Los comunes son invisibles hasta que se pierden.
Agua, aire, tierra, fuego: estas fueron
las sustancias históricas de la subsistencia.
Peter Linebaugh (2014)
Ante la crisis de la globalización neoliberal como proyecto civilizatorio, la respuesta de sus defensores se vuelve más violenta y se corren cada vez más los límites de lo decible y lo posible. El odio moviliza, pero no lo hace en el vacío sino sobre la base de una acumulación de demandas insatisfechas. Millones de personas ven como su nivel de vida se deteriora mientras una minoría se enriquece cada vez más, y en este contexto de desigualdad creciente muches se ven interpelados por las salidas ilusorias que las ultraderechas proponen.
Estas salidas también actúan como un bloqueo y reacción frente a las alternativas sistémicas que intentan revertir esta crisis socioecológica sobre las premisas de priorizar el cuidado de los cuerpos y la naturaleza, de avanzar en mayores niveles de democratización política y económica, y de fomentar la empatía y solidaridad con les otres.
En este contexto, la cooperativa de trabajo Recuperadores/as Urbanos/as del Oeste (RUO) inauguró este año un ecoparque en Caballito, un verdadero oasis verde y comunitario en uno de los barrios porteños más colonizados por la especulación inmobiliaria y donde más avanzó la cementización. Un espacio pensado y construido a partir de priorizar valores sociales, ecológicos y éticos por encima del lucro. Algo de suma importancia para evitar que el clima, otro bien común, dificulte cada vez más un desarrollo sostenible de la vida en el planeta.
“En primer lugar habíamos pensado en hacer una plaza para los vecinos, pero a medida que fuimos avanzando está idea original fue mutando a lo que hoy se convirtió en el parque de los y las recicladoras o Ecoparque como lo llaman otros”, explicó en diálogo con este medio Eduardo “Tano” Catalano, coordinador y referente histórico de RUO. “Fuimos incorporando conceptos ambientales, fuimos asesorados y acompañados por gente de la universidad y gente vinculada al ambientalismo, buscamos información y nos capacitamos”, detalló. Y agregó: “Incluso recibimos desechos orgánicos de instituciones y de los vecinos que convertimos en compost para el parque”.
Si bien el ecoparque se inauguró este año, el proceso viene de larga data: “Arrancamos está idea a mediados del 2020 en plena pandemia. El parate de la actividad nos hizo replantear el uso del espacio. El predio era una guardería de carros y eso generaba condiciones no saludables para los compañeros y el barrio”. “Era un predio pelado. El Gobierno de la Ciudad había invertido en infraestructura y dejó todo por la mitad. Teníamos una estructura de un galpón tirada en el suelo porque nunca la colocaron”, detalló el referente.
De esta forma, la cooperativa comenzó a transitar un camino novedoso, una experiencia que significó extender la autogestión del trabajo a la autogestión de un espacio verde recuperado y abierto a la comunidad en una ciudad cuya planificación atenta contra lugares de estas características. “Es un espacio de gran impacto ambiental. Tenemos biodiversidad, nos visitan vecinos, escuelas y damos charlas, formaciones. Y esto recién empieza. Hace tres meses que abrimos el ecoparque”, resumió Catalano.
La especulación inmobiliaria y sus consecuencias ambientales
Hace años que la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) se ve afectada por un proceso de financiarización de la producción del espacio urbano que trajo consigo profundas consecuencias socioambientales. En este sentido, dos de las principales problemáticas son la emergencia habitacional; y la falta y distribución desigual de espacios verdes públicos.
Ambas se retroalimentan ya que mientras se destruyen los espacios verdes, el metro cuadrado de la vivienda deja de ser un bien de uso y se transforma en un valor de cambio, sobrevalorado en función de la especulación inmobiliaria con el fin de obtener rentas extraordinarias del suelo.
Este pasó a ser un commodity que se valoriza financieramente. El aumento del precio en dólares del suelo en la CABA es elocuente al respecto de esta situación: entre 2006 y 2016, el metro cuadrado pasó de valer 1100 dólares a un promedio de más de 2500 dólares, según datos de la Secretaría de Planeamiento Urbano del propio Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (GCBA) .
De esta forma, la especulación inmobiliaria es la que en los hechos termina por planificar una ciudad excluyente y asimétrica. Por eso es que alquilar en CABA se lleva gran parte de los ingresos de los/as inquilinos/as y comprar una vivienda se volvió una utopía para la mayoría de las personas asalariadas.
