Ambiente Géneros Abr 16, 2022

Coordenadas ecofeministas sobre la crisis ambiental

Frente a un modelo de desarrollo extractivo, capitalista, patriarcal y colonial existen proyectos políticos alternativos desde los cuerpos-territorios con el cuidado como centro.

Son tiempos de reconfiguración del patriarcado capitalista neoliberal y sus efectos sobre los cuerpos-territorios-vidas son cada vez más voraces. En ese contexto se observa la urgencia de defender las mínimas condiciones de reproducción de la vida (como el acceso al agua y los alimentos) ante la captura de la totalidad de los ámbitos donde se despliega la vida humana, incluidos el goce o el futuro.

Es así que, en Latinoamérica en general y en Argentina en particular, los conflictos socioambientales -en tanto desacuerdos sobre el uso, manejo, control, acceso, posesión y/o distribución de territorios o de bienes comunes devenidos recursos naturales- han cobrado una visibilidad pública creciente en los últimos años. Esto se debe a un modelo de desarrollo extractivista que ha implicado el avance de las fronteras productivas sobre zonas que antes eran consideradas marginales. 

En economías desindustrializadas, las lógicas extractivas se vuelven la respuesta para lograr procesos de desarrollo que permitan amortiguar las crisis socioeconómicas. Pero como puede verse en los distintos casos de países del Sur Global, la contracara de este modelo es el despojo, la violencia y la constante amenaza sobre la vidas de comunidades locales, indígenas y campesinas, profundizando históricas desigualdades. 

Las mujeres e identidades feminizadas han visto fuertemente afectadas sus vidas por “el mal desarrollo” que avanza sobre sus cuerpos-territorios-vidas, contaminando y arrasando bosques, montes, barrios o las esperanzas de acceder a una vivienda digna, como sucede en las grandes ciudades. En lo urbano y lo rural la división sexual del trabajo fue acompañada de una división sexual del espacio: producción/reproducción tiene su correlato en público/privado. 

El pensamiento dominante ha construido a distintos lugares del mundo como espacios a ser explotados, saqueados y sacrificados. En este proceso la división ontológica moderna entre naturaleza y cultura devino la fundamentación para su control y dominación. Pero este dualismo no sólo implica una escisión, sino también la jerarquización de una de las partes. Entonces, la cultura se posiciona sobre la naturaleza, dominándola y explotándola, así como lo hará la razón sobre la emoción, la mente sobre el cuerpo y el varón sobre la mujer. 

Val Plumwood, filósofa australiana y referente del ecofeminismo, sostiene que las características patriarcales de la “lógica del dominio” permite explicar la crisis socioambiental actual, ya que la lógica colonizadora consiste en negar toda (inter)dependencia con respecto al polo feminizado y oprimido de la dicotomía (la naturaleza, la emoción, el cuerpo, la mujer) y, a su vez, negar que eso que se define como “naturaleza” tenga fines propios o agencia, o pueda ser independiente de la definición instrumental que la lógica del dominio le asigna. No por nada cuesta tanto lograr derechos para todo lo que conforma el polo feminizado.

Movimiento de Mujeres Indígenas por el Buen Vivir frente al Congreso Nacional, mayo de 2021

No obstante, lejos de una única forma de relación con el entorno, el pensamiento latinoamericano ha mostrado principios plasmados en la idea de “Buenos Vivires” que permiten pensar la alternativa política y económica al modelo de desarrollo hegemónico, capitalista, patriarcal, antropocéntrico y colonial. Construyendo alternativas concretas de vida, producción, reproducción y cuidado con lo “no humano”, disputando las divisiones arbitrarias entre naturaleza/cultura, privado/público, razón/emoción o espiritual/político. Así, a estos avances extractivos se oponen fuertes resistencias sociales que buscan plantear alternativas en las formas de vincularse con eso que desde Occidente se nombró e instaló como “una naturaleza” ajena a los seres humanos. 

En este proceso de disputa abierta se abre un espacio de oportunidad política. El diálogo entre los feminismos y los ecologismos presenta una importante posibilidad de alianza para construir modelos de desarrollo que pongan en el centro la sostenibilidad de las vidas (humanas y no humanas) y no la acumulación del capital. 

