Podría parecer un abuso de endogamia, incluso de autorreferencia, apelar a una jerga local -porteña, corporativa- para dar título a una película como Puan, protagonizada por profesores universitarios de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Para quienes no forman parte de ese submundo, los directores, María Alché y Benjamín Naishtat, explican en una entrevista que Puan “es algo difícil de definir, es un lugar (…) en la calle del barrio del Caballito, (…) y la facultad que siempre ha estado ahí se terminó por llamar Puan, como si fuera su sobrenombre”.
Podría ser autorreferencial, sí, y en parte lo es, de forma deliberada: el profesor de Filosofía que protagoniza la historia, Marcelo, se llama igual que el actor que lo interpreta, Marcelo Subiotto, quien en la vida real tuvo un breve paso por esa carrera. Ambos directores, además, están vinculados de un modo u otro al mundo puaner: Alché fue estudiante y Naishtat es hijo de un profesor de Filosofía. Los directores se ocuparon incluso de incorporar a estudiantes, docentes y no docentes de la Facultad en cameos a lo largo de todo el film.
Parecería endogámico, y lo es, pero no del todo, porque “Puan” es parte de una jerga que circula paredes adentro de la institución, sí, pero también es el nombre de un afuera que la aloja. Es el nombre de una calle: no cualquiera, sino la que alberga la sede principal de la Facultad desde la década de 1980, cuando se crearon otras dos facultades, la de Psicología y la de Ciencias Sociales, y Filosofía y Letras tomó la forma que, a grandes rasgos, tiene todavía hoy.
“Puan”, es, entre otras cosas, la Filo de la democracia. Esa facultad que, en los años 80, estuvo atravesada a la vez por el debate entusiasta, reabierto después de la represión y el exilio que había impuesto la dictadura, y por los dilemas que se planteaban frente a una producción de conocimiento y de pensamiento crítico que se institucionalizaba y se profesionalizaba, pero a la vez parecía perder su capacidad de intervención transformadora más allá de las paredes de la universidad.
Si Puan, la comedia, se puede ver más allá de Puan, la Facultad y la calle, es en parte porque el mismo film tematiza esa relación siempre compleja entre el adentro y el afuera de la institución universitaria. Como señaló Tamara Tenenbaum en su lúcido comentario de la película, la historia es un conflicto entre un puaner puro y un outsider: el profesor que representa Subiotto, que se formó y trabajó toda su vida en la Facultad, debe enfrentar en el concurso de la cátedra de Filosofía Política a otro profesor, interpretado por Leonardo Sbaraglia, que viene del exterior y pretende quedarse con la titularidad.
El protagonista tiene tanto miedo de perder su lugar como profesor que, antes del concurso, llega a afirmar: “En el único lugar donde soy algo, es en Puan”. El puaner en su máxima expresión. La vida del personaje de Subiotto, de hecho, parece ser fallida fuera de la facultad: es un padre que no está ahí cuando su hijo lo necesita, no parece sentirse del todo cómodo con la militancia feminista de su esposa y no consigue que otros trabajos lo entusiasmen. Es, además, una especie de cantante frustrado, que fracasa una y otra vez en sus intentos por cantar en público su tango favorito, “Niebla del riachuelo”.
La excepción es una escena en la que Marcelo coordina un taller de filosofía en un espacio que parece un bachillerato popular. Allí el protagonista demuestra que, pese a lo que él mismo cree, sí es alguien fuera de Puan. En esa misma escena, nos muestra que la filosofía, lejos de ser un ejercicio abstracto, cultivado por especialistas que redactan papers que sólo leerán y discutirán sus pares, es una forma de vida, la que cualquier sujeto adopta cuando se plantea preguntas, esas preguntas importantes y no solo urgentes, las que incomodan y no solo las de respuesta fácil.
A medida que transcurre la historia, la relación entre el Puan de las aulas y el de la calle, entre la filosofía como práctica académica y como forma de vida, se vuelve más intensa. También se vuelven más vitales las preguntas que se planteen para los personajes, que se dedican a la filosofía política y se van a ver interpelados, a lo largo del film, por preguntas políticas decisivas: “¿Qué hacer?”, interroga una joven militante en una “pasada” por un aula; “¿qué es un pueblo?”, llega a preguntar el personaje de Sbaraglia, en un momento cúlmine de la historia que, sin spoilers, presenta sugerentes resonancias con la historia argentina del presente y del pasado.
Es que, viendo Puan, también es inevitable poner en relación el adentro y el afuera del cine, en un momento en que la educación pública y la universidad se encuentran bajo amenaza. No es casual que el blanco principal de ese ataque sean las humanidades, zonas del conocimiento que se resisten a ser reducidas -en el sentido policial del término- a la lógica utilitaria y de la mercantilización de todos los aspectos de la vida que nos proponen las distopías del neoliberalismo zombie.
Puan se resiste a esa reducción porque defiende la filosofía en su sentido más vital, pero también porque apuesta por la comedia y por la risa, que son formas de resistencia en tiempos oscuros, de pasiones tristes, en los que parece que solo hay motivos para lamentarse.
Pese a sus inspiraciones autobiográficas y al documentalismo de las escenas filmadas en el edificio de Puan 480, sería injusto decir que la película de Alché y Naishat es una representación fiel de la realidad institucional de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Sería demasiado aburrido si así fuera. Después de todo, si hay algo que la universidad y el cine tienen en común, es que habilitan espacios para la creación de mundos posibles, para la imaginación filosófica, artística, crítica, política. También ahí hay una forma de resistencia, de esas que hoy más que nunca resulta necesario preservar.