Cultura Oct 1, 2022

Nace una flor

Argentina, 1985 llegó finalmente a las pantallas y a salas llenas cumplió su primer objetivo: acercar al público masivamente al cine para pensar y discutir nuestra historia reciente.

Argentina, 1985. Cómo condensar en un nombre y un año la potencia histórica y simbólica de una época. Cómo filmar aquello que parecía imposible: juzgar a la cúpula militar por los crímenes cometidos bajo el terrorismo de Estado. Cómo volver a ese retorno de la democracia 37 años después y tratar de capturar los modos que buscaba la sociedad para reconstruir una conciencia cívica, junto con las contradicciones y los miedos, las dudas de un incipiente gobierno y el horror respirando todavía detrás de la nuca. 

Santiago Mitre y Mariano Llinas encuentran en las formas clásicas del relato, en una tradición que va desde John Ford a Gregory Peck, pasando por Frank Capra; en el humor como un gesto de inesperada rebeldía, y en los procedimientos que les brinda la ficción, un film que tiene la potencia para instalarse como aquello que decía Calvino sobre los clásicos, se imponen sobre la memoria por inolvidables y dejan siempre algo más para decir.

Strassera se mueve

El plano detalle entra en la mirada de Strassera que espía por el espejo retrovisor del auto mientras la lluvia difumina las luces de la calle. Strassera se mueve entre tonos opacos, la imagen juega con una dialéctica de luces y sombras constante, Strassera sale del ascensor para entrar a su casa y la cámara lo toma tras las rejas del antiguo elevador. Strassera se encierra, quiere escuchar sus piezas de música clásica y que nadie lo moleste, que la secretaria no lo interrumpa, que la mujer no lo interpele. 

Construidas en los primeros minutos de la película, estas imágenes condensan las tensiones que atraviesan la figura de Strassera durante todo el film; aquel hombre gris, funcionario del poder judicial, que de golpe y porrazo reencarna como héroe de la patria; “los héroes no son hombres como yo” le dice Strassera al “Ruso” (un Norman Briski extraordinario), un personaje que parece jugar como consejero del fiscal, una figura casi paternalista en la que apoyarse. Si Strassera mira por el espejo retrovisor es también porque hay un pasado que lo incomoda y que la película decide mostrar. La escena de la discusión con Moreno Ocampo en la que el joven fiscal lo interpela sobre su rol en la dictadura es un cross a la mandíbula que por más que sea previsible no deja de sacudir.

Detenerse en esta mínima descripción sobre la construcción del personaje sirve para pensar cómo se pintan todas las contradicciones de la época en la figura del fiscal. Strassera no es el héroe bañado de luces doradas, no es un busto de mármol reservorio de toda moral, es también una suerte de antihéroe que se transforma y contradice a lo largo de toda la película. Es el que quería rechazar el caso al comienzo de la película, es el del alegato final que pasará a la historia.

Humor, temblor y rebeldía

Las dos apuestas más fuertes de la película sin duda son la intención de acercar masivamente al público al cine, y una invocación y por qué no, también una interpelación a la juventud que tuvo un rol preponderante en el equipo del fiscal y la recolección de pruebas junto con la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP). El guión tiene una solidez tal que en los primeros quince minutos pueden observarse todas las líneas narrativas que se abrirán. 

El diálogo familiar que inicia el film, con tono de comedia de enredos, desliza la potencia que tendrá el humor, los roles que ocuparán las figuras familiares como núcleos de sentidos, y la figura del hijo de Strassera (nos ponemos de pie para la interpretación de Santiago Armas) como símbolo de una juventud que siempre está en búsqueda de respuestas. Strassera discute con la familia porque, preocupado por una aventura amorosa de su hija, la mandó a seguir ¡por su propio hijo!, en esa discusión bastante hilarante Strassera grita para referirse a una de las familias en cuestión que “esos iban al liceo militar”. La idea de persecución, la mención al liceo militar, con tono humorístico en el medio de una discusión familiar, parece la venganza de una familia que eligió reírse por encima del temor. El humor está puesto casi siempre sobre las escenas de tensión, la risa es un gesto que no solo permite superar un abordaje solemne del tema más doloroso de nuestra historia reciente, sino que también funciona como un gesto de rebeldía ante la parálisis que pretendía imponer el terror.

Lo familiar y la ficción de lo real

El foco puesto en lo familiar más que en los procedimientos propios del juicio funciona como espejo de la época. La familia que empuja a Strassera a seguir adelante. “Esta vez vas a poder, Julio”, le dice Alejandra Flechner en otra interpretación magistral; y como contrapartida la familia de Moreno Ocampo, inserta en las cúpulas militares, convencida de la “lucha contra la subversión”.

Una escena en la que Argentina, 1985, parece querer mirarse a sí misma: Strassera se asoma al balcón, y ve en las ventanas de los edificios a todas las familias prendidas a la televisión mirando el informe de la CONADEP. La escena juega con lo especular una vez más y nos devuelve a nuestra propia mirada, replicándose en los cines, llegando a nuestras casas, volviendo a mirar como en algún momento fuimos capaces de superar semejante horror.

La sala del Cine Lorca el jueves a las 14:00 hs estaba colmada. La película muestra con imágenes de archivo los aplausos y el grito de desahogo luego de la lectura del alegato final. Desde el fondo de la sala empiezan los aplausos, la sala se contagia y se mezclan los aplausos de la pantalla con los de la gente.

La piedra de la locura

Strassera charla con el Ruso, duda de su capacidad para llevar adelante el juicio, duda de ser chivo expiatorio de un gobierno que en realidad no tiene la determinación suficiente para avanzar sobre las causas. El Ruso lo frena, le explica que hay momentos en los que una piedra empieza a romperse, hitos en la historia donde se abre una fisura y ahí, ahí se puede empujar para lo que tenga que salir a la luz encuentre su cauce. 

En el histórico alegato final, Strassera cita el séptimo círculo del infierno narrado por Dante en la Divina Comedia, círculo donde fueron a parar los violentos y los inmorales. Allí también hay una roca que nombra el poeta, rocas que se mueven entre sus pies mientras baja al infierno: “Quiero que sepas que la vez primera/ en que hube de bajar al hondo Infierno/ esta roca no estaba quebrantada” dice el poeta. 

El film de Santiago Mitre nos permite mirar de frente estas rocas, volver a observar nuestras propias fisuras, pensar cómo se siguen moviendo esas placas tectónicas de nuestra sociedad que motorizaron el juicio a las juntas pero que también tuvieron que atravesar las Leyes de Obediencia Debida y Punto final. En este sentido la película toma ciertos riesgos que más que a caer en la pacificación nos invitan a seguir pensando como hacer que las piedras se sigan abriendo.

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