Desarrollar un balance a la mitad de un festival puede pensarse como algo apresurado. Para el momento en que se escriben estas líneas aún quedan cuatro jornadas de proyecciones y algunas actividades como la premiación. Pero lo cierto es que los eventos importantes sucedieron en los primeros días, la cartelera se va volviendo menos llamativa y las pocas figuras estelares ya tuvieron sus momentos de participación. Para hacer un breve repaso de estos podemos señalar algunos hitos.
La única pasada de La práctica, el nuevo largometraje de Martín Rejtman (una de las principales figuras del Nuevo Cine Argentino con Rapado, Silvia Prieto, etc.) desde Dos disparos en 2014, tras su paso por el festival de San Sebastián.
La proyección de La sociedad de la nieve con la presencia de su director, el español J.A. Bayona (El Orfanato, Lo imposible, Jurassic World: el mundo perdido). Esta tuvo como ingredientes adicionales la entrega de un premio Astor por la trayectoria a Bayona y la asistencia de gran parte del elenco y figuras destacadas del cuerpo técnico. El hecho de que la película cuente la tragedia de Los Andes (un equipo de rugby uruguayo y sus acompañantes se estrellaron y sobrevivieron por más de dos meses en la montaña nevada) marcó la necesidad de un cast argentino y oriental, lo que facilitó su presencia en esta jornada.
Un teatro Auditorium completamente lleno en sus más de mil butacas fue testigo de un film sorpresivo por su crudeza e incomodidad, algo no común en las producciones financiadas por Netflix. La secuencia del accidente de por sí sola vale su visionado en sala, aunque la totalidad de la película lo merece. Un soberbio trabajo de encuadre con una destacada selección de lentes permite alternar entre la inmensidad del territorio y la intimidad del drama humano de aquellos jóvenes expuestos a una situación límite inimaginable para la mayoría de las personas. Quienes piensen que ¡Viven! ya contó lo mismo se van a encontrar con una enorme sorpresa.
De la mano de la N roja también destacó Elena sabe, adaptación del libro homónimo de Claudia Piñeyro: un policial de tintes clásicos sobre una madre que busca a su hija desaparecida con el agregado de una enfermedad neurológica degenerativa de la protagonista. Otra gran interpretación de Mercedes Morán con la siempre rutilante Érica Rivas son los principales atractivos del salto a los primeros planos de Anahí Berneri. La directora de Alanís y Aire libre demostró una solidez narrativa a lo largo de casi dos décadas que la hacían más que merecedora de esta oportunidad.
Es para destacar también la participación del español Víctor Erice, que vuelve tras 30 años de inactividad con la soberbia Cerrar los ojos. El protagonista es un director que lleva décadas sin filmar (las similitudes con Erice suponemos se reducen a esto) y se ve envuelto en un misterio del pasado que vuelve a surgir para introducirnos en un tratado sobre los afectos, la memoria, la nostalgia y la potencia infinita del cine. Sus tres horas de duración, construidas a través de largas escenas de diálogos, pueden resultar intimidantes pero ameritan tomarse el tiempo para disfrutar de algo que con el tiempo será considerado una obra maestra.
La producción cultural argentina, afortunadamente, es abundante en obras distinguidas de autoras femeninas. Es así que también pudo verse El viento que arrasa de Paula Hernández (Las siamesas, Los sonámbulos), un trabajo que al igual que el anterior está basado en una novela, esta vez de Selva Almada. Este tuvo una repercusión altamente positiva en ocasión de su lanzamiento y resultó fundamental para ubicarla como una de las plumas destacadas de los actuales grandes nombres de la literatura argentina junto a Samanta Schweblin o Mariana Enríquez. Esta historia de padres e hijes que bordea entre el retrato familiar y el thriller es una bienvenida evolución en la carrera de Hernández, quien hizo del vínculo filial una de sus marcas registradas.
Otros nombres destacados llegan también al festival con sus nuevos lanzamientos: Hong Sang-Soo, Yorgos Lanthimos, Ryusuke Hamaguchi, Aki Kaurismaki, Quentin Dupieux y Michel Gondry junto con otros menos conocidos para el público general. Esta enumeración podría resultar llamativa a simple vista y dar la idea de estar cabalmente ante un festival clase A, como en los papeles es Mar del Plata. Esta calificación la da la Federación Internacional de Productores a los más importantes del mundo como Cannes, Berlín o San Sebastián y el nuestro es el único latinoamericano de esa exclusiva lista.
