Pasaron 8 años desde el primer Ni Una Menos (NUM), ese hito contundente y masivo frente a los femicidios, que significó y significa un antes y un después en la historia de luchas del movimiento de mujeres, feminista y LGTTBI+ en la Argentina, expandiéndose como referencia a nivel internacional. Lejos de ser una efeméride más, la fuerza subjetiva plural que produjo el NUM es singular y es colectiva. Posee una potencia inédita, concreta, que vale la pena visibilizar en tanto se inscribe en la capacidad de transformaciones: tanto desde la materialidad de las vidas como en el registro simbólico que disputa, certero, en la batalla cultural frente al patriarcado que damos día a día.
NUM es entonces expresiones de lucha, acciones y reivindicaciones concretas, es la visualización ineludible de que la contracara de las violencias son las desigualdades. Por eso la construcción de programas para prevenirlas, sancionarlas y erradicarlas abarcan planos que van desde la prevención, la asistencia, la reparación, a la demandas claves en el plano económico sobre el efecto de la deuda en las economías de mujeres y LGTTBI+, las injusticias cotidianas y arrasadoras sobre nuestras vidas ante un poder judicial que responde directamente a lógicas que acentúan las vulnerabilidades, o la importancia de tener un sistema integral de cuidados. Puntos programáticos que son hojas de ruta, que se orientan directamente desde el deseo, el sueño y las luchas por un mundo más igualitario, donde las mujeres y LGTTBi+ no tengamos que pedir que dejen de matarnos.
Se ve, se identifica, se dice, se enuncia, se comparte con otres, se escucha, se organiza algo en torno a eso, se hace, se producen movimientos.
Cuando trabajamos en salud mental, desde el nuevo paradigma de la misma (inscripto en la ley 26.657) sabemos del valor de estos elementos. Porque cuando hay una capacidad de enunciación tan grande y clara, cuando prima lo grupal y colectivo frente a la individuación neoliberal, también hay un antes y un después, y no hay psicología posible que pueda obviar estas condiciones o pasar por alto sus efectos terapéuticos en sí mismos.
Decir y Enunciar los malestares y las violencias
Hablar de la capacidad de enunciación en términos feministas y de salud mental, en un país donde “ir a terapia” es moneda corriente, puede tornarse a esta altura en un posicionamiento ético político y una invitación a consistir las prácticas “psi” de una manera incluso más profunda. Para enunciar hace falta identificar y ver, ser escuchade, escuchar, y a veces la ausencia de formación con perspectiva de género y diversidad en muchas profesiones impacta directamente en las posibilidades de abordajes integrales frente a las violencias.
La ley 26.485 describe la Violencia Psicológica dentro de los tipos de violencia y es muy clara; y del mismo modo cada tipo y modalidad que se encuentran descriptas en el marco normativo que tenemos en Argentina y es necesario retomar siempre, porque son herramientas desde las cuales se defienden derechos, se actúa o se debería actuar situando cada situación de vulnerabilidad desde una perspectiva interseccional.
La salud mental juega un rol fundamental en la salida de las situaciones de violencias, porque la manipulación a la que se está expuesta es muy grande. Lo que sucede cuando alguien enuncia, cuando rompe el silencio como la propia Thelma Fardin, no solo produce que no haya vuelta atrás, sino que se jaquea para siempre esa idea automática de “estar loca”, “equivocada” o “exagerada”, para pasar al plano de la palabra y la elaboración narrativa como un principio reparador.
En este sentido hay dos consignas claves que aprendí en mi formación como psicóloga feminista y que dialogan entre sí: “El silencio no es salud” y “No nos callamos más”. El NUM desde la salud mental interactúa en estas coordenadas, en la potencia del decir, enunciar los malestares y las violencias, poner en palabras y abrir caminos para dejar atrás las opresiones y ganar libertades.