A su vez, hay una ciudad con cada vez menos espacios verdes que resultan claves para mitigar la crisis climática por su capacidad de absorber dióxido de carbono en tanto que los que existen se encuentran distribuidos de forma asimétrica en perjuicio de los sectores con menor poder adquisitivo. En este sentido, organizaciones de la sociedad civil vienen denunciando la destrucción del patrimonio natural de la ciudad por la tala, poda indiscriminada y falta de mantenimiento de los árboles que todavía están en pie.
En resumen, el distrito porteño se volvió un paraíso para los negocios privados gracias a la complicidad de un Estado que actúa como garante del capital financiero y sus inversiones inmobiliarias. Esto sumado a la ayuda del oficialismo que gobierna hace 16 años y gran parte de una oposición política que votó proyectos a la medida de las empresas. Es decir, hubo un cambio de paradigma en el cual las ciudades se construyen a partir de lo que el geógrafo inglés David Harvey denomina “acumulación de capital por desposesión” que tiene como principal instrumento la privatización de nuestros bienes comunes.
Esto se traduce en la construcción sin control de inmuebles de lujo con finalidad especulativa, alquileres y viviendas cada vez más inaccesibles, familias sin casas y casas deshabitadas, y cada vez menos espacios verdes y recreativos. “Había concreto de 40 centímetros en el piso. Tuvimos que hacer una inversión de dinero y logística para mover 30 camiones de escombros que sacamos del espacio que hoy es el parque”, historizó Eduardo Catalano dando cuenta en los hechos de cómo la cementización avanza sobre los espacios verdes.
Desigualdad verde
Según la Dirección de Estadísticas y Censos de CABA existen 1256 espacios verdes en la Ciudad: 49 parques, 272 plazas, 421 plazoletas, 387 canteros centrales en calles y avenidas, 87 espacios con otras denominaciones y 30 jardines.
Estos espacios se encuentran concentrados en pocos barrios: la comuna 14 (Palermo), la 1 (Retiro, San Nicolás, Puerto Madero, San Telmo, Montserrat y Constitución) y la 8 (Villa Soldati, Villa Lugano y Villa Riachuelo) superan todas los 9 metros cuadrados verdes por habitante.
Mientras que en la otra punta, las comunas del centro y sur de la Ciudad (3, 4, 5, 6, 7, 10, 11 y 15) son las más desfavorecidas en la distribución con menos de 4 metros cuadrados por habitante. En este sentido, la que menos posee es la 3 que comprende a los barrios de Balvanera y San Cristóbal.
La presencia de espacios verdes urbanos no solo tiene que ver directamente con la contaminación ambiental, al funcionar como reguladores de la temperatura, del dióxido de carbono en el aire, de la polución, del ruido, entre otras cosas, que implican gran importancia para la salud física; sino también representan un lugar de paseo, de ocio, previniendo estrés y enfermedades relacionadas a este.
Como parámetro saludable para las grandes concentraciones urbanas, existe un consenso generalizado de valores mínimos de entre 10 y 15 metros cuadrados de espacio verde por habitantes y de 1 árbol cada 3 personas. En la Ciudad de Buenos Aires el promedio de superficie verde por habitante es de 6 metros cuadrados y hay 1 árbol cada 7 personas, es decir, menos de la mitad de lo recomendado.
RUO: una larga trayectoria de inclusión socioambiental
La cooperativa RUO surgió al calor de la crisis del 2001 como una respuesta sociolaboral a la eclosión del fenómeno cartonero. Situada en terrenos fiscales que pertenecían a Ferrocarriles Argentinos, desde el año 2008 forma parte del programa de Gestión Integral de Residuos Sólidos Urbanos (GIRSU) con Inclusión Social basado en la co-gestión de la recolección de Residuos Sólidos Urbanos (RSU) entre las cooperativas de recuperadores urbanos y el gobierno de la CABA.
El reciclado es una de las tantas estrategias de mitigación para combatir el cambio climático porque cuando reciclamos reducimos el trabajo de extracción, transporte y elaboración de nuevas materias primas. Pero este trabajo, a la vez que protege y cuida el ambiente, también posee una dimensión socialmente inclusiva ya que es el sustento para cientos de miles de personas y familias estructuralmente excluidas del mercado laboral de la economía formal.
