“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”, escribe el hondureño Augusto Monterroso en uno de sus más célebres microrrelatos. En apenas un mes se autodestruyó el equipo económico de Alberto Fernández, Cristina Fernández resolvió en tres intervenciones la relación de fuerzas al interior de la coalición y Sergio Massa subió y bajó del gabinete en dos oportunidades. Sin embargo, el dinosaurio sigue ahí. El dinosaurio es una economía internacional en crisis, una inflación galopante, un Banco Central con reservas escasas y con operadores económicos militando la devaluación de manera intensa por segunda semana consecutiva. Todo eso sigue ahí, junto a un acuerdo vigente con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que restringe dramáticamente el menú al que se puede acceder sin patear el tablero y junto a un gobierno que desgranó suficiente capital político sin animarse a grandes confrontaciones.
En medio de la incertidumbre, de la corrida contra el peso y de una inflación que no da tregua, la interna del Frente de Todes (FDT) pierde relevancia. Duró tanto que ya no importa. Los propios términos de la confrontación van quedando viejos o son resueltos por la realidad, frente a un gobierno que decide no decidir.
Hasta hace unas semanas la crisis política estaba en el centro de la coyuntura, mientras que el panorama económico mostraba riesgos, problemas pero también oportunidades. Era la ausencia de una conducción política solvente lo que conspiraba contra la recuperación y, sobre todo, bloqueaba cualquier medida redistributiva más o menos audaz. Pero esa misma dinámica, sumada a un contexto externo adverso y al candado que supone el acuerdo con el FMI, han devuelto al centro de la escena el desbarajuste económico. No hay ninguna foto de unidad que, a priori, vaya a morigerar la presión devaluatoria de unos ni la remarcación preventiva de otros. Cristina ganó una batalla: ¿para qué le servirá esa victoria? El partido parece trasladarse a otra cancha y en el VAR está sentado el Fondo.
¿La semana que resolvió la interna?
Una etapa se cerró, de eso no quedan dudas. El dispositivo en el que se recostaba Alberto Fernández para todo lo relativo a la gestión económica ha dejado de existir. El poder presidencial, siempre discutido, producto de la excéntrica configuración que asumió el frente de gobierno, se encuentra hoy en su piso histórico. La duda, ahora, es hacía dónde vamos. ¿Habrá un cambio de rumbo en sintonía con lo reclamado por algunos sectores del FDT o entramos en una nueva fase de supervivencia que seguirá marcada por equilibrios inestables y compromisos a mitad de camino? Tal vez es pronto para responder taxativamente a este interrogante, pero todo indica que no habrá ni relanzamiento ni golpe de timón.
Sobraban motivos para la salida de Guzmán. El pupilo de Stiglitz resolvió con celeridad dispar y consenso menguante la deuda con los bonistas y el acuerdo con el FMI, pero no consiguió éxitos significativos en el control de la inflación y la acumulación de reservas en el BCRA. Nunca logró una coordinación aceitada con el “albertista” Miguel Ángel Pesce y chocó repetidamente con el elenco “kirchnerista” de energía. El apoyo al ahora ex ministro se había angostado en todos los sectores de la coalición y solo el respaldo de Alberto Fernández sostenía su continuidad. Para peor, CFK lo había colocado en el centro de sus cuestionamientos.
Sorprendió el momento y la manera. En su última acción como ministro, Guzmán rompió el molde del personaje sosegado, que en cada aparición pública transitaba entre la calma y la apatía, con algunos toques de encomiable pedagogía. Actuó enojado, cansado, infantil, buscando desairar a Cristina le terminó provocando otro golpe a quién más lo había defendido. Por eso metió el dedo en la llaga la vicepresidenta, cuando en El Calafate habló de ingratitud.