Modelos que visibilicen la histórica relación entre la conquista, posesión y explotación de los cuerpos de las mujeres e identidades feminizadas y de los territorios, mostrando el entramado entre patriarcado-capitalismo-colonialidad que las ha relegado históricamente a las tareas de cuidado de la “naturaleza” y de las personas, obligándolas a garantizar las condiciones materiales de subsistencia que hacen posible la reproducción del sistema. 

En este contexto actual de incertidumbres e incertezas, las formas feministas de construcción, el acuerparse, el encontrarse, el hacer con otres, tejiendo redes, desnaturalizando y deconstruyendo las lógicas patriarcales aprendidas, intentando producir conocimientos y alternativas sin caer en otro extractivismo, el epistémico, deviene la posibilidad de imaginar y crear futuros pluriepistémicos, interculturales y relacionales. 

¿Qué es el ecofeminismo?

La filósofa Alicia Puleo sostiene que el ecofeminismo es una nueva visión empática de la Naturaleza y una redefinición del ser humano para avanzar hacia un futuro libre de dominación. Una propuesta teórico-política que muestra la relación entre las mujeres y la naturaleza. 

Los distintos ecofeminismos buscaron explicar esto de distintas maneras. Para las posturas esencialistas el vínculo era “natural” e innato, pero los ecofeminismos constructivistas mostraron cómo históricamente el sistema capitalista las relacionó al subsumirlas y dominarlas.

Según explica Mary Mellor –otra teórica ecofeminista- “es un movimiento que ve una conexión entre la explotación y la degradación del mundo natural y la subordinación y la opresión de las mujeres. Emergió a mediados de los años 70 junto con la segunda ola del feminismo y el movimiento verde”. Así, esta corriente relacionó elementos de ambos movimientos, pero a la vez los desafió. “Del movimiento verde toma su preocupación por el impacto de las actividades humanas en el mundo inanimado, y del feminismo toma la visión de género de la humanidad, en el sentido que subordina, explota y oprime a las mujeres”, sostiene Mellor en su libro Feminismo y Ecología

En la década del 70, la escritora francesa Fraçoise d´Eaubonne acuñó el término para mostrar el vínculo entre la preocupación ecologista por la sobrepoblación y la lucha feminista porque las mujeres puedan decidir libremente ser madres o no. Según afirmaba, no se habría llegado a esta situación si las mujeres hubieran tenido el derecho a decidir. En este planteo sostenía que el cuerpo femenino era propiedad de una misma, y en ese marco era importante prestar atención a los peligros que estos cuerpos sufrían frente al uso de químicos y medicamentos. 

Desde entonces, el discurso del ecofeminismo (o de los ecofeminismos) permitió conectar la opresión, dominación y control de las mujeres e identidades feminizadas con la opresión, dominación y control de la naturaleza, y relacionar esto con la crisis ecológica, criticando el modelo de desarrollo capitalista, antropocéntrico y androcéntrico. 

Se introdujo en el debate que las reivindicaciones emancipatorias del feminismo deben ser pensadas también en función de un nuevo tipo de vinculación con los entornos de vida. Desde este enfoque la interdependencia no solo depende de una red de cuidados humanos, sino que existe una ecodependencia con respecto a aquello que occidente llama “naturaleza” o “medioambiente”.

El sistema hegemónico dominante, oculta y desvaloriza todo aquello que es imprescindible para sostener la vida: el trabajo de cuidados y el ambiente en el que se desarrolla la existencia. Si las personas son vulnerables y necesitan del cuidado de otres, el mundo es finito y también necesita ser cuidado. 

Por todo esto la relación entre “mujeres y naturaleza” no es innata, sino históricamente construida por el patriarcado y el capitalismo. Para el ecofeminismo, en esa misma relación -en el cruce entre el feminismo y la ecología- se encuentra la fuerza política para luchar contra un modelo que se sostiene en la explotación y el sacrificio de ambas. 

