Tierra de contrastes
La Argentina pospandemia es tierra de contrastes, tanto en los números como en las sensaciones más vitales. Venimos de un 2021 de crecimiento “chino” y de un marzo histórico, con la mayor liquidación de divisas de agroexportación en los últimos veinte años. Pero también los aumentos de precios baten récords y el salario real sigue sin recuperarse desde 2017. La ganancia empresaria se recupera vigorosa en muchas ramas, pero la pobreza apenas cede y una inflación persistente amenaza con volver a colocarla por encima del 40%.
En 2021, por primera vez desde que el INDEC hace la medición con esta metodología (2016), la masa total de ganancias superó a la de ingresos salariales. La desocupación abierta es baja, pero cada vez es más frecuente encontrarnos con trabajadores pobres, incluso entre quienes se encuentran registrados.
Nuestros cuerpos sienten y agradecen que lo peor del COVID haya quedado atrás, pero la sensación de hastío y frustración se generaliza en el cuerpo social. El alza de precios no se aguanta más, la incapacidad del gobierno para dar respuesta irrita y los sectores más reaccionarios despliegan su artillería verbal con impunidad, buscando azuzar el fantasma de la antipolítica.
Después de tres años, el PBI creció, y mucho, pero poco de eso se redistribuyó hacia quienes padecieron lo peor de la pandemia y siguen sufriendo en su propia mesa la avaricia de los especuladores.
Crecimiento y distribución del ingreso, un debate viejo y recurrente en la economía nacional. Debate que nunca se salda y que seguramente no tiene idénticas respuestas en diversas coyunturas. Dilema del gran empate nacional, que hoy nutre también la polémica interna del Frente de Todos, al menos en las aristas que valen la pena.
Cambia, todo cambia
La fórmula del Frente de Todos (FDT) fue concebida para otro contexto y para otras tareas. Alberto se imaginó como un presidente del consenso y del relajamiento de la grieta, pero se encontró con una oposición igual o más hostil que la que enfrentó Cristina. La coalición toda (o casi toda) se pensó redistribuyendo moderadamente, pero sin grandes gestualidades populistas. Si esa aspiración era realista nunca se sabrá, porque el COVID descalabró el mundo y acentuó las desigualdades.
La nueva realidad disolvió los consensos fundantes del FDT: no sólo ya no estaba Macri en el gobierno, -primer gran unificador-, sino que el mundo era otro. Constatado el cambio, cada cual dispara para donde considera, producto de sus recorridos, de sus ideas, intereses y responsabilidades, que son distintas. Partir de esta base es asumir que, ni Alberto traicionó a Cristina, ni ella se volvió contra su propio producto electoral en un acto de mera insensatez. Todo lo sólido se desvanece en el aire, ni hablar lo que nunca lo fue.
La crisis de la coalición de gobierno es, desde este punto de vista, comprensible, lo que no significa que se pueda ser indulgente frente a sus efectos. En un contexto inestable, que demanda entrar en acción, el gobierno parece siempre en tránsito, siempre a la espera de que llegue su momento.

La hipoteca macrista era onerosa, siempre se supo, y el crédito social limitado por años de estancamiento y deterioro del salario. Sobre llovido, mojado: la pandemia, un fenómeno global de carácter inédito, profundizó la crisis y el padecimiento popular. La deuda privada se reestructuró, y en medio del marasmo pasó sin réditos descollantes para el staff gubernamental. Con lo peor de la crisis sanitaria en el espejo retrovisor, se instaló la idea de que la verdadera gestión comenzaría luego del arreglo con el FMI. Pasó lo contrario, forma y contenido del acuerdo terminaron precipitando una crisis abierta dentro del FDT. Las PASO habían sido apenas un vermú. Lo que debía ser el inicio de una nueva etapa amenaza convertirse en el principio del fin. Hay quiénes ya dan por muerto al Frente. Ojalá se equivoquen.
