Ojos de video tape
El lobby del hotel provincial de Mar del Plata es la versión interna de lo que sucede afuera en la ciudad: puro fervor y eclecticismo. Los periodistas se chocan con los turistas, los turistas se cruzan con los terapistas intensivos que están en un congreso; y en el medio de ese fervor, Ana Garcia Blaya y el equipo de prensa nos esperan en un rinconcito, al abrigo de frenar un segundo cuando todo corre alrededor.
Ana está sin voz. Lo habíamos notado en la conferencia de prensa que se improvisó luego de la primera proyección de La Uruguaya, adaptación del exitoso libro de Pedro Mairal. Es que un día en la vida de Ana, en estos días, tiene la intensidad de una película entera. Veinticuatro horas antes de encontrarse con nosotros participó de la proyección de su película en el penal de Batán. El equipo de prensa nos invita a pasar a una habitación: “Se van a escuchar mejor y le cuidamos la voz a Anita”. La voz y los ojos de una directora, las cosas que tiene para organizar su mundo.
Acomodados en la habitación, el fondo blanco de la gráfica del 37° Festival internacional de Mar del Plata se funde con la remera lisa de Ana. Así de bien le sienta el festival hoy, tres años después de la presentación de su ópera prima Las buenas intenciones, también bajo el cobijo de “La Feliz”.
La Uruguaya es como una muñeca rusa de novedades: su primera gran producción como directora; la participación de 1960 productores que bajo la órbita de Hernan Casciari y su comunidad Orsai, compraron un bono para participar del financiamiento de la película; una directora que toma el mando de una historia de hombres (en palabras del propio Mairal, una historia “con mucho olor a huevo”) y la resignifica bajo su propio punto de vista. Toda una arquitectura de desafíos que, según Ana, no podría haber enfrentado sin el apoyo de sus colegas (admiradas colegas dirá más de una vez) y la presencia del colectivo de cine Cartelera Transfeminista del que forma parte.
¿Qué dice una mirada? Los ojos de Ana tienen las marcas del cansancio y de la emoción; una mirada que condensa las experiencias de la militancia en el feminismo, las horas de televisión y clips de MTV, la ternura y las contradicciones, el coraje y los miedos; cómo si en los ojos de Ana se encontrará el aleph de todo este proceso que significó el rodaje de La Uruguaya.
Una y otra vez, Ana nos repetía que al lado de sus colegas no se sentía directora, y paradójicamente, toda la charla fue la expresión de una directora que sabe lo que quiere, cómo lo quiere, y cuando lo quiere. En Canto a mí mismo Walt Whitman decía: “¿Qué me contradigo? Sí, me contradigo. Y ¿qué? (Yo soy inmenso…y contengo multitudes)”. Ana hizo de las contradicciones un lugar de enunciación en La Uruguaya y se llevó el aplauso de unas cuantas pequeñas multitudes. Como si fuera poco, nos regaló una primicia: está trabajando sobre un documental que se llama Tiempo de morir, pero aclara rápido “que es una película sobre la vida”
– ¿Cómo fue apropiarse de una historia ajena después del proceso con tantas huellas biográficas en Las buenas intenciones?
– Al principio fue muy difícil, era muy importante la oportunidad de una segunda película. Lo primero que pensé fue que era una historia para un director, que no sentía mía, que recién era mi segunda película y no me sentía capacitada para dirigir una historia con un narrador así. Después entendí que para hacerla tenía que apropiarme de esa historia, fui descubriendo que por ahí este personaje principal era el mismo de Las buenas intenciones, un cuarentón inmaduro, un poco desorientado.
También el llamado de Jazmin (Stuart) ordenó mucho todo porque ya nos conocíamos. Solo que en esta película le hice más justicia al personaje de Jazmin. Ese ejercicio de apropiación me hace pensar que así, apropiándose de las historias, se puede filmar cualquier cosa.
– Esa apropiación tiene mucho que ver con el cambio en la narración que pasa a estar en la voz de Cata (Jazmin Stuart) ¿Cómo fue todo ese trabajo?