A pesar de esto, la realidad material está lejos de lo que el papel parece sugerir. De por si la ubicación en el calendario (cuando ya todos los demás sucedieron) le quita la posibilidad de tener grandes nombres en competencia internacional y otorgar premios a figuras mundialmente relevantes. Pero el primer indicador del estado actual es la falta de visitas internacionales de peso, con la excepción de Bayona. Sin embargo, su llegada parece estar más vinculada a los esfuerzos de Netflix por posicionarse en el mundo del cine que por el interés en su figura que pueda haber en el ambiente local.
En segundo lugar, la reducción de cantidad de películas y salas nos da la muestra de las capacidades económicas de los organizadores en 2023. Cada proyección de una producción internacional suele salir entre mil y tres mil dólares, y cada una suele pasarse tres veces. A unas 150 películas totales, descontando cortos y nacionales, estamos hablando de cifras astronómicas para las finanzas actuales y que el Festival no está en condiciones de afrontar.
No es una exageración plantear que esta edición pudo hacerse exclusivamente por los enormes esfuerzos de sus trabajadores, trabajadoras y autoridades, que pusieron en juego toda su inventiva para conseguir derechos de exhibición, salas, auspicios y todo lo materialmente necesario para estos 10 días de cinefilia atlántica. Y allí es donde además de las entidades internacionales que facilitan los pases, es donde las plataformas asoman la cola.
MUBI, la plataforma de cine independiente y experimental, volvió a participar como auspiciante como lo hace en el porteño BAFICI pero con una presencia discreta. Todo lo opuesto al desembarco que emprendió Netflix en varios frentes simultáneos. En los meses previos, facilitó películas en exclusiva como The Killer de David Fincher o El Conde de Pablo Larraín, para ser proyectadas en el ciclo Hora Cero. En el Festival propiamente dicho, no incluyeron sus placas en los auspicios pero su presencia se siente en el aire. Los permanentes agradecimientos de las autoridades, los estrenos fuertes con presencia de intérpretes y realizadores y las visitas de ejecutivos internacionales del pionero del streaming evidencian el acercamiento estratégico que han tenido hacia el Festival.
La ecuación es evidente para cualquiera: un evento casi sin fondos pero aún con prestigio recibe ayudas vitales para su existencia de la mano de una empresa que condensa exhibición y producción. Como contrapartida, la plataforma gana legitimidad como un actor importante de la industria en sectores que aún le son esquivos, en un movimiento más de una larga y costosa estrategia que con el tiempo va rindiendo sus frutos. Quién gana y quién pierde en esta transacción no es algo que se pueda aseverar livianamente sin conocer las bambalinas del acuerdo. A simple vista, no parece ser una situación equitativa.
Lo cultural es político
Hace varios años que la propia realización del Festival está en duda. En cada oportunidad los fantasmas son conjurados al final y la cita tiene lugar pero siempre con un mismo comentario en voz baja: “Aprovechemos este año que puede ser el último”.
Esta sentencia, una hipérbole para algunes, se convierte en una posibilidad concreta con la llegada al ballotage de los liberales comandados por Javier Milei. Aunque el entramado mediático fue reiterativo en sus ataques a la cultura nacional, con el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) en el centro de su diana, este grupo político defensor a ultranza del mercado como único regulador social eligió al ente autárquico como uno de sus principales enemigos. Por esto no fue sorpresivo, salvo para esa pandilla, que el Festival actúe en defensa propia.
Con el 40° aniversario de la asunción de Alfonsín como fondo, se eligió el lema “Cine y Democracia”. El reciente éxito de Argentina, 1985 en crítica y taquilla (llegó a competir por el Oscar a mejor película extranjera y pese a una exhibición muy reducida vendió más de un millón de entradas) demuestra que tanto la industria cinematográfica como el público mantienen un firme compromiso con los valores democráticos y su reivindicación. Sobre ese mojón, resultó muy acertado que Ricardo Darín fuera quien le pusiera voz al spot oficial del Festival que resume la historia reciente del cine argentino y su diversidad. Y más aún la decisión de finalizarlo con las inmortales palabras del fiscal Strassera en boca del más convocante de nuestros actores: Nunca Más.
