En poco más de dos meses -desde las PASO hasta las elecciones generales-, el escenario político argentino cambió al punto tal que parece que ambos comicios tuvieron lugar en diferentes épocas. Casi como en un multiverso, la coalición oficialista pasó de un fatalismo distópico a recuperar millones de votos, ganar en 8 provincias más, reducir el voto en blanco y estar cerca de la reelección con un halo de esperanza en un futuro diferente del propuesto por la derecha del espectro político. Casi un milagro tras 10 años consecutivos de caída del salario real.
Pero, ¿qué pasó en este lapso de dos meses para que Unión por la Patria (UP) haya logrado poner un freno de mano al avance de la ultraderecha que se percibía inexorable y a la vez renovar para el peronismo y el campo popular un proyecto distinto al propuesto por el experimento liberal autodenominado libertario y la derecha de Juntos por el Cambio (JxC)?
También cabe preguntarse algo que resulta inexplicable para los voceros mediáticos de la verdadera casta (la empresarial) que hace décadas impone sus intereses minoritarios sobre las mayorías populares: ¿cómo es posible que el electorado haya vuelto a elegir a un peronismo que en su mandato tuvo profundas crisis internas, que no resolvió el problema de la inflación y por ende el deterioro del poder adquisitivo del salario y que además defraudó el mandato electoral que lo puso en el gobierno en 2019?
¿Fue el miedo a las medidas disparatadas que los libertarios explicaban en los medios? ¿Fue el impacto en el bolsillo de las políticas redistributivas que Sergio Massa desplegó a contrarreloj desde el Ministerio de Economía sumado a su capacidad de ordenar al peronismo? ¿La muy buena gestión de Axel Kicillof en la provincia de Buenos Aires? ¿Una conducción unificada del frente de gobierno que no hubo hasta ahora? ¿Los gobernadores provinciales moviendo el aparato? ¿El voto de las mujeres y el colectivo LGBTTIQ+? ¿O una conjugación de todos estos factores?
El peso del bolsillo y el miedo al estallido
Sin duda cada una de estas cuestiones influyen en los resultados que se dieron el domingo 22 de octubre. Pero también hay algo estructural que escapa a la coyuntura y que nos habla de un piso de buen sentido bastante sólido en gran parte de la sociedad que, a pesar de la crisis que padece, le dijo que no a la mercantilización de todos los aspectos de la vida, al negacionismo con respecto a los crímenes de lesa humanidad y la crisis climática, a la dolarización y pérdida de soberanía y a la privatización de lo público. Y que tampoco se mostró dispuesta a resignar derechos como los conquistados por el movimiento feminista y LGBTTIQ+.
En resumen, la campaña del miedo fue efectiva y la micro-militancia parece haber influido en esta remontada. La distopía puede ser atractiva para la ficción pero evidentemente no para la vida. Hubo un voto en defensa y reafirmación de ciertos consensos básicos e históricos que, por ahora, la sociedad argentina no está predispuesta a romper.
Queda claro que no es sencillo quebrar la pasión inclusiva que caracteriza a una sociedad como la argentina que tuvo los beneficios de una temprana movilidad social ascendente. Solo resta construir una alternativa y dar la batalla cultural para que este piso se potencie, irradie y multiplique, y nunca más una parte de nuestros compatriotas vea en una copia mala, tardía y de dudosa salud mental de la alt right norteamericana un escape posible a sus penurias. Se trata de no ceder terreno en la disputa ideológica ampliando hegemonía con la incorporación de otros sectores, pero sin perder el núcleo popular, ese que en última instancia, como dice Álvaro García Linera, “son los que dan la batalla por ti”.
Sin dudas es momento de componer una nueva canción y que el movimiento nacional y popular vuelva a recuperar la iniciativa política y su capacidad disruptiva. Más aún cuando la derecha neoliberal no tiene nada que ofrecer más que el mismo recetario que viene aplicando hace 50 años en diferentes lugares del mundo causando desastres sociales. Aunque ahora lo vistan con ropaje autoritario y distópico, en nuestro país la memoria de la tragedia que generó el neoliberalismo extremo sigue vigente y le puso en las urnas un límite a quienes pretenden volver a ese pasado traumático.