– La novela tiene un narrador que durante casi cien páginas no le cede la voz a ningún personaje. Cambiar el punto de vista con la voz en off de una narradora, creía que era algo que podía resolver en el trabajo de edición posterior, que es algo que me encanta y el lugar donde me siento más cómoda. Pero realmente fue un quilombo tremendo. Yo soy muy intuitiva y después ordeno eso en la edición. En este caso fue muy complejo encontrar el tono, desde donde hablaba, no ser muy cínica, no sobre explicar cuando la cámara está mostrando algo y coincide con la voz en off, todo eso lo aprendí en este proceso.
– Cómo fue ese trabajo desde el guión, no era un narrador fácil el de la novela.
– A mi me dijeron “tenemos una historia re cinematográfica” y cuando la volví a leer les dije ¿a dónde? (risas). Todo ese pasaje de interpretar a quien le habla el narrador en la novela y después ver como hacerlo funcionar en la voz en off de Cata fue un laburo de meses. Hasta llegar a ese momento, con la voz en off masculina, a él (Pereyra, protagonista principal) ¡lo odiabas, era insoportable! Y yo necesitaba quererlo un poco al personaje, así que la voz de Cata, a su vez jugando con cierta sororidad con Guerra (co-protagonista) me dejó construir otro punto de vista más amoroso.
Por suerte, en este proceso a Pedro Mairal lo tuvimos de amigo todo el tiempo y entendió perfecto esto de que hay un libro, hay un guión, y después hay una película y esas tres cosas, que una se imagina que van juntas, son cada una obras diferentes. Hasta vino a trabajar de extra y propuso una canción hermosa para la película.
– Todo este proceso, que para mí es una de las cosas mas potentes de la pelicua, me parece que también se mete de lleno en una discusión muy actual: si hay personajes mas o menos feministas o hay un punto de vista, una manera de mirar feminista ¿Cómo vivís esa discusión?
– Hacer cine para una mujer ya de por sí es un acto de feminismo, no sabes las que tenés que pelear. Siendo mujer y súper principiante tenía mucho miedo de estar haciendo la película y que no fuera una película feminista, pero feminista desde un punto de vista respetuoso, estar reflexionando todo el tiempo, horizontalizar todo. La diferencia se hace desde ese lugar. Todas las decisiones que tomaba las charlaba muchísimo con las compañeras directoras del colectivo al cuál pertenezco (Cartelera Transfeminista), me empujaban a ocupar el espacio y a hacer lo mejor que pueda, que lo iba a hacer muchísimo mejor que si otra vez el lugar lo ocupaba un director varón.
Charlar con las compañeras me hacía reflexionar mucho. Dirigir también es compartir las decisiones, hablar con la directora de arte que sabe más que yo, con la directora de fotografía que sabe más que yo, primero escucho a las que saben, luego tomo la palabra final. Eso es el feminismo, no si castigamos al varón o no, es dar la voz para que todes opinen. Reflexionar permanentemente sobre estos procesos.
Por ejemplo, yo en mi primera película concursé para ópera prima en el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) y tuve muchísima suerte, pero hablando con compañeras con más experiencia, que dan clases en la Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica (ENERC), fuí dándome cuenta que no son así de sencillos los procesos. Te das cuenta de toda la gente que queda afuera, a cuantas compañeras las mandan a reescribir treinta veces, como las mujeres quedan más en quinta vía que en audiencia media, son un montón de cosas que hay para ajustar dentro del INCAA también. Gracias a todo lo que se luchó para que se sancione la ley de asignaciones específicas para la cultura tenemos 50 años de prórroga, pero eso es más un punto de partida para seguir trabajando por todo lo que nos falta que un punto de llegada.
– Dos de las particularidades más grandes del proyecto: la producción y el casting. ¿Cómo fue encarar todo eso después de algo tan íntimo como tu primera película?