No vendrán tiempos de paz, aunque esperemos con paciencia zen. La guerra en Ucrania nos recuerda que el mundo es un tembladeral y que la economía mundial arrastra años de gran fragilidad. Cadenas de suministros dañadas dificultan la recuperación poscovid y recalientan los costos, el conflicto bélico apalanca hacia arriba materias primas y energía, todo el combo redunda en economías centrales con la inflación más alta en 30 o 40 años.
Sufrir la realidad o producirla
La crisis actual es esencialmente política y tiene en su centro la incapacidad del gobierno para afirmar un rumbo. Es necesario calibrar el GPS en función de las necesidades populares y las transformaciones necesarias para su atención. No queda margen para una agenda autocentrada en “la política”, en las polémicas del FDT, en los anuncios fallidos o en irrelevantes cambios de funcionarios.
Decir esto no supone afirmar la tontería de que lo que discuten dentro del gobierno no tiene nada que ver con “los problemas de la gente”. Se discute soberanía, redistribución, estrategias de crecimiento y de gestión del conflicto social. Nada menos. Pero en política es vital proyectar con eficacia hacia el conjunto de la sociedad la importancia de un debate y la posibilidad de una salida. Nada de eso ocurre hoy. Se está fallando en la construcción de un diagnóstico y una salida que puedan ser sostenidos con empeño por una mayoría social significativa. Estamos resignando disputas por la hegemonía.
Sin determinación para señalar el rumbo elegido ni fuerza social organizada y preparada para defenderlo, todo parece lejanamente imposible. Nos vamos sumiendo en cierto fatalismo, optimista o pesimista, poco importa. No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás va a suceder.
Tal vez, se trata de no esperar más la “normalidad” añorada y asumir que lo que se necesita es gestionar en la emergencia y consolidar un proyecto político en medio de la tormenta. Paradójicamente, el meme de Alberto pensando “qué pasó ahora” resulta representativo de una dinámica, la de entender que las cosas pasan, no se producen, no se provocan.
Decir esto, no equivale a postular que las soluciones son sencillas. Mucho menos a sostener que quien escribe sabe cuáles son. El razonamiento es más elemental: en la turbulencia no puede faltar determinación ni claridad respecto del rumbo a seguir. Menos aún, respecto de cuál es la base de sustentación fundamental de una fuerza política y cuáles los intereses primordiales que debe proteger. Eso sólo no alcanza, pero sin eso no se puede.
“Una situación extraordinaria (…) requiere soluciones extraordinarias”, dijo Alberto Fernández cuando declaró la “guerra contra la inflación”. Pero las medidas no llegan o son insuficientes. Y aunque no se tomen algunas decisiones, las cosas ocurren y las decisiones se toman en algún lado, todos los días. Los salarios pierden o empatan con la inflación, pero las ganancias empiezan a ganar por goleada. Una decisión política, que no toma la política.
La sensación es que el tiempo se consume, se acaba, con la misma rapidez con la que vamos abandonando posibilidades de intervenir.
Ninguna medida resolverá de manera sencilla el alza de precios ni las pujas redistributivas. Ni el capital concentrado ni los especuladores ceden posiciones con facilidad. Los grandes medios golpearán al gobierno por cualquier medida que tome y seguramente habrá movilizaciones y disputa en la calle, dado que la derecha se acostumbró a pelear también en ese territorio. Algunos profetas de la moderación dirán que no se trata de un escenario prometedor. ¿Cuál es la alternativa? ¿Ceder la iniciativa, apostar a que “el mercado” y el crecimiento económico resuelvan? ¿Consolidar un modelo de desarrollo con salarios bajos, trabajadores pobres y algunos sectores exportadores dinámicos?
El Frente de Todos necesita jugar su partido. Debe ofrecer una opción de futuro al conjunto de la sociedad, pero sobre todo una esperanza a su base electoral. Hacerlo no garantiza el triunfo, no hacerlo nos condena a la derrota.

