A la memoria de mi tía Ketty, que siempre me insistió en que siga el camino de la Historia
Aparte de los clásicos memes sobre el cantante que generan amores y odios en las redes sociales, julio nos trae de la mano un nuevo aniversario del estallido de la Revolución Francesa. El 14 de julio de 1789 la prisión real de la Bastilla -símbolo del absolutismo real- era tomada por los sectores populares parisinos mientras la burguesía francesa batallaba contra los privilegios de la monarquía y el clero. El resto es historia: sanción de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, el “Gran Miedo” y el fin del feudalismo, Constitución Civil del Clero, declaración de guerra por parte de las monarquías europeas a Francia, guerra, más movilización popular, girondinos, ejecución de Luis XVI, jacobinos, golpe termidoriano, golpe del Brumario, Napoleón llega al poder, nace el Imperio, expansión de los principios revolucionarios, derrota en Waterloo y restauración conservadora. La revolución francesa junto a la revolución industrial en Gran Bretaña, forman esa díada de la “doble revolución”, a la cual el historiador Eric Hobsbawm considera responsable de parir al mundo contemporáneo. Hobsbawm también afirma que entre 1789 y 1917 las políticas del mundo lucharon en pro o en contra de los principios revolucionarios franceses. Para comprender el por qué de esto, debemos retroceder un poco más.
I
Ninguna revolución sucede porque sí. Si bien el estallido y desarrollo de procesos revolucionarios no responde a una lógica matemática, es posible -y necesario- comprender sus causas de largo, mediano y corto plazo.
El historiador Michel Vovelle sostiene que la Francia previa de 1789 era un ejemplo casi perfecto del sistema feudal. Un sistema económico basado en la producción rural, que ocupaba al 85% de la población total, y un campesinado cuyas características habían cambiado desde la Edad Media. Ya los había propietarios de tierras y con un interesante nivel de estratificación interna.
Sin embargo, los grandes terratenientes eran la nobleza y el clero, quienes exigían una carga tributaria altísima en trabajo y dinero a los campesinos, a la vez que detentaban el ejercicio de la justicia. Esta organización económica era la base para el orden social de la época, dividida en tres: la nobleza, el clero y el cada vez más importante Tercer Estado, compuesto por burgueses y campesinos. Los dos primeros gozaban de privilegios fiscales y honoríficos, como por ejemplo, el acceso a determinados cargos en el Estado. La cabeza de este sistema (la misma que será guillotinada) es la figura del rey, en este caso, Luis XVI.
La máxima autoridad es una figura paterna, la fuente primaria de poder y legitimidad. Su poder está dado por derecho divino y organiza todo un sistema económico, administrativo y militar que responde a su voluntad. Lo que comienza a romperse en pedazos el 14 de julio de 1789 es este modo de organizar y reproducir la vida.
Durante el siglo XVIII, Francia no era una potencia industrial. Al contrario, la base de su economía residía en la producción rural, fuente de riqueza de la aristocracia. A pesar de esto, los intereses de una burguesía de base comercial comenzaban a chocar con los de los aristócratas. En el devenir de esta tensión es que debemos comprender el estallido. La revolución fue resultado del conflicto de clases.
Es en este mismo siglo que el Estado francés participa en una gran cantidad de conflictos bélicos que resintieron la economía estatal y agravaron los problemas financieros. La guerra de los Siete Años (1756 – 1763) y, especialmente, en la guerra de Independencia de los EE.UU. (1775 – 1783) generaron un enorme gasto.
Este espíritu belicista francés hay que comprenderlo en el marco de su disputa con Gran Bretaña en el plano internacional. La expansión comercial y colonial había agudizado los roces ya no sólo por la hegemonía en Europa, sino a lo largo y ancho del mundo. El sistema feudal, que mostraba sus límites frente al capitalismo británico, había sido testigo de algunos intentos de reforma por parte del gobierno francés: las políticas modernizadoras de Turgot, a mediados de 1770, habían intentado reanimar la economía. Sin embargo, la resistencia de los sectores tradicionales hacían que las mismas fracasaran.
II
La alta y baja nobleza francesa del siglo XVIII, dice Vovelle, viven por encima de su capacidad económica. En oposición a esto la aristocracia es testigo del crecimiento de las ganancias de la burguesía. Esta situación, que se ve en términos de amenaza a los privilegios tradicionales, va a generar la llamada “reacción nobiliaria”, que no es más que un intento de aferrarse a los poderes que el orden social les otorgaba. Resucitan derechos sobre la tierra y, por sobre todas las cosas, buscan frenar la llegada de burgueses a puestos jerárquicos en el Estado, que se hacían a través de la compra de cargos. Esta “reacción nobiliaria” enfurece y acerca las posiciones de los sectores burgueses y el campesinado, unidos por el rencor ante las prerrogativas aristocráticas.