Decir y Hacer en disputa, entre nuevos y viejos paradigmas
Es junio del 2023 y estamos en la Argentina siendo parte de una avanzada de derecha que invade muchos terrenos, y en ese copar espacios hay mucho de lo discursivo y cultural que está en disputa. Tanto en el campo de la salud mental como en las temáticas de género y diversidad, hay paradigmas nuevos que tensionan desde la práctica situada aquellos discursos y prácticas que pretenden volver a un pasado que claramente fracasaron.
En lo que hace a la salud mental, con la ley 26.657 dejamos atrás las miradas patologizantes y compulsivamente diagnosticadoras, para entender a la salud mental como un proceso determinado por factores históricos, sociales, económicos. Y trabajar desde una perspectiva de la salud mental comunitaria, donde lejos de la estigmatización de los padecimientos, se los habla, se los aborda comprendiendo que todes tenemos algo para aportar ahí, y que no es un tema exclusivo de expertos.
En materia de género y diversidad, y el abordaje de las violencias también hemos dejado atrás los discursos y prácticas punitivistas, comprendiendo que la lógica preventiva y del abordaje integral es parte de un nuevo y necesario paradigma. La ley Micaela 27.499 (que lleva el nombre de Micaela García, militante y víctima de femicidio) es una herramienta clave en este sentido, porque trabaja desde la formación, desde la posibilidad de prevenir para erradicar las violencias, comprometiendo al Estado en su conjunto, en todos los niveles y jerarquías, a transversalizar la perspectiva de género y diversidad.
Sin embargo vemos como se relanzan las expresiones de lo viejo y fracasado de los paradigmas punitivistas y patologizantes, ideas vetustas en todas las versiones que “reaparecen” en propuestas, discursos y hacer de las derechas todo el tiempo: mano dura, cadenas perpetuas, diagnósticos al aire.
En ese plano se inscriben por ejemplo las expresiones odiantes y patologizantes como las que vimos dirigirse a Florencia Kirchner semanas atrás desde medios de comunicación; o las permanentes instigaciones de odio hacia Cristina Fernández de Kirchner, además de editoriales enteros dedicados a supuestas patologías, perfiles psicológicos, que ligan su condición de mujer con rótulos patológicos vinculados a la salud mental. Lo peor de la reinstalación de esos viejos paradigmas, no solo es que fallaron y que a claras luces no sirven, sino que están en las antípodas de la perspectiva de derechos humanos que en 40 años de democracia hemos sabido construir y es momento de defender.
No hay medias tintas
¿Qué dice nuestra salud mental sobre estos regueros de odio? ¿Qué dice nuestra salud mental frente al intento disciplinamiento brutal que implica el intento de magnifemicidio a Cristina? Hay un mensaje mafioso permanente que hostiga cotidianamente. Eso tiene efectos subjetivos, eso trae consecuencias en nuestra salud mental, y se apunta a vulnerar aún más a las mujeres y LGTTBi+. Hay un circuito que se pretende cerrar, y no hay medias tintas frente a esto.
Por el contrario, la escuela Ni Una Menos es la del Feminismo en todos lados, la del 99%, la que mira comprendiendo la interseccionalidad de las opresiones y abriendo caminos a cada paso por la inclusión y la igualdad. La escuela de Ni Una Menos también le aporta a la salud mental que necesitamos esa creatividad para las militancias, es hacer de los trabajos de duelo distintas formas de atravesar el dolor, y nunca en soledad, nunca desde la venganza.
La escuela Ni Una Menos es potencia de sublimación, es la posibilidad de dar la batalla cultural y pelear por mejores condiciones materiales, es la solidaridad ante todo. En un mundo hostil, del sálvese quien pueda y de lo individual intentando reinar existencias, las claves y las coordenadas que elegimos para la vida y para pensar una salud mental posible están en lo comunitario, en lo situado, en la política de la empatía, en el valor del lazo y las redes, en todo ese tesoro inmenso que hemos construido en décadas de lucha los feminismos en la Argentina, y convidado al mundo.