En todo este tiempo, la cooperativa amplió sus actividades de reciclado con la instalación de diversos talleres: textil, serigrafía, carpintería, reciclado de Residuos de Aparatos Eléctricos y Electrónicos (RAEEs) y Eco arte. Actualmente, con la recuperación del ecoparque cuentan con una laguna artificial, diversas plantas nativas, árboles y toda una biodiversidad que antes no estaba. “La impronta en la construcción del parque estuvo puesta en la idea de vincular el espacio con lo que antes fue la ciudad de Buenos Aires, un gran humedal con lagunas, plantas nativas y una biodiversidad que intentamos recrear y que hoy se puede comprobar con las aves, insectos, caracoles, sapos, ranas que hay en el parque. Incluso hay madrecitas [NdE: un tipo de pez] en la lagunita”, explicó Catalano.
Además, el parque posee un paseo didáctico sobre la actividad de reciclaje de RSU y visitas guiadas para instituciones educativas y el público en general. “Para cada vecino y escuela que viene hay un equipo de promotoras ambientales, en su mayoría ex recuperadoras de la cooperativa, qué explican cómo se hizo el parque y además concientizan sobre el reciclado y la importancia de separar en origen los residuos sólidos urbanos”, especificó Eduardo.
Asimismo, el cuidado del ecoparque es realizado por trabajadores/as de la cooperativa. Dentro del mismo espacio existe una huerta urbana cuya gestión y cuidado también está a cargo del mismo equipo.
Cabe mencionar que desde el año 2016, terrenos linderos al Ecoparque son escenario de disputa entre el Estado, empresas y la comunidad, a raíz del proyecto de la empresa IRSA del Grupo Elsztain que prevé la construcción de un conglomerado de edificios de hasta diez pisos de altura y un shopping de 28.000 metros cuadrados en tierras que el Club Ferro Carril Oeste le vendió en la década del 90. Bajo la consigna “No al Shopping. Si al Parque”, desde ese entonces vecinos y vecinas del barrio se organizan y ejercen resistencia al proyecto de IRSA a la vez que demandan que las tierras sean un espacio verde público. En este sentido, la existencia del ecoparque de RUO se encuentra en sintonía con la demanda de la comunidad vecinal de poner un freno al avance inmobiliario.
“En todo el proceso de limpiar, acondicionar, ordenar e intervenir el espacio con el fin de crear un parque, los vecinos han tenido una mirada de aceptación a todo lo que venimos realizando en la cooperativa. Esto incluye el reciclado y todos los talleres que venimos dando”, contó Catalano.
No solo intervinieron el predio que ocupa la cooperativa hace décadas, sino que también extendieron los cuidados hacia lugares linderos: “El parque está pegado al puente que une Yerbal con la Avenida Avellaneda. La lomada que genera también la intervenimos cortando el pasto, plantando nativas y colocando bancos y una escalera con durmientes que fueron donados por el subte. O sea, acondicionamos y cuidamos un sector que es ajeno al parque y a la cooperativa pero que los vecinos usan para tomar mate, pasear a los perros, hacer ejercicios. También, en el verano, con los atardeceres el lugar es usado como mirador de las puestas de sol”.
Ante este panorama, un bien común urbano como el ecoparque RUO muestra una salida posible y favorable a los intereses de la comunidad vecina a los territorios y que a la vez se encuentra en disputa con la lógica empresarial de IRSA. Es decir, como plantea Silvia Federici, escritora, profesora y activista feminista italo-estadounidense, los comunes pueden actuar como un marco político desde el cual pensar una planificación territorial alternativa a la financiarización del suelo y a la vez aportar a una estrategia de mitigación del cambio climático.
El parque de los/as recicladores/as: una resistencia desde abajo
De acuerdo a Federici, los comunes, para ser diferenciados de lo público que administra el Estado, deben ser espacios autónomos y aspirar a la autogestión; tener una comunidad; contar con un bien, en este caso la tierra, de propiedad compartida y que no está a la venta y tener un acceso equitativo al mismo. Los comunes son vistos como relaciones sociales y no como cosas. Una relación social que no pone el énfasis en la obtención de ganancia y la acumulación de capital sino en la cooperación, la solidaridad, la interdependencia y la ecodependencia. Todo lo contrario a la relación mercantil financiera que domina actualmente la planificación urbana de las grandes metrópolis como Buenos Aires.
“Todas las acciones que emprendimos fueron también para generar una relación de la cooperativa con la comunidad de Caballito. Esta relación se cimenta en un entendimiento mutuo, propuestas claras e información que a su vez hacen a una alianza estratégica con la comunidad, una alianza que es en beneficio del ambiente y de los y las trabajadoras de la cooperativa. Esto nos pone en un lugar de fortaleza frente a las autoridades que en su momento, llegado el caso, quieran sacarnos o reclamar un espacio que hoy tiene un uso diferente y a la vez beneficioso para la comunidad”, concluyó Catalano.