En febrero de este año, a poquísimos días de la llegada a la Rosada de Javier Milei, el tema de agenda sobre el que giraba la actividad presidencial no era la inflación ni el déficit cero, ni siquiera el reciente viaje oficial que había realizado a Israel en el medio de un genocidio. No, el “conflicto” más relevante en febrero de 2024 para el flamante mandatario era la financiación del Cosquín Rock y el caché de Lali Espósito. Los cuestionamientos oficiales sobre la procedencia del dinero para llevar adelante el festival (privado) de rock más grande del país contrastaban bastante con el intento de su ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, de “rejuvenecer” su imagen pública paseándose por el predio del Aeródromo de Santa María de Punilla escoltada por el mismísimo José Palazzo, creador del festival, solo dos años antes.
Detrás de estos enfrentamientos que parecían fútiles y de la presencia de la figura de la política reciente más directamente vinculada a la represión policial en un festival masivo que reivindica un género que resistió en dictaduras y guerras, hay un debate de fondo sobre el lugar de la cultura en una sociedad, el rol del Estado en la promoción (o censura) de las expresiones artísticas y culturales y, fundamentalmente, sobre el arte como expresión política, los eventos culturales como espacios donde circulan los discursos políticos y les artistas como actores políticos actives.
En un contexto global de expansión de las expresiones de ultraderecha conservadora y de conflictos bélicos en ascenso, este debate retoma protagonismo. ¿Se puede esperar que la cultura masiva se mantenga al margen del mundo de la cual es producto? ¿Es positivo que los espacios de difusión artística a gran escala busquen ser una ancha avenida del medio como plantea el Cosquín Rock con su intención de reunir “las más distantes ideologías”?
Desde hace 54 años, en la campiña inglesa se lleva adelante el ya histórico festival de artes escénicas contemporáneas de Glastonbury, un evento que nació de la mano de las campañas pacifistas de la década del ’70 y que hasta el día de hoy mantiene una impronta atravesada por el debate político. Entre el 26 y el 30 de junio pasados, se realizó la edición número 38 de este festival que fue creado por Michael Eavis, un granjero de familia laborista que se dedicaba (y se dedica hasta hoy) a producir lácteos, y que decidió fundar su propio evento en los terrenos de su granja en la región de Somerset, al sudoeste del Reino Unido.
Motivado por la proliferación de eventos musicales al aire libre, quiso elaborar una versión menos comercial y más accesible: para la primera edición, en el verano de 1970, el precio de la entrada era de una libra esterlina y les asistentes tenían acceso gratuito a la leche que producían allí. Hoy las casi 200 mil entradas que se ponen a la venta cuestan bastante más que eso pero se agotan en segundos, desafiando el sentido común marketinero que pone a la política (y más aún a las ideas del amplio espectro de la izquierda) como enemiga del éxito comercial.
La política como protagonista
En sus comienzos, Glastonbury fue conocido por ser el festival de la Campaña por el Desarme Nuclear (CND por sus siglas en inglés), organización nacida al calor de las luchas anti-bélicas que surgieron luego de los bombardeos en Hiroshima y Nagasaki (1945) y que crecieron durante la Guerra Fría y la guerra en Vietnam. En su momento, todas las ganancias eran donadas para colaborar con los esfuerzos de la Campaña. Esos orígenes continúan vigentes: la CND sigue siendo una de las ONGs que realiza campañas en el festival y aporta voluntarios a la logística, y el mundo sigue creando nuevas guerras a las cuales oponerse.
En esta edición, el genocidio en Palestina fue un tema que recorrió transversalmente todo el evento. En la previa, Glastonbury recaudó 476 mil libras para la organización War Child, que fueron destinados a la ayuda humanitaria de les niñes en Gaza, principales víctimas de la ocupación israelí. También entre el público se podían ver muestras de apoyo al pueblo palestino, ya sea en forma de remeras, pins y banderas que flameaban frente a todos los escenarios, sin importar qué artista estaba tocando, o con cánticos y llamados al cese al fuego.