No hay medida que garantice la recuperación de los apoyos desperdigados ni un escenario favorable para el hoy lejano 2023. No hay recetas fáciles para, en un mundo como el actual, quebrar el empate argentino en favor de las clases trabajadoras. Sin embargo, el costo de ni siquiera intentarlo puede lamentarse por algunas décadas. Ya no sólo está en juego un cambio de gobierno, sino la acechanza de un bloque empresarial que busca garantizar en un próximo mandato derechista lo que Macri no pudo concretar. La decepción profunda con un gobierno popular puede habilitar consensos peligrosos y autodestructivos para la propia sociedad. Ya lo padecimos en los noventa, luego del descalabro alfonsinista.
El FDT, instrumento útil para derrotar a Cambiemos en 2019 y concebido como un bloqueo para el regreso al poder de la derecha, no está exento de terminar habilitando un retorno del neoliberalismo recargado. Hay quienes piensan que eso ya está ocurriendo. Lo que se juega es demasiado importante
¿Última oportunidad? Una salida política
Paradójicamente, la inflación, el mayor de nuestros problemas actuales, puede ser también la última oportunidad. El gobierno tiene la posibilidad de reunificar al FDT alrededor de una batalla decisiva y, lo que es más importante, de movilizar a su base social detrás de objetivos claros. Todo dilema económico tiene resoluciones que son políticas. Economía política y política económica. Lucha de clases. Conceptos elementales que no deberíamos olvidar. Lo contrario, la resolución técnica de los problemas económicos es pura charlatanería de los graduados ortodoxos.
Es necesario proteger la economía nacional contra los vaivenes de la guerra europea, pero sobre todo cuidar los bolsillos populares contra un ataque especulativo que empobrece y desmoraliza al mismo tiempo. Es tiempo de unidad, pero para confrontar con los factores de poder que castigan a la economía del pueblo. Allí reside una oportunidad refundacional para el Frente de Todos. Aún estamos a tiempo.
Son muchos los países del mundo donde el Estado se propone capturar los ingresos extraordinarios de las grandes corporaciones. Se empieza hablar en estos días de un proyecto en ese sentido.
En un país como el nuestro, resignar el control del comercio exterior debilita al Estado y deja al pueblo a merced de los precios internacionales y de la sed de ganancia de algunos actores. La reimposición de retenciones móviles sería una medida de elemental autodefensa, que debe su estigma al particular contexto del conflictivo 2008, pero que está lejos de ser una medida “confiscatoria”. Los controles de precios han tenido siempre eficacia limitada, pero pueden tener un rol como parte de un paquete de medidas. Movimientos sociales y distintos sectores al interior del FDT vienen planteando propuestas que pueden apuntalar la protección de los intereses populares y la paulatina recuperación de soberanía: empresa estatal de alimentos, mercados concentradores y populares, aumento general de emergencia de salarios, jubilaciones y programas sociales, recuperación de la hidrovía del Paraná y muchas otras.
Una agenda de estas características presupone conflictos, claro, pero su ausencia nos expone a un lento declive que culmine en el abismo de la derecha. Para encarar esta pelea es necesario que el gobierno actúe con determinación y que el Frente de Todos recupere la unidad perdida. Pero también hace falta movilización y participación popular. Las condiciones están.
Si algo no está duda es la extraordinaria capacidad de organización y movilización por parte de nuestro pueblo. El propio FDT fue posible por la inmensa labor de resistencia que las organizaciones sindicales y sociales, el movimiento feminista y las militancias del más diverso origen desplegaron durante los cuatro años de macrismo. Nuestra coalición fue posible por una genialidad táctica de Cristina, es cierto, pero también por una fortaleza estratégica de la organización popular. El FDT se parió en la unidad del peronismo, pero también en las piedras que volaron contra la reforma previsional. Lo uno y lo otro.
A esa organización popular urge darle protagonismo por estas horas, escuchar sus preocupaciones, pero también sus propuestas. Darle una nueva oportunidad al FDT demanda más protagonismo de las organizaciones y de la militancia que lo sostiene todos los días. Tal vez, una vez más en nuestra historia, haya que salir del fondo jugando por abajo.