En la década del noventa, el tema ‘Freedom’ de la banda norteamericana y de simpatías izquierdistas, Rage Against the Machine, decía que la “ira es un don” (anger is a gift). Saber canalizar el enojo hacia un objetivo sin duda lo convierte en un don. El enojo de una porción importante de la sociedad argentina -tras el deterioro de sus condiciones materiales de existencia luego de los gobiernos de las dos principales coaliciones políticas del sistema- es el don que le permite a Javier Milei ocupar un lugar que nadie hubiese imaginado antes del último domingo.
¿Por qué Milei, figura central del experimento vernáculo copiado de la derecha alternativa norteamericana y emergente local del ascenso neofascista global, no iba a terminar por canalizar la bronca ante un sistema político que, por derecha y por izquierda, hace ocho años que no viene dando respuestas a los problemas de la gente y que además defraudó las expectativas depositadas primero en Macri y después en Alberto Fernández y el Frente de Todos?
Hay algo real en el discurso enloquecido de los autodenominados “libertarios” y es que la clase política que llaman “casta” hace rato que no brinda soluciones a los problemas que acusa la gente. Esta es la piedra angular donde se edifica exitosamente el delirio: prometer un cambio “desde afuera” de una clase política que, desde sus falencias, es señalada apelando a los prejuicios de la antipolítica más regresiva. Porque para que esto logre encontrar un terreno fértil donde crecer, la política tiene que haber dejado de lado hace tiempo su capacidad de transformar la realidad en beneficio de las mayorías populares. Y esto viene pasando hace al menos dos gobiernos.
Y más allanado tuvieron el camino estas opciones radicalizadas cuando la figura política más popular y disrruptiva del país, Cristina Fernández de Kirchner, tal vez quien mejor podría canalizar las angustias populares hacia un horizonte más justo y creíble, fue proscripta y víctima de un intento de asesinato. No hay que olvidar que este triunfo de Milei tiene lugar a menos de un año del atentado contra la vicepresidenta quien meses atrás anticipó el actual escenario político.
¿Fue acaso este intento de magnicidio un punto de quiebre para avanzar en la institucionalización de un cordón sanitario que actúe como un freno al avance del neofascismo que pone en peligro la paz social? No, y eso que tuvimos bien cerca la experiencia brasileña de Jair Bolsonaro con estrategias y metodologías que parecen casi calcadas. Con la salvedad que Cristina podría haber sido candidata. Esa posibilidad estaba aunque el Poder Judicial la vetara posteriormente. Pero implicaba una decisión política de llevar adelante una confrontación popular. Una batalla no mucho más difícil de la que actualmente tiene que dar Unión por la Patria con Sergio Massa; pero con la diferencia que en el primer caso se hubiera ido a la pelea con la figura política más popular desde una actitud más ofensiva.
El constante bombardeo de manifestaciones públicas de odio e intolerancia que demonizan a la vicepresidenta, al kirchnerismo, a los pobres y excluidos que reciben ayuda social, y a todo tipo de expresión política y movilización favorable a los intereses populares no son una novedad en la política argentina. Discursos de odio que vienen siendo fomentados por sectores de la derecha política, periodistas de los medios hegemónicos, empresarios que financian a Milei y figuras públicas de diversos ámbitos se dan en el marco de 40 años de una democracia representativa que acumula deudas y falta de respuestas a necesidades básicas de vivienda, salud y educación. En este contexto el rol de los medios no fue menor. Solo en 2018 a Milei le hicieron 235 entrevistas y tuvo 193.547 segundos de aire, según un relevamiento realizado por Ejes Comunicación.
Ahora bien, ¿esto quiere decir que un 30% del electorado entonces prefiere salidas autoritarias, vender órganos y cerrar ocho ministerios nacionales? ¿o está enojado por tener una democracia donde comer, curarse y educarse cada vez cuesta más?
Cabe preguntarse, sobre todo para despejar impresionismos ¿cuánto de ideológico y cuánto de enojo canalizado hay en los 7 millones de votos a La Libertad Avanza? ¿Cuántos de los perjudicados por los recortes a los planes sociales a pedido del FMI estarán en esos 7 millones de votos “libertarios”?
Efectivamente hay un corrimiento del centro político hacia la derecha lo que no significa que la sociedad argentina se volvió fascista. Esto último queda de manifiesto cuando se desglosa el voto “libertario” y se observa que no todos los votantes coinciden con las propuestas planteadas.