Pero la intervención del Festival en el debate público no se limitó a lo declamativo. La figura destacada de la apertura oficial fue el ministro y candidato Sergio Massa, quien hizo uso del micrófono para destacar y resaltar la importancia y necesidad de una industria cinematográfica nacional, junto con algunas promesas a futuro de mayor financiamiento, integración virtuosa con las plataformas y puesta en valor de trabajadores y emprendedores del sector. Más allá de la certeza o no de estas palabras a futuro, demuestra estar al menos asesorado en varios de los puntos centrales de la industria. Solo nos permitimos agregar la imperiosa necesidad de convertir en realidad a la Cinemateca para preservar nuestra historia. Por fuera de las instancias oficiales, también posó para una foto con el colectivo Cine Argentino Unido compuesto por intérpretes y realizadores en una muestra de apoyo mutuo entre industria y candidato.
Como era de esperar, esta toma de posición generó reacciones en el frente opositor. Podría decirse que carece de lógica la postura de enojarse con la “partidización” de un evento oficial cuando las propuestas liberales para el sector son de cierre y persecución. Pero si de algo carecen los dirigentes y seguidores de La Libertad Avanza es de lógica o cualquier atisbo de inteligencia y realidad. Basta recordar las palabras de su candidato a presidente, que manifestaba sus intenciones de cerrar el INCAA alegando un carácter deficitario de su producción y que esta condición amerita su quiebra por no ser sostenida por el mercado. Y así como Massa dio muestras de estar al tanto de las necesidades del sector, Milei hace gala una vez más de su profunda ignorancia.
El cine es financiado por entes estatales en todo el mundo debido a sus altos costos de producción y la necesidad de los países de poseer producción cultural propia como una herramienta del desarrollo. Los ejemplos abundan pero Corea del Sur es uno de los más resonantes. Inclusive en un capitalismo atroz que permitió un crecimiento económico descomunal a lo largo de varias décadas, el desarrollo del cine surcoreano estuvo en manos del Estado a través de diversos incentivos, directos e indirectos.
Para tomar de referencia, el Consejo Fílmico de Corea invierte más de 200 millones de dólares por año para incentivar su producción nacional. Esto, junto con una política cultural consecuente, fue la piedra fundamental para el posicionamiento de la filmografía coreana como una de las más importantes del mundo con su cúlmine en Parasite de Bong Joon-ho. Palma de Oro de Cannes, cuatro Premios Oscar (incluyendo mejor película) y un éxito comercial descomunal fueron posibles después de cuatro décadas de apoyo ininterrumpido.
Pero además de los efectos “intangibles” del desarrollo cultural nacional y la proyección de la propia identidad frente al mundo, hay consecuencias concretas económicas gracias a la inversión audiovisual. El sector no es nada despreciable, ya que representa el 5,2% de la economía argentina, empleando de forma directa o indirecta a más de 600 mil personas. Por encima de esto, el divulgador económico demuestra que además de higiene y autocontrol, carece de entendimiento de nociones básicas como el efecto multiplicador. Rigurosos estudios demostraron que por cada peso invertido en la industria audiovisual, se generan 5,4 debido a su aspecto dinamizador. Las producciones no solo emplean creadores, técniques e intérpretes, sino que también generan inversiones externas (sobre todo de fondos europeos pero últimamente fue en aumento la diversidad de sus orígenes) que se gastan en nuestro país, incentivando cadenas de proveedores locales. El cine es una industria en todos los sentidos de la palabra y como tal debe ser defendido.
La certeza de la apuesta política del Festival se comprueba con la reacción del público. En cada proyección, al finalizar los auspicios iniciales de rigor, se puede leer en las placas institucionales:
Cine y Democracia
con un firme compromiso
contar nuestras historias.
Cultura, memoria,
verdad y justicia.
Siempre.
Y en cada momento, sin excepción, la sala estalla en aplausos y vítores de aprobación. Inclusive el periodismo especializado, que suele ser reacio frente a las manifestaciones partidarias en el ámbito artístico, en algunos casos toleró y en otros festejó la propuesta. Así de importante es lo que está en juego. Es momento de redoblar esfuerzos, en todos y cada uno de los espacios cotidianos, para evitar la catástrofe. Celebraremos el año que viene junto al mar y disfrutando otra vez del mejor cine, como lo merecemos.