¿Quién escribirá la nueva canción?
Resultó llamativa la ausencia de Cristina Kirchner en el búnker de UP en Chacarita y hasta en el discurso triunfante del ex intendente de Tigre. Ni hubo videollamada desde Río Gallegos como en otras oportunidades, solo un fuerte agradecimiento de Axel Kicillof para la vicepresidenta.
¿Cuál será el futuro de La Cámpora y Cristina en el peronismo? ¿Encontró finalmente la ex mandataria en el binomio Massa/Kicillof lo que no halló en Alberto, es decir, ser escuchada? ¿Es Massa el mejor sucesor y a la vez alguien con potencialidad y poder propio para desplazar su centralidad política en el peronismo?
En principio está claro que por los vínculos que tiene con gobernadores -incluso de la oposición- y barones del conurbano, tiene condiciones para hacerlo. Sumado a la vocación de poder que viene mostrando resulta evidente que, como bien señala el jingle, él no es Alberto Fernandez.
Sin dudas con esta recuperación electoral emergen nuevos liderazgos en la coalición oficialista. Sergio Massa y Axel Kicillof son los dos grandes ganadores y con ellos llega el turno de la generación nacida a principios de los años ‘70, que vivió el menemismo, la crisis del 2001 y la década progresista latinoamericana. Una generación demasiado joven cuando moría la argentina peronista del siglo XX y que aún goza de juventud pero con la experiencia y el recorrido suficiente para encarar los desafíos que impone la actual policrisis civilizatoria que amenaza nuestro bienestar en el siglo XXI.
Tal vez está renovación también sirva de carta de triunfo sobre todo si Milei persiste en retomar la línea de Patricia Bullrich de polarizar con un kirchnerismo que no es el mismo de otras épocas y donde el centro de gravedad parece moverse hacia otras figuras, algo que parecía muy poco probable apenas algún tiempo atrás. El socio más incómodo en 2019 pasó a ser, cuatro años después, el salvador de un peronismo a la deriva y en situación de desgobierno.
¿Será el actual ministro de Economía un buen intérprete, como lo fue en su momento Néstor Kirchner, de aquello de “bendecir a todos” que Perón le decía John William Cooke en su reconocido debate epistolar?
¿Y a la derecha qué?
Dos conclusiones rápidas emergen de estos comicios. Milei no pudo sumar más votos con respecto a las primarias, pero tampoco perdió y la pésima performance de Bullrich deja a JxC, una fuerza que ya viene en crisis, al borde de la ruptura.
Una vez consolidada la tendencia en el escrutinio, el líder de La Libertad Avanza (LLA) salió a pedir los votos de Bullrich a quien poco días atrás acusó de poner bombas en jardines de infantes durante su juventud. Esto demuestra la necesidad imperiosa del dirigente ultraderechista de sumar votos para tener alguna chance en el ballotage. Un pedido que a la vez tensiona a JxC a la ruptura dadas las negativas a llamar a votar a Milei que ya expresó Gerardo Morales, presidente de la Unión Cívica Radical (UCR), e incluso el ala moderada del PRO liderada por Horacio Rodríguez Larreta a quien Milei acusó de “tener rasgos colectivistas” y no representar “las ideas de la libertad”.
Mientras tanto, hace rato que Mauricio Macri se viene mostrando dispuesto a dinamitar la fuerza política que creó hace casi dos décadas para apostar sus fichas al candidato libertario. Es evidente que el porcentaje de votos de Bullrich no es un bloque monolítico. Restará ver cómo se reparten en noviembre esos apoyos que obtuvo en la primera vuelta.
Hasta el momento pareciera que el núcleo duro macrista apoyaría a Milei. Aunque tampoco resulta descabellado imaginar que muchos y muchas no se sientan especialmente convocados a participar del comicio en noviembre. Desde ese punto de vista, si parte de ese electorado se vuelca esta vez a la abstención, no sería algo malo. Queda esperar si la UCR finalmente llama en bloque, o al menos mayoritariamente, a votar por Massa o no. Y sobre todo si pone a jugar al menos una parte de su aparato -aquel que resultó indispensable para el triunfo de Maci en 2015- en vistas a integrar el “gobierno de unidad nacional” que Massa no se cansa de proponer.