– Fue una cosa rarísima, que un ente privado te de la plata y te diga hace lo que quieras es muy difícil, me pareció un escenario ideal. La única condición que nos pusieron fue que comuniquemos todo lo que hagamos. Teníamos reuniones virtuales por Telegram, estaban anotadas unas 1900 personas de las cuales participaban un promedio de 500, donde íbamos charlando sobre el proceso de la película, se proponían locaciones, se charlaba sobre el guión. El equipo se sorprendió (equipo que fue convocado por mí), no podían creer esto de hacer podcast todos los días. Hernán (Casciari) quería hacer todo totalmente transparente, los productores siempre trabajaron de forma transparente, pero había que ir diciéndole al equipo hace con esto lo que puedas, y todo estaba a la vista de todes.
Y el casting también fue una promesa que hizo Hernan incluso antes de que yo entrara al proyecto. Una gran parte del casting fue a votación, los protagonistas por ejemplo, lo que no es poco. Yo hice las combinaciones para votar. Antes de la votación diferentes miembros del equipo dieron su favorito, estuvo muy peleado, yo lo viví como la final del mundo. La pareja que ganó (Sebastián Arzeno y Fiorella Bottaialli) se conoció recién tres semanas antes del rodaje, durante los ensayos, si no había química sonábamos, pero la hubo sin duda.
– Retomando un poco Las buenas intenciones, mi escena preferida es cuando el padre de las chicas entra a la escuela con la versión del himno de Charly Garcia. La Uruguaya también está llena de marcas musicales.
– ¡Pero te diste cuenta que acá hice lo mismo! cuando estaba escribiendo la escena del robo me di cuenta: la cámara lenta, un tema hermoso, que aparte es de Diane Denoir, una cantante uruguaya de 75 años que tiene una cabeza increíble y nos hicimos super amigas. Los guionistas querían poner un tema de Fernando Cabrera pero yo insistí y estoy orgullosa del resultado. Aparte Diane tiene toda una historia de militancia admirable y aprendí muchísimo con ella.
– Última y dejamos descansar esa voz: las marcas biográficas de Las buenas intenciones aparecen con fragmentos de imágenes en vhs o fotos. En esta película también jugás con esa idea con los videos del celular y de Youtube.
– Hay algo en el hecho de que el cine que consumí en mi vida, fue a través de la televisión, mi influencia verdadera es la televisión. Mi viejo cuando nos fuimos a vivir a Paraguay nos mandaba VHS con programas grabados, porque decía que tenía miedo que tengamos un bache televisivo. Nos mandaba programas que le parecía que estaban buenos: La Cueva de Birabent por ejemplo, con temas musicales de MTV, entonces todo el mundo del videoclip es una gran referencia para mí. Después creo que aprender tanto de mis compañeras de Cartelera Transfeminista que trabajan mucho con el documental es algo muy importante.
Tengo muchas ganas de filmar un documental, de hecho estoy trabajando en uno que se llama Tiempo de morir ¡pero habla de la vida! Y también aprender de ellas y el coraje de exponerse y contar historias, y saber que hay una historia que contar para cada persona y no estandarizar todo como se propone a veces desde el cine de grandes plataformas. Creo que también en ese juego me hago cargo de mí no formación en cine y sí en tele, y en videoclip, entonces me permito mezclar formatos y editar cualquier cosa.
Mi primera vocación siempre fue de editora, yo bajaba cosas y las editaba. Ahora acá también puedo hacerme cargo de que hay imágenes mejores que la que puedo producir yo; imágenes que hay en youtube, que si alguien me las cede las incorporo, o sea me parece que si es en beneficio de la narración todo vale. Hay gente que no, que si el cuadro no está perfecto con la luz no lo usa y se pierde de contar algo o se pierde una mirada y ahí yo no negocio, yo prefiero incorporarlo, y ahí me putea a la directora fotografía (risas).
– Pero bueno ¡ahí es cuando ya sos directora cien por ciento!
– Si, ese es el momento de hacerme cargo y decir si, la directora soy yo.
(Entrevista realizada por Nahuel Sanguinetti, Santiago Garat y Pedro Garay)