En este contexto, Francia participa de la guerra de Independencia norteamericana, que deja al Estado en bancarrota. En pos de sanear esta situación, la monarquía intentó cobrar un impuesto general a todas las clases propietarias, cuestionando así los privilegios nobiliarios. Para decidir sobre la creación de nuevos impuestos, en 1788 la nobleza exige el llamado a los “Estados Generales”. Esta Asamblea (que no se reunía desde 1615) estaba articulada en torno a “órdenes”: el clero o Primer Estado, la nobleza o Segundo Estado y el Tercer Estado o Estado llano, que estaba compuesto por campesinos, burgueses, artesanos, etc. Es decir, todos los sectores no privilegiados de la sociedad. En la misma se discutían, por ejemplo, la creación de nuevos impuestos. “La revolución comenzó con la rebelión de la nobleza que intentaba afirmar sus privilegios frente a los de la monarquía. Pero, los efectos fueron distintos a los esperados”, dice Susana Bianchi.
Si bien esa afirmación es pertinente, no se puede entender 1789 únicamente en torno a la rebelión nobiliaria. El Antiguo Régimen también fue asediado desde fuera por la burguesía y el campesinado. Para este segundo grupo, la constante del siglo XVIII es la miseria y la pobreza mientras que para el primer grupo la centuria es sinónimo de prosperidad. A grandes rasgos, las mejoras en alimentación y salud hacen que para finales de siglo Francia sea el Estado más poblado del continente después de Rusia.
La burguesía francesa no es una clase monolítica. Esta no es una burguesía industrial, sino que gran parte de la misma todavía extrae ingresos de la renta de la tierra y, más que a la inversión, apunta a la compra de cargos para ganar respetabilidad. Otros sectores buscan en la producción el sustento económico, mientras que algunos apuestan a las actividades financieras. Todavía estamos en el siglo del capitalismo comercial.
Sin embargo, es necesario resaltar el rol de las llamadas “profesiones liberales”: profesores, abogados, notarios, médicos, que defendían un sistema basado en el talento, no en los privilegios de nacimiento. Estos sectores burgueses son la fuerza que le otorga coherencia ideológica a 1789. Son los encargados de difundir las ideas ilustradas -libertad, igualdad, felicidad, gobierno representativo- las cuales fungirán de basamento programático.
La proliferación de espacios de sociabilidad y debate tales como cafés, salones y periódicos crearon una “esfera pública burguesa”, donde no solamente circulaban ideas sino que se cuestionaba al absolutismo entre “iguales”. Las divisiones de la sociedad estamental no eran reconocidas aquí.
No obstante, esta “esfera pública” estaba reservada a una elite intelectual: la frontera entre quienes podían participar y no estaba marcada por diversas cuestiones, pero la alfabetización era una marca de clase fundamental. Más allá de las limitaciones, estos espacios contribuyeron a crear y difundir una nueva cultura política, nuevas teorías de la representación y, en síntesis, una nueva opinión pública que cuestionaba directamente la autoridad real.
La crisis económica de la década de 1780 acelerará el descontento de los sectores burgueses y campesinos. El estancamiento de precios, la superproducción y un tratado de libre comercio con Gran Bretaña, dice Vovelle, generará enormes dificultades. Las malas cosechas y un invierno frío generaron un clima de tensión social sin precedentes en el año 1788. Por todo el Estado, en las ciudades y el campo, estallan motines de subsistencia, revueltas y protestas. La burguesía reclama frente a la reacción feudal. Estas son las condiciones en las cuales el Tercer Estado llega a los Estados Generales.
III
El llamamiento a los Estados Generales estuvo precedido por la redacción de los “Cuadernos de Quejas” en el año 1789. En los mismos se recogían petitorios y reclamos de todos los grupos sociales de Francia. En ellos vemos miles y miles de críticas y reclamos ante la autoridad real. Según Bianchi se da una “desacralización de la monarquía”, un paso lógico y necesario para lo que sucedería más adelante.
Por otro lado, la campaña de elecciones de los diputados para representar al Tercer Estado sumó un plus clave de movilización y discusión política. Todo este proceso muestra que la Asamblea de los Estados Generales estaría condicionada por nuevas lógicas.
