Territorialidad e historia pagana
En las banquinas de nuestras rutas argentinas, en los barrios, en los pueblos de la provincia, en el conourbano, en los cuerpos tatuados: la imagen de quien supo ser trabajador rural Antonio Mamerto Gil Núñez, expresa una profunda territorialidad.
Muchas personas viajan a Mercedes (Corrientes) para pedirle, para agradecer al santo pagano más popular de nuestra cultura espiritual. En simultáneo se replican celebraciones en distintos lugares del país donde se han construido altares, santuarios y templos en su honor. Territorialidad. La fuerza del gauchito está anclada en eso que se amplifica porque genera identificación real, cercana, de mito palpable. La necesidad de creer sin que importe la explicación.
En la narrativa del Gauchito hay historia y un relato oral que tiene varios condimentos con la rebeldía de protagonista. Aproximando en el tiempo se habla de que entre 1874 o 1878 Antonio fue un peón rural y soldado en la Guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay. Luego de su deserción y desobediencia a la autoridad es perseguido. Dice la leyenda popular que se convirtió en “bandolero” en “ladrón”, y que le quitaba a los que más tenían para darle a los que menos. Se cuenta también una historia de amor anclada en las diferencias de clase, que lo sacó de su pueblo teniendo que escapar para conservar su vida ante quienes se oponen al romance con una mujer que era pretendida por un comisario.
La narrativa se reproduce como un cuento, como algo de lo que nos apropiamos y vamos transmitiendo, con modificaciones, con versiones de la historia pero que sigue alimentándose en la historia pagana. Esta narra, además, que cuando lo encuentran al Gauchito, que era devoto de San la Muerte, él le pide a su verdugo que no lo mate porque derramaria entonces sangre inocente. Le dice también que su hijo (el del verdugo) está muy enfermo y que tendrá que pedirle a él (Gauchito) para salvarlo. El hombre no lo escucha y degüella al Antonio Gil Nuñez sin piedad alguna.
Al regresar a su casa, se encuentra con que su hijo estaba grave de salud y efectivamente le pide al Gauchito perdón por haberlo matado y que salve a su hijo. El Gauchito lo hace. Y el niño se salva.
La constitución de las creencias populares son a prueba de versiones y relatos, pero sobre todo de expresión y fortaleza espiritual Lo que importa son los valores que se expresan y contienen en sí mismas una verdad sensible e infinita. Las deducciones están a la vista, nunca hace falta explicar.
¿Religiosidad que incomoda?
La institucionalidad católica, y la religiosidad que desde allí comúnmente conocemos propone e impone formas estandarizadas de relacionarse con lo espiritual, que en su rigidez simbólica posee escasa renovación.
La religiosidad que implica al Gauchito, así como otras figuras paganas atraviesa ese dogmatismo y deja al desnudo una serie de límites, límites en la apropiación de la misma espiritualidad, cerrada a una serie de mandatos y sumisiones ancladas en una rigurosa institucionalidad y poder discursivo.
La celebración del Gauchito se propicia como lugar de encuentro, de cercanía, de respeto y espiritualidad popular. De la celebración en ritual abierto, como posibilidad de apropiación sin protocolos e incluso con una narrativa más festiva. Es un lugar que permite la posibilidad de transitar el dolor de otra manera. Una religiosidad más humana tal vez, cuando lo que se reivindica no está puesto en un lugar impoluto o esencial, libre de pecados, sino más anclado a una historia de valores y mitos con aire federal.
Por eso más allá del poder que tienen las iglesias, en nuestro país en particular la católica por sus privilegios históricos, nada ni nadie puede arrogarse la fortaleza única de lo sagrado o de la misma espiritualidad.
Feministas con el Gauchito
Muchas feministas populares somos devotas del Gauchito Gil, lo reivindicamos, lo reconocemos. Esta en nuestros altares, y es entre otras cosas parte de la recuperación de la espiritualidad y la religiosidad como parte importante de nuestras vidas, como puente de nuestro pragmatismo y materialidad, es en la ruptura definitiva con la iglesias como instituciones y las religiones que pretenden configurar todo desde un poder hegemónico. Un poder al que las más genuinas manifestaciones populares superan y nos invitan a compartir como a una fiesta de reencuentro sagrado.
Las feministas populares también creemos en muchas cosas y por eso, la espiritualidad es parte de nuestra política. Combinada con la fortaleza de cierto pragmatismo y lo terrenal de la práctica, funcionan como modo de construir sin esencias. Sin recetas.
El deseo es el motor, nos empuja fuerte y hacia todo. En él se inscribe también nuestra religiosidad, que se conecta con el pueblo y cuestiona la culpa, las opresiones, los abusos, los mandatos. Todo lo que del pensamiento único emana y que en gran parte de los discursos religiosos son estructurales.
Para las feministas también hay promesas, pactos de lucha, políticas del encuentro y la potencia donde el amor relanza lo sagrado. Lo sagrado de nuestros símbolos, el pañuelo verde, los puños en alto, el pañuelo blanco, algunas piedras, plantas, y muchos elementos que, como en los altares del gauchito, mucho se puede aportar.
Nuestras consignas son “Ni Una Menos”, “No nos callamos más”, “Vivas nos queremos”, nuestra oración preferida: “Poder Poder … revolución y feminismo les gusta a ustedes les gusta a ustedes, y ahora que estamos juntas… y ahora que si nos ven… abajo el patriarcado se va caer, se va caer”.
Entonces si, liberemos todo. El gauchito también es nuestro. Feministas devotas del Gauchito Gil. Muchas de nosotras, que reconocemos en su representación al pueblo, a la desobediencia sana de la autoridad, el amor. Es un santo popular que nos permite construir en la fundación del mito, razones para creer, razones de encontrarse con otres que lo reconocen porque reconocen allí los valores y una práctica religiosa que puede crear, se puede inventar, en el sentido más profundo de la creación: como espacio de encuentro y de recarga de energía para vivir, recuperando sentidos anímicos cuando a veces la realidad empuja para atrás.
La magia está de nuestro lado
Aprender a transitar las complejidades de las luchas y retomar el pensamiento mágico para hacer, para creer y crear, potenciar las construcciones. En tiempos de neoliberalismo abrasador, de individualidad sofocante, de alienación productiva, la conexión espiritual con el cuerpo, con lo que hacemos cotidianamente en nuestras vidas es una necesidad estratégica.
Pensar desde la religiosidad no es la abstracción, es recuperar el sentido de los rituales. Es abrir las interpretaciones de los mitos y las leyendas en el registro popular. Es respetar y entender que son libres, no hay una sola forma de creer, ni un manual estandarizado de qué hacer con esa creencias.
Hay una ética posible de la magia del encuentro y de lo simbólico sagrado. De la ruptura con las opresiones naturalizadas y la forma diferente en las que las sentimos de acuerdo a donde estemos parades en este mundo.
En definitiva, el Gauchito y todo lo que pasa alrededor, se organiza desde abajo, y es también una forma de resistir a la desesperanza que propone el sistema. A la soledad y el desamparo, o la determinación de la culpa. Como búsqueda espiritual conectada con nuestra práctica, así que ahí están nuestros altares rojitos, ahí vamos tocando bocina en la ruta, ahí estamos en el pueblo con las celebraciones y las penas una vez más.