Aunque rara vez aparezca alguna noticia al respecto o se incluya en los índices de libertad de expresión que arman organizaciones internacionales, el Sahara Occidental es uno de los lugares más difíciles y riesgosos del mundo para ser periodista. Bajo control colonial de Marruecos desde 1975, el ejercicio de la profesión está prohibido de facto y corresponsales extranjeros no pueden ingresar. En ese marco, el pueblo saharaui que lucha por su independencia hace más de medio siglo, se las ha ingeniado para evadir la censura y denunciar los crímenes de la ocupación.
“El trabajo que realizamos lo hacemos de forma clandestina, porque no podemos ejercer el periodismo en el terreno”. El que habla con Primera Línea es Ahmed Ettanji, presidente de Equipe Media, un medio de comunicación que informa desde el Sahara Occidental ocupado. Fundado en 2009, este colectivo tiene el objetivo de “dar visibilidad a las violaciones a los Derechos Humanos que comete Marruecos contra el pueblo saharaui, romper el bloqueo informativo y desmentir la propaganda marroquí”.
Sus producciones, sobre todo audiovisuales e imagenes, se difunden a través de las redes sociales, YouTube y medios de comunicación aliados que les han dado un lugar para compartir sus contenidos. Para llegar al mayor público posible realizan informes en árabe, castellano, francés e inglés.
Una profesión ilegal
Ahmed nació en El Aaiún, la capital del Sahara Occidental ocupado, y al igual que miles de compatriotas vivió en carne propia la violencia de la represión marroquí. Como periodista y defensor de los derechos humanos padece la arbitrariedad de un régimen colonial que, a pesar de no ser reconocido por la comunidad internacional, actúa sin ningún tipo de control.
Desde 1991, existe la Misión de las Naciones Unidas para el referéndum en el Sahara Occidental (Minurso). Como su nombre lo indica, su tarea es llevar a cabo una votación para que el pueblo saharaui decida sobre su propio destino. Originalmente se iba a realizar en 1992 sin embargo, más de 30 años después, no se ha concretado.
A esto se suma que se trata de la única misión de la ONU, en todo el mundo, que no está obligada a velar por los Derechos Humanos, por lo que su presencia es prácticamente testimonial y, a veces, cómplice. “Están aquí en las ciudades ocupadas, pero no hacen nada, de hecho están involucrados con la ocupación marroquí en sus crímenes; Marruecos les proporciona dinero y tierras a cambio de hacer la vista gorda ante la represión”, denunció semanas atrás a este medio Anna Habibi, saharaui que también vive en territorio ocupado.
En ese marco Ahmed asegura que “el periodismo en el Sahara Occidental es sinónimo de torturas, malos tratos, detenciones arbitrarias, encarcelamientos constantes, amenazas, hostigamientos, vigilancia continua y confiscación de material”. Las fuerzas de ocupación no los reconocen como periodistas y buscan sistemáticamente impedir su trabajo porque están “mostrando lo que ellos no quieren que se sepa”.
“Actualmente hay seis periodistas en las cárceles marroquíes condenados a 20 años, 30 años y cadenas perpetuas”, detalla el presidente de Equipe Media. Y agrega que “casi todos” los miembros de su organización han sufrido la represión, “sea detención, tortura, amenazas, hostigamiento o confiscación de material”.
El desierto informativo
En 2019 Reporteros Sin Fronteras (RSF) publicó un informe sobre el Sahara Occidental al que tituló ‘Un desierto para el periodismo’. El documento señaló que el ejercicio periodístico “es una de las numerosas víctimas de este conflicto abandonado por el foco mediático, que ha hecho del Sáhara Occidental un auténtico ‘agujero negro’ informativo”.
Asimismo se denunció que Rabat “maneja con mano de hierro la información dentro del territorio, castigando de forma implacable el ejercicio del periodismo local y bloqueando el acceso de los medios extranjeros”.
Una clara expresión de esta situación se vivió en octubre de 2010 cuando las y los saharauis levantaron el campamento de Gdeim Izik en las afueras de El Aaiún. Durante semanas miles de personas se reunieron allí para reclamar su derecho a la autodeterminación y el fin del colonialismo. Se trató -aunque pocas personas lo sepan- del primer puntapié a las protestas luego conocidas como “primavera árabe” que cobraron visibilidad internacional en enero de 2011 en Túnez y Egipto.
Tras un mes de resistencia, el campamento fue brutalmente desmantelado por las fuerzas de seguridad de Marruecos. En el lugar no había ningún medio de comunicación para cubrirlo. El único registro fílmico fue recopilado por la activista española Isabel Terraza y el mexicano Antonio Velázquez Díaz que habían ingresado de manera clandestina al campamento.
Su periplo y el riesgo que corrieron los días posteriores para sacar los videos del territorio ocupado, quedaron registrados en el documental ‘Gdeim Izik. El campamento de la Resistencia Saharaui’.
“Periodismo de azoteas”
Pero el informe de RSF también observó que “pese a la severidad de la represión, la política de deportación de informadores extranjeros, y al silencio que reina en los medios internacionales sobre el conflicto, una nueva generación de reporteros saharauis corre extraordinarios riesgos para mantener viva la llama del periodismo e impedir que el Sáhara Occidental quede sepultado por las arenas del olvido”.
En esa nueva camada se inscriben los trabajadores de prensa de Equipe Media que contribuyen a la difusión de la realidad que se vive bajo la ocupación. Gracias al desarrollo tecnológico y la expansión de internet, han logrado visibilizar procesos que en otro contexto hubiera sido imposible lograr.
“Realizamos un periodismo ‘de azoteas’, porque la mayoría del trabajo lo hacemos desde esos lugares para grabar las manifestaciones, escondidos y con varios métodos de protección para cuidar a los reporteros y el material”, ilustra Ahmed.
Esto se puede observar en toda su crudeza en el documental ‘3 cámaras robadas’, realizado por ellos mismos en el que reconstruyen su trabajo cotidiano y las agresiones que enfrentan: un periodista es descubierto cubriendo una manifestación y empujado desde el techo de una casa, se rompe la pierna y lo condenan a un año de prisión; otra es golpeada en la calle y le rompen un brazo; un niño es retenido sin razón y torturado por policías en un callejón. Así, las palabras se hacen carne en las imágenes terribles de la violencia colonial.
“Desde siempre hemos tenido muchas dificultades, sobre todo después de la ruptura del alto el fuego”, explica Ahmed refiriéndose al reinicio de la guerra de liberación en noviembre de 2020. Desde ese momento se “endurecieron muchísimo los métodos de represión”. “Una semana después del reinicio de la guerra, yo me iba a casar, no nos dejaron y nos pusieron bajo arresto domiciliario durante varios días”, recuerda.
Sin embargo eso no doblega su espíritu y concluye: “Existen varios grupos saharauis que intentan romper el bloqueo informativo, el trabajo que hacemos es común porque el objetivo es único, la independencia”.