Que Alberto y Cristina hayan retomado el diálogo es un dato positivo en sí mismo. Algo que parece una obviedad, pero que dada la crisis interna y la ausencia de sensatez, es motivo para festejar. La comunicación entre los principales liderazgos de la coalición es como la tan mentada unidad: no resuelve nada en sí misma, pero es un piso básico para intentar cualquier reacción. Habrá que ver si se sostienen en el tiempo y en qué situación queda Sergio Massa, que pasó de “la suma del poder público” al descontento, no una sino dos veces, en poco menos de un mes.
Tampoco habría que cerrar la puerta a nuevos cambios en el gabinete, aunque por estas horas se estén desmintiendo. La oposición busca, lógicamente, capitalizar un nuevo episodio de la crisis gubernamental y aprovechar la oportunidad para dejar en segundo plano sus propias desavenencias. Rodríguez Larreta salió rápidamente a mostrarse como un referente creíble y sensato, buscando diferenciarse del internismo oficialista y recuperando algo de la iniciativa que en el último tiempo había resignado frente a los sectores más combatientes de la derecha. Todos movimientos que tienen su relevancia, pero que de todas maneras siguen dejando en el aire una sensación: nadie sabe cómo salir de esta.
Muchas y muchos en el Frente de Todos querían que se fuera Guzmán, quien escribe entre ellos. ¿Y ahora qué? Guzmán fue, efectivamente, la corporización de una política económica anclada en el acuerdo con el FMI, extremadamente prudente en relación a la inyección de demanda a partir de un aumento del gasto público, del déficit fiscal y la emisión monetaria, impotente frente al deterioro de los salarios reales y reticente a cualquier tipo de choque con el empresariado. Sin embargo, resulta un tanto infantil pensar que el problema era Guzmán. El ministro encarnaba la orientación económica del presidente, frente a la cual Cristina ha planteado cuestionamientos, pero de ninguna manera una alternativa concreta, al menos hasta el día de hoy.
Guzmán ha muerto, viva el plan económico de Guzmán
El nombramiento de Silvina Batakis genera expectativas. Se trata de una economista un tanto más heterodoxa que Guzmán, de perfil industrialista y dilatada trayectoria en la gestión pública, con una experiencia política de la cual el ex ministro carecía. Además, implica por primera vez en mucho tiempo el ingreso de una mujer al gabinete nacional y en un rol de gran centralidad. Los desafíos que tiene por delante son inmensos y el márgen de maniobra escaso.
A favor de Batakis corre el factor político y el periodo de gracia que todo cambio de nombres provoca. En lo inmediato, la interna del FDT parece descomprimirse y todes cierran filas detrás de la nueva ministra. La funcionaria cuenta con el aval de todos los sectores, incluída CFK, tiene buen vínculo con los gobernadores y una muñeca política sensiblemente mayor que su antecesor. ¿Cuánto va a durar este oxígeno eminentemente político? Difícil saberlo, pero como ya vimos con los casos de Juan Manzur y Daniel Scioli la crisis argentina deglute rápidamente el capital político que genera la novedad.
Las primeras declaraciones de Batakis buscaron enfatizar una continuidad esencial con el programa económico de Guzmán: el acuerdo con el FMI sigue, aunque se buscarán modificaciones, el equilibrio fiscal es un objetivo, es necesario aumentar exportaciones y acumular reservas, se necesitan tasas de interés reales positivas, etc.
Cuánta política redistributiva se desplegará a partir de ahora es una incógnita, pero el margen es estrecho. Consultada por el Salario Básico Universal, la nueva ministra pateó la pelota para adelante. La segmentación tarifaría se sostendría, pero con un esquema aparentemente distinto del propuesto por Guzmán. En la entrevista del lunes pasado en C5N, Batakis enfatizó de manera muy contundente que los salarios no generan inflación, un tema frente al que Guzmán siempre se expresó de manera más matizada. Habrá que ver si esto abre la puerta a potenciales aumentos por decreto o la reapertura de paritarias. A esta altura, el problema es cómo lograr que cualquier mejora no sea rápidamente anulada por un proceso inflacionario que puede acercarse peligrosamente a las tres cifras para su guarismo anual.