Pero el repudio también estuvo sobre las tablas y numerosas figuras se pronunciaron al respecto, con mayor o menor compromiso o vehemencia. Desde bandas masivas como Coldplay hasta artistas locales como las Lambrini Girls o Bob Vylan, pasando por Damon Albarn, cantante de Blur y Gorillaz, que apareció para tocar tres temas con Bombay Bicycle Club y se refirió a lo injusto de la guerra y a la importancia de ir a votar.
El tema también estuvo presente en los distintos espacios de debate político que organiza Glastonbury. En The Left Field, un escenario que combina paneles de discusión sobre temas de actualidad política con recitales de bandas abiertamente comprometidas, se hizo una charla sobre la guerra en Palestina. De ella participaron distintas referencias en el tema, como el periodista Ahmed Alnaouq, que sufrió el asesinato de toda su familia en bombardeos israelíes, y la activista Em Hilton del movimiento Na’amod, organización inglesa integrada por judíes que están en contra de la ocupación y el apartheid. Pero no solo en los lugares específicamente destinados al intercambio de ideas se trató el tema, sino que dispersos en todos los rincones del inmenso terreno que ocupa el festival se podían ver afiches, intervenciones artísticas y pintadas que demandaban el cese al fuego.
Otro de los temas que atravesó de punta a punta el festival fueron las elecciones generales anticipadas que se realizaron solo tres días después del cierre de esta edición de Glastonbury. Tanto a nivel institucional como en las voces y las intervenciones de les artistas, se llamó al público a votar en favor de un cambio tras 15 años ininterrumpidos del Partido Conservador en el poder. En 2017, días después de las elecciones generales de ese año, Michael Eavis y su hija Emily, que es la actual organizadora del festival, convocaron a Jeremy Corbyn, candidato laborista y representante del ala más de izquierda del histórico partido, a que se dirigiera al público en el Pyramid Stage, que es el escenario principal. Lejos de la comodidad de la falta de definiciones, en Glastonbury se han posicionado no solo respecto a temáticas y problemáticas más generales sino sobre figuras concretas de la política local.
En estas elecciones generales, uno de los temas de campaña impulsados desde el Partido Conservador y Reform UK (organización de la ultraderecha inglesa liderada por Nigel Farage) fue la reforma migratoria, a tono con las reivindicaciones anti migrantes que se escuchan por parte de todas las figuras de la alt-right a nivel global. Esto no pasó desapercibido en Glastonbury y el debate estuvo presente en casi todos los ámbitos del festival. El hecho más destacado en relación a esto fue, sin dudas, la aparición de un bote inflable con muñecos que emulaban las figuras de personas migrantes que surcó las olas del público de la banda británica-irlandesa IDLES cuando sonó el tema Danny Nedelko, una canción que habla sobre la deshumanización de les migrantes. Pero ese bote no era cualquier bote, ni era un elemento de utilería más: era una intervención artística sorpresa del mítico Banksy, de la que la banda ni siquiera estaba al tanto. Esta irrupción del artista anónimo tuvo su impacto más allá del festival, y el secretario de Estado de la administración conservadora (saliente) James Cleverly se refirió a ella como “vil e inaceptable”.
La realidad migrante también fue protagonista de una nueva instalación artística que se inauguró en esta edición del festival llamada Terminal 1. En ella se emula el proceso de ingreso al Reino Unido en el aeropuerto pero invertido: el control lo ejercen les migrantes sobre les británicos. Desde el interrogatorio del área de migraciones hasta el chequeo de seguridad y el duty free shop, un grupo de actores provenientes de distintos países y radicados en Inglaterra se ponen en la piel de las autoridades y hacen a les visitantes sentir el rigor del maltrato al que se somete a les extranjeros que arriban a tierras anglosajonas. Estos intérpretes están coordinades por el actor colombiano Miguel Hernando Torres Umba, que es además el que te interroga en el ingreso a la instalación.
