El 15 de diciembre de 2022 el estricto orden y cronograma de tareas de la Estación Espacial Internacional (EEI) se vio afectado por un desperfecto en una de las naves que estaban allí acopladas. Se trataba de una Soyuz correspondiente a la misión MS-22 que había volado semanas atrás desde Baikonur, Kazajistán, llevando a los cosmonautas rusos Sergey Prokopyev y Dmitry Petelin, así como al astronauta estadounidense Francisco Rubio.
El plan original indicaba que la nave estaría acoplada a la EEI durante el lapso de seis meses que duraría la misión de sus tres ocupantes. Al término de este tiempo, volverían a subir y así emprenderían el regreso de nuevo a la estepa kazaja.
Sin embargo ese 15 de diciembre la nave que los llevó a órbita sufrió un desperfecto. Desde una de las cámaras montadas en la EEI se podía ver que estaba perdiendo algún tipo de fluido hacia el vacío del espacio. Las investigaciones preliminares indicaron que se trataba del refrigerante. Este producto químico cumple el rol de mantener la temperatura de manera estable, particularmente durante la feroz reentrada en la atmósfera terrestre en las cuales la parte externa de la nave supera los 1000 °C.
Sin posibilidades de reabastecerla con el vital refrigerante, la capacidad de la misma de llevar tripulación quedaba seriamente en duda. En este punto comenzaron a darse una serie de interesantes disputas de carácter técnico y político. Es que el astronauta estadounidense Frank Rubio había viajado en una Soyuz rusa como parte de un programa de intercambio. Meses atrás la cosmonauta rusa Anna Kikina había viajado en una nave Crew Dragon de SpaceX. Este programa data de la década de 1990 en la que EE.UU. apadrinaba al renaciente programa espacial ruso tras la desintegración de la Unión Soviética.
Pero la Guerra de Ucrania puso en tela de juicio la continuación de prácticamente todos los acuerdos entre ambas potencias. Con un devastador efecto para la industria espacial, el conflicto bélico supuso el fin de intercambios como el lanzamiento de satélites comerciales estadounidenses en cohetes rusos o el envío de motores rusos a EE.UU. para ser lanzados desde allí, entre muchos otros.
La comunidad espacial especulaba que el intercambio de asientos entre Washington y Moscú seguiría el mismo destino, sin embargo fue una grata sorpresa cuando se anunció un relanzamiento de dicho acuerdo en vistas al despegue de Anna Kikina desde Florida y Frank Rubio desde Baikonur.
En este contexto, que el astronauta estadounidense quedara varado en el espacio por un desperfecto en la nave rusa agregaba sin dudas un ingrediente delicado a la situación. Incluso se especuló con que la NASA intentaría rescatar a su astronauta de manera independiente. Por ejemplo, se podría haber lanzado una misión de la nave Crew Dragon de SpaceX llevando tres tripulantes en vez de sus habituales cuatro, y luego regresar con Rubio ocupando ese asiento.
No es sencillo, ya que los trajes espaciales de las naves no son intercambiables: el traje que se usa para volar en una Soyuz no se puede conectar con los puertos que tiene la de SpaceX. Y ni hablar del entrenamiento. Rubio estuvo años aprendiendo a volar un artefacto distinto. Si bien las naves de hoy en día son autónomas en gran medida, los astronautas tienen que saber actuar en casos de emergencia y al estadounidense habría que haberle enseñado todos esos procedimientos mientras él estaba en el espacio, algo que nunca se hizo.
En cualquier caso, los rusos no querían saber nada con apoyar un plan que separara a la tripulación mixta internacional. Ellos habían sufrido el desperfecto y ellos mismos querían ser los que provean la solución. El día 11 de febrero de este año, mientras diseñaban y ponían a punto un plan de contingencia, sucedió que otra de sus naves, una Progress no tripulada, también comenzó a perder refrigerante mientras estaba acoplada a la EEI.
Cuando en una misión espacial ocurre una anomalía, se frenan todas las misiones subsiguientes hasta entender qué pasó y cómo se lo puede remediar. Cuando sucede con dos misiones consecutivas ya se puede hablar de un patrón y las precauciones son aún mucho mayores. Afortunadamente, la nave Progress no debía transportar más que carga a la ida y basura a su regreso, con lo cual la ausencia del sistema refrigerante no causó más que un susto sin poner en riesgo plan de rescate alguno.
Y hablando de planes de rescate, lo que sucedió en los últimos días es que una nave Soyuz nueva, la MS-23, viajó hacia la EEI. Partió sin tripulación y voló de manera autónoma hasta acoplarse allí el último domingo. Ahora los cosmonautas y astronautas trasladaran sus asientos desde la averiada MS-22 a la pristina MS-23. Y es que estos asientos son piezas únicas diseñadas a medida con el molde de cada tripulante. Esta forma bien ceñida permite amortizar el golpe del aterrizaje en tierra firme en la estepa de Kazajistán. Una vez que los asientos estén en la nueva nave, se procederá a regresar a los dos cosmonautas y a su colega estadounidense para darle fin a esta novela espacial.
Si bien la tripulación nunca estuvo en peligro, cabe destacar que siempre el plan es que los habitantes de la EEI cuenten con un “bote salvavidas”. El mismo les sirve en caso de que tengan que abandonar prematuramente la estación en caso de alguna catástrofe (por ejemplo: un incendio sin control o una emergencia médica). La tripulación de la Soyuz MS-22 ya lleva semanas sin un bote salvavidas y sin dudas la comunidad espacial dormirá más tranquila cuando hayan regresado sanos y salvos.