El 4 de mayo de 1789 comienza la reunión de los Estados Generales. En este marco, dice Hobsbawm, el Tercer Estado “comenzaría a luchar por el derecho a explotar su mayor potencial de votos para convertir a los Estados generales en una asamblea de diputados individuales que votaran como tales, en lugar del tradicional cuerpo feudal y deliberaba y votaba por ‘órdenes’”. Lo que reclamaba este sector por un lado era un voto por cabeza, en lugar del voto por estamentos, planteando una nueva lógica representativa. Por otro, que los tres Estados se reunieran para debatir y votar de forma conjunta.
Luis XVI se negó. Frente a esta situación y luego de semanas de debates, el Tercer Estado se autoproclamó “Asamblea Nacional” que ahora pasaría a representar a la “nación francesa”, de donde emanaba su legitimidad. En el juramento realizado en la Cancha de Pelota del Palacio de Versalles, en junio de 1789, declararon que no se separarían hasta no salir de allí con una Constitución. Cuando el rey se acercó al lugar para exigirle la Asamblea su disolución, el diputado Mirabeau le dijo: “Señor, sois un extraño en este lugar y no teneís derecho a hablar aquí”. Era el principio del fin del absolutismo.
IV
Pero no es posible comprender la acción revolucionaria del Tercer Estado por fuera del contexto general de Francia. Si la rebelión de mayo – junio triunfó fue porque coincidió con un momento de enorme crisis política y económica del Estado francés. A su vez, triunfó y se sostuvo por la participación de los sectores populares urbanos y campesinos en el estallido revolucionario.
De todas formas, no es correcto pensar la acción popular al “servicio” de la burguesía en rebeldía. Las investigaciones de George Rudé muestran que es imposible comprender 1789 sin ir, al menos, hasta 1775. La suba de precios del pan, producto de la libertad de comercio del grano y la harina, generó una serie de motines y levantamientos en los mercados urbanos y rurales conocidos como “Guerra de las harinas”, donde los sectores populares saqueaban las panaderías y fijaban el “precio justo” de los alimentos. Más allá de que ese movimiento de asalariados, artesanos y pobres del campo fue masivo y, en muchos casos, altamente violento, no triunfó porque, como dice Rudé, “todavía no había empezado el enfrentamiento de la burguesía al orden existente”.
Los doce años siguientes fueron un período donde la crisis económica a largo plazo se agudizó. Se sucedieron protestas por los precios de los alimentos, pero también huelgas de artesanos y trabajadores en todo el territorio.
En 1788 los artesanos y asalariados de París extendieron su protesta por las condiciones laborales a los barrios de la burguesía. Los sans culottes entraban en escena como fuerza decisiva pero no todavía en alianza con los burgueses. La crisis económica de 1788 – 1789 generó una agudización del conflicto social en el marco del llamado a los Estados Generales y, en este marco, produjo un nuevo marco de alianzas.
Un invierno crudo sumado a una mala cosecha dejó a miles de personas sin trabajo y sin alimento, con la consecuente suba de precios. El mencionado tratado de libre comercio con Gran Bretaña había destruido miles de puestos de trabajo artesanales. La burguesía haría su entrada en la escena revolucionaria con este telón de fondo. Según Rudé, la causa de su enfrentamiento con la aristocracia tenía que ver con que las inversiones de capital y la expansión de las manufacturas se habían visto obstaculizadas en detrimento de los gastos de lujo, el valor de la propiedad territorial y la expansión del comercio colonial.
Los últimos meses de 1788 y los primeros de 1789 vieron un auge de huelgas y revueltas contra la escasez, mientras la burguesía encaraba las elecciones para los Estados Generales y redactaba los Cuadernos de Quejas. En el campo, estallaban levantamientos contra el aumento de los impuestos reales y los cercamientos. Los burgueses y los sans culottes, en este cuadro, acercaron sus posiciones contra el poder feudal.
La llamada a los Estados Generales representó la “Gran Esperanza”, que se veía cuando en las protestas los sans culottes gritaban “¡viva el Tercer Estado!, ya que estos sectores confiaban en que con la acción de la burguesía podrían acabar con las trabas a la producción y con los altos precios de los alimentos, a la vez que darían fin a los diezmos y obligarían a los estamentos privilegiados a contribuir al tesoro nacional. La reacción de Luis XVI frente a la declaración de la Asamblea Nacional fue la gota que rebalsó el vaso.
Existía entonces un enorme descontento y movilización popular previa a los Estados Generales. Pero ¿por qué triunfó la Revolución en 1789?. Para Rudé el conflicto de clases previo a la entrada de la burguesía en escena se daba de forma unilateral y parcial. Con el accionar burgués el movimiento popular sería dotado de una dirección y perspectivas políticas.
