Cultura Deportes Dic 10, 2022

Un Lio rabioso

Como si fuera poco la alegría del triunfo, la selección nos regala también frases para la historia. Messi, Borges y Arlt, o la historia de cómo dar lecciones de fútbol y de lengua al mundo.

¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Menos de treinta minutos? Y nosotres, exultantes, ebrios, afónicos, empapados, estábamos ahí, atrincherados frente a la tele mirando en loop cualquier cosa que nos siga inyectando de vida después de esos minutos de muerte súbita entre el empate de Países Bajos y la resurrección Argentina. De los penales ni hablo. Yo los ví desde el más allá etílico. 

Messí está parado con la mirada desencajada. Gaston Edul (periodista de TyC Sports) lo mira desde un costadito. Y ahí, cuando literalmente Messi sabe que está ante los ojos de todo el mundo, sale el puñal lingüístico, el dardo venenoso que se inyecta de lleno en nuestra tradición oral, que coloca en el lugar de lo convencional la potencia maravillosa de una lengua viva: “qué mirás, bobo, que mirás, anda pa allá”, con la manito al aire, mandando al monigote aquel a ese “allá” que se parece al reto de mi viejo cuando me mandaba a la pieza sin mirar televisión. 

“¿Qué te pensás, que porque leo la Biblia soy un otario? ¡Rajá turrito, rajá!”,  le dice Ergueta a Erdosain después de que este le pida guita prestada. La sentencia está en Los Siete Locos, monumental novela de Roberto Arlt. Esa frase condensa una las inmensas virtudes del escritor y también el núcleo de las críticas que solía recibir. El trabajo magistral con los materiales de la lengua oral y popular, y como contrapartida, las burlas de los mandarines de la lengua nacional que se creían dueños de las convenciones y no podían escribir ni media oración a la altura del escritor argentino. 

Esa última frase que ya vive en el ranking de nuestra literatura nacional es la que actualiza Lionel. Digámoslo así: toda la potencia del sur de Rosario en el centro de los paraísos artificiales de Qatar. 

Pero ¿Dónde radica la magia de ese bobo? Hagamos este ejercicio 

Usted repita la palabra bobo. Y fíjese, fíjese lo que hacen los labios. Es cómo que se acarician el uno con el otro. Un movimiento suave. Ni la connotación de nuestros insultos preferidos de palabras compuestas, ni la vibración del forrrrrro que nos seduce tanto. El bobo denigra por omisión del referente y por suavidad sonora, el 19 de Países Bajos ni siquiera tiene la altura de nuestra sentencia preferida: ppppelotudo. Así, con acento en la P, con la potencia de las consonantes que adoraba Roberto Fontanarrosa. O en la otra vertiente, uno de los agravios preferidos del Diego: el vigilante, esa combinación dental entre la N y la T que nos hace apretar un poquito más los dientes para el aliviador gesto del insulto. Invención sintáctica y placer fonético. Así de linda es nuestra lengua. 

El Bobo, entonces, reduce a cero al que recibe el insulto y enaltece el tono de quien lo prefiere. Sutilezas de la lengua afilada desde el sur de Rosario para el mundo. Otro modo de clavarla al ángulo. La ausencia adrede del nombre no solo evita la injuria directa, sino que aumenta su inclemencia, su atrocidad. Allá va nuestra lengua compadrita, orillera, de riachuelo y cordón de la vereda, porteña, jugando entre el argot y el lunfardo. En el país de la conversación, en el que ir a comprar a la verdulería puede ser una excursión metafísica, Lionel Messi activa la vitalidad de nuestra lengua plebeya. 

Se imaginan ahora las traducciones en la portada de todos los diarios del mundo; nuestro “kemirah, bobo, andapayá” traducido al francés, al catalan, al inglés, trasladando a todos los lectores a un estado de confusión lingüística que nos transforma por un ratito en los dueños de la pelota, la lengua, y el circo. Y eso es lo que no se bancan y eso es lo que volvió a despertar Leo por un ratito. Ellos, que siempre nos quieren ver abdicar, nunca van a tolerar el gesto rebelde de un topo gigo bien puesto. 

Lío, que ahora parece ser Lío y Diego a la vez, completa nuestra tradición retórica: tenemos para siempre las metáforas infinitas de Diego, esos giros monumentales de la lengua que van de tortugas que se escapan  y pelotas que no se manchan. Ahora lo completamos con la efectividad de Messi, nuestro nuevo Haiku predilecto: Qué mirás bobo /anda pa allá. 

Cómo si esto fuese poco, y para completar la tradición universal, el Dibu Martinez con su seductor inglés de acento británico grita sin ton ni son: “I fucked you twice”, “Van Gaal needs to keep his mouth shut”. Todo esto tiene aires inevitablemente borgeanos. Desde la tradición sajona hasta el arte de injuriar, vale recordar lo que decía el escritor sobre la injuria: “Su método es la intromisión de sofismas, su única ley la simultánea invención de buenas travesuras. Me olvidaba: tiene además la obligación de ser memorable”. 

Para variar, parece que el bueno de Georgie tenía razón. 

Por último y para ir cerrando. Vaya y pase que Europa y sus inclaudicables aires de imperialismo nos quieran dar lecciones de moral y ética republicana. Pero el cipayismo de La Nación y Clarín tratando de minimizar los triunfos e inventar vulgaridades dónde lo que existe en realidad es nuestra infinita potencia plebeya; no hace más que confirmar la tirria y el desprecio que le tiene a la alegría popular. Me permito parafrasear a quien, ante la mirada atónita de los aristócratas de la lengua, dijo alguna vez: “El futuro es nuestro por la prepotencia del Messias, y que los eunucos bufen”. 

PD: mientras leen la nota los invito a escuchar de fondo “Diez décimas de saludo al pueblo Argentino” de Alfredo Zitarrosa. Por qué, dirán ustedes. Bueno, les dejo un fragmento que ilustra el feliz viaje de las palabras a través del tiempo. 

No falta el bobalicón
Nostálgico del jardín
Pero entre todos el ruin
Es el que trajo al ladrón

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