio estuvo presente en aquel fatídico regreso de Perón, más acá, en 2008, le dedicó a Felipe Sola su Aniceto y luego de escucharlo en la mesa de Mirtha Legrand se encargó de borrar la dedicatoria de todas las copias del peronismo. 

Leonardo eligió las leyendas populares para oponerlas a los mitos tradicionales. Restituida así la relación entre el arte y la política más desde el modo de mirar que desde lo que se mira, la potencia que vuelve inolvidable sus films le debe casi todo a ese momento tan particular en el que los procedimientos de la vanguardia se tocan con el alma popular. ¿Cómo se explica que Juan Moreira haya sido durante 39 años la película más vista del cine nacional? ¿Qué estaba aplaudiendo esa sala llena en el Gaumont hace un par de meses, cuando Nazareno y Griselda quedan envueltos en un trance infinito que empieza en un beso encantado sobre una pradera y termina flotando a la orilla de un río sobre un sol naranja que se recorta al final del plano? 

https://www.youtube.com/watch?v=7Wt2sz1cJpw

Una cosa más, contra la tautología de hoy que nos corroe permanentemente, contra la insistencia de la literalidad, de ver relaciones de causa y efecto en todo procedimiento artístico, de escuchar para confirmar, de ver para revalidar, de leer para asentir; Favio es la desestabilización total, enfocar la tradición para desenfocarla totalmente y entregar en ese gesto otra historia para lo popular. Sabemos el destino de Gatica, sabemos en el primer minuto que Juan Moreira está muerto, sin embargo, lloramos, pataleamos, gritamos y aplaudimos porque morimos por ver el cómo. Favio nos cuenta, no nos enseña. Más que inventar o descubrir, Leonardo nos recuerda aquello que a veces olvidamos, el artista no debe necesariamente inventar algo, sino tener la fuerza y el coraje de encontrar relaciones nuevas. 

El símbolo

El último tiempo Favio paseaba con su pañuelo de gitano envolviendole la cabeza. De esa época son sus vídeos con Maradona (una entrevista que es para lagrimear como con todas sus películas), o las palabras que le dedicó a Cristina Fernandez de Kirchner en el Festival de Mar del Plata, mientras algunos directivos lo escuchaban desde el auditorio y les carraspeaba la garganta. 

Siempre ligado a las tonalidades del habla popular, mientras escribo esto pienso en voz alta que ese modo de mirar de Favio tiene puntos de contacto con la voz que también escucha Rodolfo Walsh en el comienzo de Operación Masacre: no es una plegaria épica y cristalina, un pedido de salvación, es la vida de un laburante que se desgarra en un “no me dejen solo, hijos de puta”. 

“Que hace el desmesurado/ en el mundo de todas las medidas”, se preguntaba Marina Tsvietáieva. Creo que la desmesura, cuando opera en Favio con estos procesos alquímicos que nos regala en sus películas tiene algo imposible de homenajear. Sin embargo, el Festival de Mar del Plata encontró una frase de Leonardo que se proyecta en todas las pantalla, que circula impresa en todas las programaciones, y un poco se acerca a esa zona desmesurada de Favio: “este es nuestro oficio… testimoniar la historia, cantarles a la pasión, a la poesía: ser memoria”.

Un pañuelo gitano o un yelmo de soldado, quizás Favio llevaba escondido ahí el último rayo, el rayo que no cesa decía Hernández, una máquina de soñar. 

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