Girls just want to have lugar en los escenarios
El año pasado la organización de Glastonbury fue bastante criticada por la falta de diversidad de las figuras elegidas para cerrar las tres jornadas de música en el Pyramid Stage (Arctic Monkeys, Guns N’ Roses, Elton John). Luego de la presentación de la norteamericana Lizzo, que tocó antes de la banda comandada por Axl Rose, hubo consenso en que podría haber sido ella quien cerrara la noche. Ante esto último, Emily Eavis dijo que Lizzo podría haber sido headliner, pero que tardó en confirmar su participación y ya habían cerrado esos espacios con los demás.
Más allá de ese caso en particular, Eavis no pudo escaparle a la polémica y tuvo que abordar el tema de la falta de mujeres en el escenario más convocante del evento. En diversas entrevistas fue consultada por estas críticas y dijo que uno de sus objetivos era lograr un mayor equilibrio en la representación en el festival, que estaban intentando lograrlo pero que el cuello de botella que existe hoy para las artistas mujeres en la industria empieza mucho antes y que debe ser un trabajo que involucre también a las discográficas y los medios. “Yo puedo gritar todo lo que quiera, pero necesitamos que todo el mundo se suba a la movida”, dijo en una nota con The Guardian. A pesar de la falta de diversidad entre quienes encabezaron la cartelera de la edición 2023, el festival en términos generales se acercó bastante a la paridad gracias a los escenarios más pequeños y además registró una representación de artistas no blancos de más del 40%.
Este año, de las tres noches de música en el escenario principal, dos fueron cerradas por mujeres: Dua Lipa el viernes y Sza el domingo. En un momento de nostalgia millennial, Avril Lavigne logró imponer un nuevo récord de convocatoria en el Other Stage, el segundo escenario en importancia, al cual asistieron más de 70 mil personas a verla. Era tal la cantidad de gente, que parte del público tuvo que ubicarse en el sector de acampe. Shania Twain y Cyndi Lauper también congregaron multitudes en sus presentaciones. Evidentemente las mujeres tienen un nivel de arrastre de audiencia que amerita que se las ubique en los lugares que merecen.
Glastonbury en números
Hoy en día, a más de 50 años de su creación, el festival convoca a más de 200 mil personas, entre público, voluntaries, trabajadores y artistas. En los cinco millones de metros cuadrados que ocupa, se distribuyen casi cien escenarios, decenas de instalaciones artísticas, casi mil puestos de comida y miles de carpas en las que se aloja casi el total de les asistentes durante los cinco días que dura el evento. Cuando se ponen a la venta, las localidades, que cuestan entre 350 y 700 libras, se agotan en minutos porque del otro lado hay más de dos millones y medio de personas disputándose un lugar. Ya no son 1500 hippies que pagan una libra y toman leche, hoy Glastonbury tiene una estructura que implica un flujo inmenso de dinero.
De acuerdo a lo que declara el festival, el saldo neto de recaudación que se logra después de cada edición se dona a las ONGs que son parte de la organización: la CND, Greenpeace, OxFam y WaterAid, entre otras. Según el informe de impacto económico de la edición 2023, las donaciones fueron de 3,7 millones de libras. El reporte también afirma que el costo total del festival fue de 62 millones de libras, y 12 millones de ese total fueron gastados en pagos a 258 proveedores locales de la región de Somerset. De acuerdo a medios británicos, los Eavis cobran un salario anual de 60 mil libras.
Detrás de la realización de Glastonbury no hay sponsoreo de grandes empresas, las únicas que tienen presencia explícita son el periódico The Guardian, que vende sus ediciones impresas en stands, y la cadena estatal de noticias BBC, que ostenta los derechos de transmisión y además tiene un escenario propio en el que presenta a artistas emergentes.