Por ahora, los únicos anuncios concretos tienen que ver con una mayor restricción en el acceso al dólar para consumo turístico (cuotas en free-shops) y un intento de facilitar las importaciones de algunos insumos industriales y agroindustriales.
Habrá que esperar el anuncio de nuevas medidas, pero mientras el telón de fondo sea el acuerdo firmado con el FMI no parece haber grandes márgenes de autonomía. En ese marco, está por verse qué actitud asumirán los sectores que dentro del FDT vienen planteando críticas persistentes al rumbo económico.
En lo inmediato, la salida de Guzmán descomprime y hay lógicas expectativas con Batakis, pero ¿qué pasará si efectivamente prima la continuidad de la política económica? La prédica sistemática de Cristina respecto del límite infranqueable que supone la economía bimonetaria deja la pelota picando, pero no indica para dónde hay que empujarla. El consenso para un plan de estabilización económica que incluya medidas de shock se puede estar gestando.
Tiempo de descuento
La situación económica ya era lo suficientemente difícil antes de la renuncia de Guzmán. Los números positivos de la actividad económica y el crecimiento del empleo vienen siendo neutralizados por el proceso inflacionario y por un aumento de la ganancia empresaria que le saca varios cuerpos de ventaja al salario. La disputa distributiva, en la cual el capital detenta la posición ofensiva parece agudizarse por estos días y el golpe de gracia podría ser un salto devaluatorio favorable a los exportadores que termine por triturar el ingreso popular. En las últimas semanas se profundizó la corrida contra el peso, la acumulación de stocks y la remarcación de precios preventiva. El dólar blue cerró la semana en $273 y el CCL en casi $300. Es evidente que los grupos económicos han declarado la guerra. Si el Frente de Todes se muestra dividido aprovecharán las brechas para fortalecer su posición. Si, por el contrario, se prolongan en el tiempo los gestos de unidad su respuesta será aún más agresiva: dirán que ganó Cristina y que por lo tanto todos los medios son lícitos para evitar el retorno al “populismo”. La iniciativa y la decisión parecen residir en el campo enemigo.
En contraste, el gobierno no logró hasta ahora dar respuestas a las demandas populares más acuciantes, se muestra impotente frente a los sectores concentrados de poder y ha perdido tiempo precioso en indecisiones y disputas internas. Esta parece ser una de las últimas oportunidades para recuperar la iniciativa política, reconstruir algunos pisos de unidad y enfrentar con decisión una agenda que ponga en primer plano la recuperación de los ingresos populares. En las condiciones actuales, aún si hubiera decisión, nada de eso sería sencillo, dado que implica patear el tablero con el FMI. El tiempo que se perdió es difícil de recuperar, lo mismo que el capital político dilapidado.
Parece imposible salir de esta encerrona sólo mediante cambios en el gabinete o negociaciones en la cúpula. La enorme capacidad de organización y movilización que tiene nuestro pueblo no viene jugando ningún papel en la coyuntura. Más bien lo contrario, prima un clima de desmovilización. Las iniciativas que por estos días surgen en los movimientos sociales alrededor del SBU y otras reivindicaciones son un dato alentador. Igual de deseable sería que se despertaran algunas representaciones de la clase trabajadora en su matriz más tradicional. En una situación que puede convertirse en crítica, la ocupación de la calle y la activación popular no necesariamente constituyen una alternativa pero pueden oponer un dique de contención efectivo a las salidas más reaccionarias.
Anidan en nuestro pueblo grandes dosis de organización y de energía transformadora. Es necesario activar esa capacidad hoy, mientras el FDT sigue en el gobierno,y no esperar al día de mañana para otra vez resistir en las calles a un nuevo gobierno neoliberal.