No es fácil entender lo que pasó en la primera vuelta de las elecciones presidenciales argentinas. La tentación es creer que primó el fervor democrático por sobre la economía o la corrupción, pero siempre todo es más complejo. Si uno se permite aventurar, el sorpresivo resultado de Sergio Massa, que saltó del tercer puesto en las primarias al primero en las generales, podría explicarse –en principio– por tres factores.
El primero es el territorial, fundado en un crecimiento de votos palpable en la totalidad de los distritos, recuperando el peronismo un músculo federal que pareció perdido en las primarias. Hubo allí aportes destacables de Santa Fe (pasando del 21% al 29%), provincia de Buenos Aires (de 32% a 44%), ciudad de Buenos Aires (de 23% a 32%) y Tucumán (de 33% a 44%). Y queda margen para crecer en provincias como Córdoba y Mendoza, donde el desempeño sigue por debajo de lo obtenido en 2015 y 2019.
En segundo lugar, lo discursivo-ideológico también ofrece una posible explicación. En particular porque el nuevo electorado que conquistó Unión por la Patria es, en buena medida, el que perdió Juntos por el Cambio en su vertiente moderada, la que representaba Horacio Rodríguez Larreta hasta agosto. La estrategia dura y confrontativa de Patricia Bullrich le sirvió para ganar su primaria, pero la privó de margen para crecer en las generales y quedó allí huérfano un tipo de votante centrista preocupado por el ascenso de Milei.
Y por último, admítase, también lo económico explica en parte el crecimiento de Sergio Massa. No porque se haya percibido una mejora en la situación general del país, sino porque por primera vez en años el oficialismo comprendió la necesidad de incrementar los ingresos de manera urgente y efectiva. Punto allí a favor de la devolución del IVA en productos esenciales.
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En ese marco, habrá que ver ahora si el peronismo y afines logran pescar nuevos votantes entre quienes este domingo acompañaron a Patricia Bullrich, máxime después de su discurso de derrota en el que estuvo implícito su apoyo a Javier Milei. Ese 24% del electorado, se sabe, no es monolítico, se fragmentará de alguna manera, aunque vaya a saber uno en qué proporción. En cualquier caso, hubiese sido preferible algo de sensatez por parte de la ex ministra de Seguridad, al menos por respeto al sistema democrático.
El camino deseable era el de Alemania y Francia, donde la cosa hasta ahora funciona. Así evitaron que la extrema derecha llegue a puestos ejecutivos. Se trata de los famosos «cordones sanitarios», una suerte de cerco político a la propagación de ideas –llamémosle– fascistas, ya sea excluyendo a los partidos extremistas de los acuerdos parlamentarios, como en el caso del AfD alemán, o evitando apoyarlos en elecciones de segunda vuelta, como sucede con el (ex) Frente Nacional francés de Marine Le Pen.
La estrategia era bastante sencilla, pero Bullrich perdió este domingo la oportunidad de convertirse en estadista y dejó abierta la posibilidad para que un participante del juego democrático rompa al sistema desde adentro. Restará ver si su posicionamiento de cara a la segunda vuelta es sólo suyo y de Mauricio Macri, eventual embajador de Milei, o si los radicales y los dizque moderados del PRO también la acompañan. Uno apostaría que no, pero siempre es mejor no apostar.
Por lo demás, incluso si Juntos por el Cambio llamara abiertamente a votar por la extrema derecha, no es seguro que su electorado responda cohesionado. Entre ellos hay antiperonistas furiosos, por supuesto, pero también radicales nostálgicos, opositores de centro, demandantes de mayor seguridad y hasta adultos mayores de perfil conservador poco proclives a apoyar aventuras impredecibles como la que propone Milei.
Allí precisamente es donde flaqueó el candidato de La Libertad Avanza. En el segundo tramo de la campaña, lejos de moderarse para captar votos de Juntos por el Cambio, mantuvo un discurso extremo que le impidió ampliar su base electoral. Desaprovechó así su momento de gloria, esas semanas en las que estuvo en el centro de la escena repartiendo ministerios como si ya hubiese ganado. “Estamos preparados para gobernar hoy si es necesario», dijo dos días después de las primarias. Algo de amateurismo se huele ahí.
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El alivio es evidente, pero lo que resta de campaña no será menos estresante. Tal vez en ese cuadro Massa pueda aprovechar el aura que desperdició su contrincante y ofrecer una imagen presidencial atractiva y convincente. Se avecinan cuatro semanas para gestionar y hacer carne la esperanza que está desde anoche depositada en él.
Por lo pronto, la estrategia esbozada en el discurso del triunfo parece la adecuada, aunque no menos compleja: la promoción de la unidad nacional tiene buena prensa, pero sumar densidad política será todo un desafío –para los ajenos y también para los propios–. Recuérdese que en esa lista de futuros posibles aliados está, por ejemplo, el gobernador jujeño Gerardo Morales.
En ese marco, los datos finales: si Massa logra captar a todos los votantes del Frente de Izquierda y la mitad de los de Juan Schiaretti, aun así deberá hacer un esfuerzo titánico para seducir a al menos un tercio del electorado de Juntos por el Cambio. Difícil, está claro, pero hasta ayer nomás todo esto era bastante más improbable y acá estamos.