Territorios (y cuerpos) de sacrificio

Para que este sistema extractivo continúe funcionando cada vez más territorios devienen “áreas de sacrificio”, donde el crecimiento de las ganancias vienen de la mano de la degradación y generación de un pasivo ambiental con graves contaminaciones del suelo, el agua, la tierra, el aire, así como importantes consecuencias en la salud de las vidas humanas y no humanas. Como sostiene la antropóloga Ana Murgida, la delimitación de estas áreas permite también cuestionar la forma en que se desarrollan estas actividades productivas, percibidas por sus habitantes como destructivas. 

Esto va generando ordenamientos territoriales cada vez más divididos y polarizados, que a la vez van generando “ciudadanes de primera” y “ciudadanes de segunda”. En lo urbano y en lo rural, todos los modelos extractivos establecen “áreas de sacrificio” y el avance del mercado sobre territorios y bienes que antes eran comunes. En este proceso también se impone sobre las vidas fuertes impactos sobre la salud sin posibilidades de elección. Por eso también hay “cuerpos de sacrificio”, aquellos que tienen menor disponibilidad de acceso a derechos básicos y condiciones sanitarias, y que terminan enfermando, porque su ambiente enferma.

Los ordenamientos territoriales o los procesos de urbanización influyen directamente en los procesos de salud-enfermedad de la población, porque construyen los determinantes sociales de la salud, estableciendo las circunstancias en las que las personas nacen, crecen, viven, y trabajan. 

Como sostiene la antropóloga Alejandra Pérez, el caso de la zona petrolera de Neuquén muestra claramente la delimitación de un territorio que se define por sus prácticas extractivas (convencionales y no convencionales) en el que sus habitantes están obligados a vivir diariamente con explosiones de pozos, derrames en zonas de producción agrícola, agua tóxica, entre muchos otros desastres ecosociales.

Eso mismo sucede en plena Ciudad de Buenos Aires cuando se generan barrios sin acceso a servicios o donde no se tiene acceso a una plaza. Porque cuando se pondera el capital por sobre la vida se obliga a ciertos habitantes a transcurrir en condiciones que no eligen y que pueden derivar en una mayor vulnerabilidad hacia las enfermedades. Así, el extractivismo urbano, funciona como el resto de los extractivismos: cuando avanza sobre los espacios verdes y públicos determina también los procesos de salud-enfermedad y reproduce una ciudad dual, desigual y excluyente.

Al mismo tiempo, estos procesos generan resistencias y luchas que surgen como respuesta al deterioro de las condiciones ambientales y su relación directa con efectos nocivos para la salud de los humanos y no humanos. Frente a los intentos del modelo de decretar “áreas de sacrificio” para naturalizar la idea de que existan lugares en los que ya no van a priorizarse las vidas, los pueblos son los que se levantan para evitar ser material de descarte del sistema. El resultado frente a estas puebladas suele ser la simplificadora dicotomía de ambientalismo bobo vs. desarrollo y progreso.

Las propuestas ecofeministas que proponen alternativas basadas en la sostenibilidad de las vidas, remarcando que la ecodependencia e interdependencia, no deben ser pensadas en oposición al llamado “desarrollo”, sino que se debe partir de visibilizar ese sistema patriarcal, capitalista y colonial sobre el cual su visión hegemónica actualmente se sustenta.

Más allá de sus diferencias, las propuestas teórico-políticas de los ecofeminismos, de la ecología política feminista y de los feminismos comunitarios plantean que ningún modelo que se sostenga sobre la explotación de la naturaleza y de las mujeres y feminidades puede ser viable y justo. Como sostiene la feminista comunitaria Maya Q`eqchi`- Xinka, Lorena Cabnal es en este proceso que la lucha por el territorio se entrama con la lucha por la recuperación del propio cuerpo expropiado. 

Territorios (y políticas) de cuidado

Diversos trabajos destacan cómo las mujeres e identidades feminizadas sufren más las desigualdades socioambientales debido a sus roles de cuidado y a su relación con “la naturaleza”, llevándolas a ponerse al frente de diversos conflictos alrededor del mundo. Sin embargo, como muchas ecofeministas remarcan, esta asociación entre mujeres-naturaleza no debe ser abordada desde el esencialismo, sino desde un análisis de los procesos históricos y las construcciones socioculturales que delegan (y relegan) en ellas el cuidado de la naturaleza en el marco de un sistema capitalista, patriarcal, androcéntrico y hetercisnormado que opera a partir de los dualismos y jerarquías de la ontología moderna. 