¿Les servirá a LLA la estrategia de moderarse, dejar de apuntar a “la casta” y asumir el discurso antikirchnerista del núcleo duro macrista? Es tal la desesperación por perforar el techo de votos que su líder propone incluso incorporar miembros de la izquierda a un posible Ministerio de Capital Humano: “En ese tema son los que más saben, y pueden ayudar, por lo tanto me importa tres rábanos lo que piensen de la teoría valor-trabajo”, declaró Milei.
Ballotage para renovar el pacto democrático
Quedan por delante cuatro semanas intensas de cara a la votación del 19 de noviembre. El camino recorrido en estos últimos meses transcurridos después de las PASO mostraron al oficialismo la necesidad de seguir recuperando el poder adquisitivo de una población muy castigada por la inflación y las amenazas de recurrentes corridas desestabilizadoras.
Volver a tomar la iniciativa y la senda de las políticas redistributivas con medidas más audaces de las que se venían aplicando tuvo su rédito político en tiempo récord para la coalición gobernante. Esto deja en claro para UP que el camino de la moderación de los últimos años fue una política errada y que, por el contrario, es a través de la recomposición de los golpeados ingresos de los argentinos, de la defensa de la soberanía y mostrando que la política resuelve y sale de su letargo, lo que hoy vuelve a poner al movimiento nacional y popular con chances de frenar a la extrema derecha y darle a la sociedad otra alternativa que no sea el abismo.
El electorado que acompañó este domingo al peronismo no lo hizo por la política de coquetear con temas de la agenda de la derecha, sino por implementar medidas concretas de corte redistributivo para tratar de paliar la inflación. El voto a UP también puede leerse como un pedido de iniciativa política, liderazgo y cohesión para recuperar una orientación política progresiva y mostrar la gobernabilidad perdida en años de crisis interna.
La experiencia histórica demuestra que los gobiernos y procesos que mejor resistieron los embates desestabilizadores y autoritarios del capital fueron los que se apoyaron en las organizaciones populares, en una sociedad movilizada y apostaron al empoderamiento del pueblo. Ese pueblo movilizado y consciente de que los derechos son conquistas colectivas ya demostró ser el mejor anticuerpo contra las derechas antidemocráticas y los proyectos de hambre y muerte.
¿Y a la izquierda qué?
“Está claro que Massa y Milei no son lo mismo”, declaró este lunes Myriam Bregman, la candidata presidencial del Frente de Izquierda (FIT). Tampoco es igual la actual Argentina que la del 2015 cuando la ultraderecha todavía no era una amenaza local y global. Por eso, esta declaración de la principal referente del trotskismo argentino, poseedora de un carisma que atrae adhesiones de muchos sectores, pareciera ir en sintonía con este clima de época que exige responsabilidad histórica. Un error infantilista similar al del 2015, cuando llamó a votar en blanco entre Macri y Daniel Scioli, puede acarrear al FIT un costo político mayor en esta etapa debido a lo que está en juego para la clase trabajadora y todo el pueblo argentino.
Los niveles inéditos de desigualdad social provocada por décadas de globalización neoliberal, la crisis de las democracias liberales representativas que no dan respuestas a los nuevos problemas y las reacciones conservadoras ante las conquistas del movimiento feminista y LGBTTIQ+, son algunas de las variables que ayudan a ensayar una explicación sobre el crecimiento de las extremas derechas con capacidad de intervención política en diferentes países del globo.
Pero no debemos olvidar que, como también sostiene García Linera, vivimos un tiempo histórico liminal, un umbral donde ya no hay certezas estratégicas sino múltiples crisis con final abierto. No jugar tácticamente en este contexto en favor de quién tiene la posibilidad de poner un límite a la derecha radicalizada con chances de llegar al gobierno, es también una irresponsabilidad histórica. Aunque sea una verdad de perogrullo, el voto no es un cheque en blanco ni implica necesariamente una adscripción ideológica.