Política Mar 15, 2024

Milei y la teoría del garrotazo

El gobierno transita su recesión modelo 1998-2001, pero apuesta a un cambio de régimen monetario modelo 1991 para alcanzar la reactivación modelo 1993, con privatizaciones y alta desocupación.
Abogado laboralista

Nunca está de más creer. Hay quienes creyeron –creímos– que Javier Milei no llegaría a presidente. Pero también hay quienes creyeron que no haría lo que está haciendo. Y hay asimismo quienes creen todavía que si gestiona bien, beneficiará al conjunto. Y más aún: hay quienes creen también que esta experiencia terminará pronto y de manera abrupta.

Como en todo, hay elementos para sostener cualquier creencia, pero también otros tantos para dudar. Lo único cierto, advertido por el gobierno y afines, es que los próximos meses serán cruciales, no para la suerte del presidente, pero sí para la vida de millones. En Casa Rosada, optimistas, aseguran que los meses más difíciles serán solamente dos, los próximos.

Lo cierto es que en los tiempos venideros se profundizará la caída de los ingresos y por ende del consumo. Se verán los primeros efectos de la recesión sobre la desocupación, hoy en piso histórico desde la recuperación de la democracia, pero con una suba proyectada de al menos tres o cuatro puntos. Comenzarán a impactar los aumentos de tarifas en un contexto de paritarias con techo y tasas de interés por debajo de la inflación. Se agudizará el freno de la actividad en la industria y los servicios. Se incrementarán las presiones devaluatorias y se instalará el debate sobre la reactivación económica.

Ese es el escenario al que apuesta el gobierno. Un deterioro controlado de la vida de millones pero sin grandes estallidos ni conflictos. Una recesión brutal como la experimentada entre 1998 y mediados de 2001, pero comprimida en unos pocos meses trágicos, y a rogar que el incurable tenga cura cinco segundos antes de su muerte.

La pregunta es qué hará el Ejecutivo y qué haremos todos nosotros si la recuperación no llega al cabo de seis meses. La sociedad argentina ha soportado recesiones más duraderas, no así tan profundas.

“El fin de la inflación”

Tal vez la caída vertical de la actividad económica, del consumo, de los ingresos y del empleo sólo pueda ser compensada por «el fin de la inflación», el nombre elegido por el presidente para titular su último libro. “Mi compromiso es bajar la inflación y la voy a bajar a garrotazos”, prometió Milei hace diez meses.

En parte por eso lo votaron. Pero pareciera difícil no ver allí un problema: el gobierno sabrá sostenerse firme los próximos meses aunque se profundice la recesión, pero tendrá que ofrecer a cambio una baja sustancial y sostenida de la inflación. Si Milei no tiene su propio 1991, no tendrá su 1993. Esto es: si no puede bajar la inflación «a garrotazos» como hizo Domingo Cavallo con la ley de convertibilidad, difícil pensar que pueda sostener los apoyos hacia la mitad de su mandato.

Por eso aquella pregunta, por eso la duda sobre qué piensa hacer el gobierno si la inflación no cede en la magnitud o a la velocidad que pretende. En principio se descuenta que buscará culpar a la oposición, pero después buscará el garrotazo sin lugar a dudas.

En ese marco es que el presidente y el ministro Luis Caputo deslizaron hace pocos días la posibilidad de contraer nueva deuda con el Fondo Monetario Internacional para financiar la apertura de las restricciones cambiarias y la inauguración de un sistema de «competencia de monedas», como antesala a la dolarización.

Ese es el plan oficial y público del gobierno. Fortalecer las reservas del Banco Central para impulsar el «garrotazo» que liquide la discusión sobre la baja de la inflación. No existe en rigor ningún plan de desinflación paulatina, sino más bien un intento por ganar tiempo hasta dolarizar en su totalidad o para dejar al peso como moneda subalterna.

Hasta entonces, mientras ofrece distracciones en el Congreso, el presidente sigue adelante con sus objetivos claros, procurando llegar a ese momento de exterminio del peso argentino con un programa de doble reducción de costos: las jubilaciones para el sector público y los salarios para las empresas. Sin déficit cero, no hay dolarización posible. Es algo que ha repetido él mismo como candidato al criticar las experiencias económicas de la dictadura y de Carlos Menem. Y lo sostiene.

Así, si la cosa funciona, si en efecto logra que ingresen 15 mil millones de dólares al país –por exportaciones, por el FMI y/o por prestamistas privados– al mismo tiempo que cristaliza el déficit cero, habremos llegado a 1991. Y como todo el mundo sabe, lo que sigue a 1991 es 1992, no 2001.

Milei ´93

Logrado el equilibrio fiscal y con la economía dolarizada, el problema no será la inflación, sino la recesión. Por eso Milei parece dispuesto a acelerar su plan económico. La caída libre modelo 1998-2001 que experimenta el país en estos meses tiene un límite evidente que es la tolerancia social.

El programa de gobierno consiste por tanto en acumular capital político a partir del cambio de régimen monetario. Un cambio que finiquite la percepción de la inflación como el principal problema nacional y conceda aire al presidente para abocarse a la reactivación económica. Transitar, por tanto, su 1993.

Aquel año funciona bien como síntesis del modelo promovido: de un lado, crecimiento del PBI, inflación de un dígito anual y déficit cero, y en su reverso,  privatización de YPF, de la jubilaciones y aumento significativo de la desocupación, que llegaría a su máximo histórico para entonces.

Ese mismo año, Carlos Menem –su gobierno, su plan económico– ganó las elecciones legislativas con el 44% de los votos, un hecho significativo para entender su avance imparable hacia la reforma constitucional de 1994 (39%) y su reelección en 1995 (50%).

La historia, por supuesto, está plagada de imponderables, de eventos capaces hoy de arruinarlo todo. Podría colmarse la paciencia social bastante antes del garrotazo de Milei. Podrían nunca llegar los miles de millones de dólares necesarios para abrir rápido el cepo y modificar el régimen monetario. Podría demorarse tanto ese shock de estabilización que una inflación de entre el 5% y el 10% mensual esmerile la imagen del gobierno. O podría, por ejemplo, no producirse una reactivación después del garrotazo. Podría no haber 1993.

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