Esto no supone menospreciar el papel de los sectores populares, al contrario. Sin la toma de la Bastilla, sin el “Gran Miedo” la burguesía hubiera estado atada de pies y manos. Pero, en esas coordenadas históricas, la insurrección no hubiese podido llevarse a cabo sin una dirección política. El movimiento popular sólo podía triunfar en tanto estableciera una alianza con la burguesía, la burguesía sólo podía triunfar en tanto se aliara con las fuerzas populares del campo y la ciudad. Es en esa “danza dialéctica” -según Hobsbawm- que se puede leer el posterior devenir revolucionario.
La toma de la Bastilla el 14 de julio de 1789 es la fecha en la cual se conmemora el aniversario de la Revolución Francesa. La misma no fue una cuestión de unos pocos cientos de ciudadanos parisinos, sino más bien un hecho de masas: se estima que entre 180.000 y 300.000 habitantes de la ciudad estaban en armas ese día. Las jornadas anteriores habían sido de grandes movilizaciones, sobre todo a partir del 12 de julio. El principal objetivo de estas era la búsqueda de armas.
Los burgueses reunidos en el Palais Royal buscaban dirigir el movimiento popular pero constanemente se veían rebasados por el mismo. La mañana del 14 de julio los sans culottes y distintos representantes de la burguesía tomaron el hotel de los Inválidos y consiguieron alrededor de 30.000 fusiles. De allí marcharon hacia la Bastilla, en búsqueda de pólvora. Pero no sólo era esto: la Bastilla era el símbolo de la opresión monárquica, una prisión construida 400 años antes, con torres y muros de veinticinco metros de alto, había guardado prisioneros y disidentes políticos a lo largo del tiempo.
La imagen tradicional de ese día planteó que la “turba” que tomó la prisión estaba compuesta por los sectores más “bajos” de la sociedad parisina. Al contrario, la investigación histórica demuestra que esa multitud estaba compuesta por artesanos, comerciantes y asalariados, movilizados desde hacía tiempo atrás. Su conciencia revolucionaria se había forjado a lo largo de los años, en el cruce de una brutal crisis económica y política.
La toma de la Bastilla fue un éxito: le dio un nuevo respiro a la Asamblea Nacional y se puso a un representante del Tercer Estado como alcalde de París. Pocos días después, el rey se vio obligado a trasladarse a la ciudad y ponerse la escarapela roja, blanca y azul, símbolo de los revolucionarios. Cuenta Rudé que en San Petersburgo, Rusia, personas que no se conocían se abrazaban en las calles y lloraban de alegría al enterarse de lo que había sucedido en París. Un nuevo tiempo estaba naciendo.
V
La Revolución Francesa tuvo la importancia que tuvo por producirse en el corazón de Europa. Francia era el ejemplo más acabado del absolutismo y el Estado más poderoso del continente. Por otro lado, tuvo un carácter ecuménico: sus principios se extendieron por Occidente y tumbaron los poderes del Antiguo Régimen en Europa y América en unas pocas décadas.
Y es importante resaltar que también su importancia radicó en la enorme participación de los sectores urbanos y rurales antes y durante el período 1789 – 1815. Esta activación popular no fue el resultado de la dirección burguesa, sino de un descontento popular acumulado a lo largo de años de miseria. En todo caso, el 14 de julio es el momento en cual ese cruce de actores se cristaliza en un acto simbólico sin precedentes: la toma de la Bastilla puede leerse como la destrucción metafórica del poder absolutista. Pero también la irrupción masiva y definitiva de los sectores populares en el proceso político abierto a partir de la rebelión del Tercer Estado.
Lo que viene después es digno de varias notas, por su complejidad e importancia. Sin embargo, el 14 de julio ofrece la oportunidad de recuperar la importancia de la participación popular en los procesos políticos para forzarlos y dotarlos de radicalidad, pero también de dirigencias con ideas claras y capaces de dialogar con las necesidades de las mayorías en retroalimentación. Un diálogo necesario que supere la antinomia entre el vanguardismo y el espontaneísmo y que pueda parir procesos de masas radicales y vigorosos.
Pero también permite pensar en la importancia de construir simbolismo revolucionario a partir de acciones políticas que golpeen directamente las estructuras de poder. Los procesos radicales no viven de simbolismos, pero no pueden existir sin ellos.
Hasta 1917, el más importante para los y las revolucionarias de todo el mundo fue el proceso iniciado en 1789. Los mismos bolcheviques se consideraban herederos de la tradición jacobina. El mundo no sería el mundo sin la sacudida de 1789. Ha corrido mucha agua bajo el puente desde los días de julio. Quizás volver a ellos nos permita pensar en nuevas esperanzas.