Si bien en Glastonbury está abierta la posibilidad de ingresar al predio con todos los alimentos, bebidas y productos que se quiera, dentro hay un mercado de la empresa cooperativa Co-op, que es el único comercio sponsor oficial del festival. Ahí se puede comprar comida, bebida y elementos de higiene personal, todo de producción nacional y a precios accesibles. En un cartel ubicado en el frente del galpón que alberga este mercado se puede leer una dirección: 31 Toad Lane. Esas coordenadas corresponden a la casa en la que se fundó la primera experiencia cooperativa colectiva a fines del siglo XIX. Al lado de la dirección hay dos textos: “Lugar de nacimiento de la cooperación desde 1884” y “Nos importa el mundo que compartimos”.
En 1884 en Lancashire, Reino Unido, se creó el movimiento cooperativo tal como se lo conoce hoy en día. Los Pioneros de Rochdale fundaron la primera cooperativa de consumo de la historia, creada por un grupo de 28 hombres que decidieron buscar un modelo alternativo ante las extremas condiciones de pobreza y la explotación de lo que se conoció como “La década del hambre”, y de esa manera garantizar alimentos de calidad a un costo accesible y dando trabajo a miembros y personas desempleadas. Los Pioneros fueron los responsables de crear los valores que actualmente rigen al cooperativismo en todo el mundo: ayuda mutua, responsabilidad propia, democracia, igualdad de derechos y beneficios, equidad, solidaridad y valores éticos como la honestidad o la responsabilidad social.
El terreno de la Izquierda
La enorme carpa de circo donde funciona el Left Field está decorada con banners gigantes que rezan: “mezclando pop y política” (mixing pop and politics) y “recarga tu activismo” (recharge your activism). Allí, no solo se habló del genocidio en Gaza, también hubo debates sobre las elecciones generales, la situación de la comunidad trans, el drama de las personas migrantes y la crisis habitacional en el Reino Unido. Todo esto se intercalaba con presentaciones de una selección de artistas con conocido compromiso político, organizadas por el cantautor y activista Billy Bragg.
En 2023, Glastonbury sumó otro escenario en el que se realizaron charlas sobre política y cultura llamado The Information. En ese espacio, en el que en este año se habló de clima, activismo, fútbol, radios piratas y el boicot como recurso, se llevó adelante un panel que hacía una pregunta fundamental: ¿Pueden ser los festivales una fuerza de cambio?
En una entrevista de 2019 para el medio Tought Economics, Emily Eavis dijo: “Glastonbury significa cosas distintas para cada persona, pero para mí hay algo realmente vital en reunir a gente que puede vivir pacíficamente, sin conflictos, durante cinco días en medio del campo con unas instalaciones bastante básicas, y salir de allí con la sensación de que pueden cambiar el mundo. Me cuentan continuamente historias de experiencias que cambiaron vidas en el festival, de personas que han cambiado sus hábitos, su estilo de vida, su forma de hacer activismo”.
Quizás cuando Damon Albarn le dijo al público que para apoyar al pueblo palestino era importante votar estaba pescando en una pecera, hablando entre convencides. No hay manera de saber si consiguió que alguien decidiera ir a las urnas o si dio vuelta un voto, tal vez los resultados no son tan lineales. Pero en tiempos de normalización de narrativas de la crueldad y de crecimiento global de nuevas/viejas organizaciones de la ultra derecha, se hace necesario debatir si la cultura y sus espacios de difusión masivos pueden pretenderse neutrales o si tienen que sentar posición, si pueden ser fuerzas de cambio o si solo son iniciativas privadas sin impacto social alguno.
La discusión sobre el binomio arte-política no es nueva, pero hoy se reedita de forma urgente y quizás sea necesario que existan espacios masivos donde se pueda dar de forma explícita y que no dependa de las expresiones individuales de algunes artistas. “La gente que viene a Glastonbury es increíble y generosa. Son positives, y el cambio social es un esfuerzo conjunto entre elles y nosotres. Si podemos cambiar las cosas en el festival, ¿por qué no en toda una ciudad como Oxford, que tiene el mismo tamaño?”, se preguntó Eavis en aquella entrevista. Por algún lado se empieza.