La recuperación económica post covid estuvo marcada por un récord histórico de exportaciones, superior a los 100 mil millones de dólares. Pero ni siquiera así el Banco Central acumuló reservas. El grueso se fue en importación de insumos productivos y pago de deuda privada, además de la formación de activos externos, la deuda estatal y sangrías varias.
Ese solo dato evidencia los desafíos de la hora. Un problema estructural y un debate que en su momento motivaron severas críticas a Matías Kulfas, Miguel Pesce y Martín Guzmán: si no se fortalecen las reservas en tiempos de bonanza, mal se lo podrá hacer en años de crisis y sequía. Y esos son los años que al final llegaron.
En ese contexto, los principales discursos de campaña rehúyen del debate en el mejor de los casos o prometen incrementar la deuda en el peor. No hay propuestas que aborden esa restricción estructural. Por el contrario: el escenario público está hegemonizado por un afán hacia el recorte presupuestario, como un fetiche, como una competencia por ver quién elimina más partidas, más rápido, con más dolor.
Los dólares
Una línea punteada une a la candidata que piensa que el Banco Central acumula reservas en billetes, a la que anhela abrir el cepo el 11 de diciembre, al que pretende usar divisas como moneda de curso legal y al que propone unificar los tipos de cambio a fuerza de devaluación.
Todos ellos, sin excepción, observan que la carencia de dólares es una limitante nacional, pero no exhiben una senda por recorrer, ni un esbozo de programa, ni un vestigio de salida en un país que perdió este año un cuarto del valor de sus exportaciones y que es, al mismo tiempo, el principal deudor histórico del FMI. Y lo llamativo es que suman, entre todos, al menos la mitad de las proyecciones de voto del próximo domingo.
Pareciera una obviedad, pero toda iniciativa está sujeta a ese limitante externo. Las políticas de salarios, las propuestas tributarias, los planes redistributivos, las previsiones de inversión. Todo choca ante el combo inmanejable de los dólares que faltan para estabilizar la economía, para crecer, para satisfacer las apetencias personales del ahorro, del turismo y para pagar decenas de miles de millones a los acreedores foráneos.
El desafío ante una crisis externa es, en el fondo, la administración de esos dólares escasos, elemento clave para comprender los límites al crecimiento. De allí las restricciones a la compra y el control sobre las importaciones. El problema es un poco obvio y bastante serio, pero no hay candidatos que ofrezcan solución.
Y para peor: ese debate, que a menudo se ignora, ha marcado a fuego y zozobra los últimos cuatro recambios presidenciales. En 2011, con reservas en baja, Cristina Kirchner zanjó las especulaciones imponiendo un límite a la venta de dólares para ahorro. En 2015, Mauricio Macri liberó ese cepo, pero limitó el acceso a los dólares por la fuerza, vía devaluación. Y en 2019, con menos arte y las mismas mañas, hizo exactamente lo contrario: reimpuso el cepo pero recién después de devaluar. Cirugía en un caso, carnicería en otro.
Y ahora, en 2023, hay opositores que sueñan con otra devaluación descontrolada, al estilo agosto de 2019, forzada por la volatilidad de los dólares paralelos, la brecha cambiaria, la especulación de los exportadores y la presión del Fondo. Todo un desafío para un gobierno que hace cuarenta meses soporta estoico las presiones devaluatorias. Las decenas de tipos de cambio diferentes son, en rigor, maniobras para no devaluar el dólar oficial. Difícil imaginar que lo haga justo ahora, en período electoral. Pero quién sabe.
En cualquier caso, no es casual que dos de los tres principales candidatos opositores hayan prometido en campaña que una montaña de dólares desembarcaría en el país como blindaje en caso de ganar las elecciones. Se trata de un recurso un tanto absurdo, un pase de magia para sortear una restricción estructural, pero eficaz al menos para identificar lo obvio: sin dólares no hay paraíso. Y todo recambio presidencial sin dólares es una crisis potencial.
Los pesos
Lo curioso, sin embargo, es que una constante en este tramo de la campaña ha sido la promesa generalizada de recortes como destino inexorable, como si fuera una patriada. Un mensaje ya instalado, monolítico, resignado. Patricia Bullrich habla de recortar un 6% del PBI. Javier Milei amenaza con privatizaciones y cierre de ministerios. Horacio Rodríguez Larreta promete desarmar el «Estado elefante».
Es como si ambos debates fluyeran por dimensiones paralelas, incapaces de conectarse, como si la falta de dólares fuese un contenido pétreo de la realidad argentina que sólo se afronta recortando gastos en pesos. Como si, en definitiva, no hubiese otra forma de afrontar una sequía o una deuda en dólares que no sea eliminando el Ministerio de Salud, rifando una petrolera o privatizando la aerolínea de bandera.
Lo preocupante, en todo caso, es que quienes reciben el mensaje pro-recorte son millones y millones que, a diferencia de unos pocos miles, no eligieron ni inciden sobre la restricción externa. Son, en buena medida, trabajadores y trabajadoras cuya principal preocupación es, a esta hora, no perder más poder de compra.
Y pese a ello, lo que se ha instalado como discurso dominante es, en esencia, una ecuación según la cual la falta de dólares debe afrontarse recortando el gasto público en pesos, para así luego poder levantar el cepo y entregar nuevos dólares a esos 800 mil ahorristas que los compran todos los meses, a las 500 mil personas que viajan a Europa cada año y a los dueños de los 430 mil millones de dólares que duermen en las 600 mil cuentas bancarias de argentinos radicadas en el exterior.
Para financiar ese desfalco, se anuncia, es necesario husmear el presupuesto “con una lupa y un bisturí”, al decir de Rodríguez Larreta, para recortar toda partida que se pueda. Una estrategia probada en 2018-2019, que decantó en menos ministerios y –al mismo tiempo– en más desocupación y pobreza.