En los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, las tensiones entre EE.UU. y la Unión Soviética estaban en aumento. Ya en la década de 1960 la cosa estaba en un punto crítico: la crisis de los misiles en Cuba, la Guerra de Vietnam… El mundo temía una Tercera Guerra Mundial.
Oficialmente ambas potencias tenían una política de «détente»: un aflojamiento de tensiones. Pero en la práctica no paraban de chocar en casi todos los frentes. El espacio aparecía como un terreno neutral en el cual podrían cooperar y así salir revitalizados.
Hagamos una juntada, che
Pero la pregunta era: ¿colaborar en qué? A comienzos de la carrera espacial el presidente estadounidense John F. Kennedy le ofreció a su par soviético armar un plan de exploración lunar conjunto. ¿Se imaginan lo que hubiera sido? Lamentablemente, este plan no prosperó tras el asesinato del mandamás norteamericano.
Ya en la década de 1970 los soviéticos tenían su estación espacial Salyut 1 y los estadounidenses tenían la propia, Skylab. Ninguna de las dos ofrecía un terreno neutral donde realizar una colaboración. Entonces la idea fue simplemente conectar dos naves en órbita: una Apollo estadounidense y una Soyuz soviética.

Las conversaciones preliminares arrancaron en 1970 pero recién en 1972 se estableció el acuerdo oficial y se definió que la misión Apollo/Soyuz (o Soyuz/Apollo como la conocerían del otro lado de la cortina de hierro) sería en 1975.
Los desafíos técnicos
Los equipos técnicos tenían tres años pero había muchísimo que hacer. Para empezar, las naves eran incompatibles entre sí. Los soviéticos usaban una presión de aire similar a la terrestre, mientras que los estadounidenses usaban un tercio de la presión pero al 100% de oxígeno. Se diseñó un módulo especial que serviría como esclusa de aire y permitiría asimilar el aire en ambas naves.

Adicionalmente, cuando dos naves se encuentran en el espacio es importante que sus esclusas se acoplen de manera hermética y precisa. Desafortunadamente, los mecanismos de acoplamiento de la Soyuz y la Apollo eran incompatibles. Tuvieron que diseñar un nuevo sistema de manera conjunta.

Este se denominó «Androgynous Peripheral Attach System» (APAS-75). A diferencia de sistemas anteriores que tenían un lado activo y uno pasivo, el APAS-75 permitía que cualquiera de las dos partes juegue el rol activo en el acoplamiento. Por más infantil que parezca, se rumorea que ninguna de las dos potencias quería ser el lado pasivo, así que la innovación fue clave y cuyas variantes se siguen usando incluso hoy día.
La tripulación y su entrenamiento
Pero los desafíos técnicos no fueron los únicos: había que entrenar a la tripulación. Del lado soviético eligieron a Alexei Leonov, el primer hombre en realizar una caminata espacial, y a Valeri Kubasov, veterano de una misión Soyuz. El plan inicial era incluir a un tercer tripulante, pero tras la fatídica misión Soyuz 11 de 1971 que acabó con la vida de toda la tripulación, se decidió que las futuras misiones usaran unos trajes más aparatosos. El exceso de volumen imposibilitaba que entraran tres cosmonautas en la diminuta nave.
Del lado estadounidense el comandante sería Thomas Stafford, veterano de dos misiones Gemini y de la Apollo 10, y los novatos Vance Brand y Deke Slayton. La nave que usarían sería una cápsula Apollo, la misma que otrora los llevara a la Luna. De hecho fue la última vez que una nave Apollo voló. El siguiente vuelo tripulado estadounidense sería cinco años después, en 1980, cuando se estrenó el Transbordador Espacial.

Hagamos un paréntesis para hablar de Deke Slayton. Fue parte de la primera camada de astronautas estadounidenses: los «Mercury Seven». Lamentablemente nunca llegó a volar debido a problemas cardíacos y en cambio le ofrecieron dirigir la oficina de astronautas.
Nunca dejó de soñar con ir al espacio, a pesar de su fibrilación auricular. Por suerte un tratamiento con quinidina dió en el clavo y en 1972 lo autorizaron para la misión Apollo/Soyuz. En su momento, con 51 años, fue el hombre más viejo en volar al espacio.
Los entrenamientos fueron de los más complejos. Los astronautas y los cosmonautas se entrenaron en conjunto. Parte de estos entrenamientos fueron en Rusia y otros en EE.UU., incluso teniendo que aprender ruso e inglés para la misión.
Llegó la hora de volar
El 15 de julio de 1975 despegaron los cohetes Soyuz y Saturn 1B, con pocas horas de diferencia.
Dos días después, el 17 de julio de 1975, se acoplaron en órbita. Fue la primera vez que dos naves de distintas naciones se encontraron en el espacio.

Esta misión estuvo llena de «primeras veces». Como por ejemplo el primer tratado binacional firmado en el espacio y también la primera borrachera espacial binacional.
El legado
Tras el vuelo las tripulaciones se hicieron muy amigas, al punto que Alexei Leonov fue el padrino de uno de los hijos de Thomas Stafford. Y, en 2019, Thomas habló durante el funeral de su amigo Leonov.
A nivel político también dejó un legado importante, marcando el camino para futuras colaboraciones internacionales en el espacio como por ejemplo las visitas del Transbordador Espacial a la estación soviética Mir.
Nunca deja de asombrarme que incluso en medio de una de las guerras más largas y tensas de la historia moderna, ambos bandos pudieron dejar algunas de sus diferencias de lado y lograr semejante logro cultural, simbólico, humano y técnico.