Si las desigualdades de género, reforzadas por la división sexual del trabajo, relegaron a las mujeres a las tareas de cuidado, hoy son esas tareas, y los conocimientos y aprendizajes producto de esa praxis, las que les permiten construir discursos, sentidos y prácticas de que se opongan al modelo de desarrollo vigente, pero que a la vez permita imaginar y crear otras formas posibles de vivir con dignidad. Es justamente desde ese lugar que la historia (y el patriarcado) les asignó, que las mujeres e identidades feminizadas se sitúan actualmente como actrices políticas fundamentales en los conflictos territoriales y  socioambientales.

Hoy las ontologías relacionales de los pueblos indígenas y no occidentales están siendo leídas por teóricas feministas como Donna Haraway o María Puig de la Bellacasa para pensar en otra maneras de diseñar tecnologías para contribuir a relaciones del cuidado en mundos cambiantes. Estas teóricas destacan que los seres no preexisten a sus relaciones y que por lo tanto la producción de conocimiento no es posible si no es situada, relacional y cuidadosa. Porque como sostiene de Puig la Bellacasa: las relaciones de pensamiento y conocimiento exigen cuidado y afectan a cómo se cuida, porque cuidado y relación comparten resonancia ontológica.

Generar teoría y conocimiento poniendo en el centro el cuidado implica la posibilidad de discutir con formas de desarrollo impuestas que sostienen que la emoción, los sentimientos y las relaciones no son hacedoras de “progreso”. Que plantean que “la naturaleza” es algo externo a los seres humanos y que está ahí pasivamente, esperando ser controlada, saqueada, protegida, explotada. Frente a esto, pensar desde y con cuidado implica aceptar que los seres humanos son, hacen y existen con otres. Implica entender la agencia humana inmersa en procesos de vida interdependientes.

La ética feminista del cuidado defiende que valorar el cuidado equivale a reconocer la ineludible interdependencia, esencial para la existencia de seres dependientes y vulnerables que, como sostiene Puig de la Bellacasa, no es un contrato, tampoco un ideal moral: es una condición.

Esto implica empezar a poner en tensión y en duda la ontología moderna que sustenta la propia idea de desarrollo hegemónico, caracterizada por la tajante división entre naturaleza y cultura. Eso que se presenta como universal, no lo es, sino que es una entre varias ontologías. En antropología esto ha corrido la discusión sobre múltiples miradas y perspectivas sobre un único mundo a la posibilidad de mirar la existencia de múltiples mundos y a atender potenciales desacuerdos entre ellos. 

Esto abre toda una discusión sobre cómo pensar políticas, instituciones y también modelos de desarrollo, obligando a refundar proyectos políticos desde miradas interculturales que no busquen ver cómo incorporar lo diferente y lo diverso en estructuras ya existentes, sino que se abran a la posibilidad de imaginar y crear proyectos por venir, a partir de atender a algunos que ya están siendo en los márgenes de este sistema. 

En estos procesos el clamor feminista de “lo personal es político” debe ser pensado, como sostiene Lorena Cabnal, en relación a la afirmación de que “lo comunal también es político”, entendiendo que esa comunidad puede integrar a muchos seres vivos implicados en enredos más-que-humanos, al decir de Donna Haraway. 

En el marco de las teorías ecofeministas, explorar una ética feminista del cuidado permite reimaginar una alternativa postcapitalista a formas neoliberales de desarrollo basadas en la extracción, la explotación, el consumo, la subordinación de las mujeres e identidades feminizadas y de la(s) naturaleza(s). En este contexto, las experiencias históricas y situadas de cuidado que ponen en juego los sectores históricamente excluidos en el marco de conflictos socioambientales son materia de aprendizaje para la construcción de otros mundos posibles.

No desde una visión romántica, sino desde formas de hacer, ser, vivir y habitar que disputen lo que se entiende como “la política”, aportando a crear otras formas de politicidad que no operen sobre la división entre cultura/naturaleza, mente/cuerpo, razón/emoción y público/privado, sino que sean resultado de la praxis política situada, vivida y padecida desde los cuerpos-territorios de quienes hacen posible la reproducción de (todas) las vidas. 

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