Pero además del triunfo de Milei y de la victoria de Patricia Bullrich en su interna, otro dato político, tal vez el más relevante de estas PASO, es el crecimiento del ausentismo. Con un 69,6% de participación, uno de los registros más bajos en elecciones presidenciales desde el regreso a la democracia en 1983. Se sigue verificando una desafección del pueblo y la ciudadanía en general hacia la política. ¿No es Milei también parte de este fenómeno?
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Uno de los principales castigados por el voto bronca de Milei fue sin duda Juntos por el Cambio y en particular Horacio Rodríguez Larreta, a pesar de su radicalización tardía que le costó la vida a Facundo Molares en una represión incomprensible y tribunera de la policía porteña. La mala perfomance electoral del jefe de gobierno porteño y el tercer lugar del peronismo, vienen a terminar de confirmar lo ajena al clima de época que resultó ser una estrategia centrista dirigida a tratar de “cerrar la grieta”.
Esta moderación, que también malogró tempranamente el gobierno del Frente de Todos, se dio de bruces ante una parte significativa de la sociedad cansada de trabajar cada vez más y que la plata no alcance. La economía no determina todo pero tras ocho años donde el bolsillo duele y la vida no paró de precarizarse, lo económico juega fuerte. Más todavía crece el enojo cuando el crecimiento económico se los llevaron cuatro vivos y el FMI tal como Cristina alertó en su momento.

¿Está todo perdido? No. Hay que salir del derrotismo y para eso es necesario recuperar la audacia, la épica y capacidad de disputa que caracterizó al movimiento nacional y popular en otras épocas no tan lejanas. En este sentido, Juan Grabois y Axel Kicillof son quienes mejor comprenden el texto y el contexto y quiénes salvaron las papas en esta elección. En un oficialismo con casi nada para ofrecer -salvo mantener una realidad de tres dígitos de inflación porque lo que está enfrente es peor- uno con gestión, otro con propuestas de reformas estructurales y ambos confrontando con la derecha y no pareciéndose a ella demostraron con hechos y votos el rumbo a seguir. Moderar discursos y banderas para evitar que la derecha se radicalice está claro que, no solo ya no sirve, sino que resulta inconducente y peligroso.
Más aún cuando enfrente se juega fuerte y “sin miedo al costo” como declaró Patricia Bullrich luego del asesinato de Facundo Molares. En este sentido, en su discurso triunfal cargado de ideología y doctrina, Milei apuntó directo al sentido igualitarista que persiste en una sociedad como la argentina que tuvo décadas y décadas de movilidad social ascendente pero en la cual hace mucho tiempo que dejó de existir “mí hijo el doctor”. Un factor no menor para sumar al análisis y que a la vez vuelve “revolucionario” cualquier intento moderado de redistribución más equitativa de los ingresos. Lograron correr la vara del debate público a la derecha al punto de que, como dijo tiempo atrás el dirigente español Pablo Iglesias a este medio, “un socialdemócrata parezca de extrema izquierda”.
No deja de ser un problema estructural para una corriente política de tradición inclusiva como fue el peronismo en la mayor parte de su historia convivir con una parte importante de excluidos y excluidas del sistema y sin poder dar respuesta a las transformaciones regresivas que el capitalismo neoliberal produjo en el mundo del trabajo en las últimas cinco décadas.
No obstante, el sistema político argentino cuenta con reaseguros fuertemente asentados en una larga tradición del movimiento obrero y una excepcional militancia de derechos humanos. Dependiendo de los resultados finales se verá cuán fuertes y vigentes siguen siendo estos anticuerpos que supimos construir en décadas de lucha.
Por lo pronto, surge la necesidad primera de fidelizar el voto de Grabois, salir a buscar el voto del “Cordobesismo” (Juan Schiaretti) y fundamentalmente tener políticas concretas para revertir la crisis socioeconómica y ambiental, más un mayor involucramiento de Cristina en la campaña para recuperar ese voto que votó con esperanza al Frente de Todos en 2019 y hoy se ausenta.
No por nada lo primero que hizo Milei en su búnker fue atacar directo al ideario igualitarista, heredado principalmente del peronismo, calificando a la justicia social de “aberración” y a la conquista de derechos de “atrocidad”. Si logran terminar con esta pasión igualitaria, un sueño húmedo fallido y de larga data para la derecha vernácula, tendremos que hablar de un cambio social profundo de consecuencias difíciles de prever.
La suerte no está echada. Son tiempos de crisis y caos. Pero una sociedad no puede vivir permanentemente en la indefinición de horizontes. En definitiva, será todavía la correlación de fuerzas que podamos construir, sin posibilismos y concesiones, la que terminará definiendo si los de arriba o los de abajo marcarán el rumbo de los próximos años de nuestra historia.