En la madrugada argentina del viernes 13 de junio se llevó a cabo un “ataque preventivo” de Israel hacia Irán con el objetivo de frenar la supuesta amenaza nuclear de Teherán. En una semana, el ataque conocido como “El león que se alza”, ya dejó un saldo de casi 600 muertos y más de 1300 heridos (según datos de la ONG iraní Hrana). Entre ellos el poderoso jefe de los Guardianes de la Revolución, Hosein Salami; el alto comandante de ese ejército ideológico iraní, Gholam Ali Rashid; y el jefe del Estado Mayor, Mohamed Bagheri, al menos seis científicos abocados a la producción nuclear y el ejército israelí asegura haber destruido también edificios del Ministerio de Defensa y el aeropuerto Payam.
El gobierno de Alí Khamenei respondió derribando dos aviones israelíes que sobrevolaban el espacio aéreo persa y luego con una lluvia de misiles que lograron atravesar la Cúpula de Hierro israelí y generó impactos en varias ciudades, inclusive en el centro de Tel Aviv. El ataque más virulento impactó en el Hospital Soroka de Beersheva, la ciudad más grande del sur de ese país, pero las víctimas fatales no se cuentan de a miles gracias la alta tecnología en seguridad, las sirenas de aviso, los refugios antibombas y una lamentable experiencia de la ciudadanía de un país que vive en guerra constante.
Semanas antes del ataque, un informe de la Agencia Internacional de Energia Atómica (OIEA, por sus siglas en inglés) de la ONU, había mostrado preocupación por el desarrollo nuclear iraní desatando la preocupación de Occidente. Se trata del principal argumento del primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu para justificar el “ataque preventivo”. Sin embargo, hasta el momento, EE.UU. había elegido el camino de la diplomacia. Las negociaciones entre Washington y Teherán se habían suspendido en 2016 con el primer gobierno de Donald Trump y en mayo de este año se habían iniciado nuevamente. Por eso, Irán acusó desde el principio a la Casa Blanca de planificar estos ataques para bloquear o condicionar al país islámico en la mesa de diálogo.
La respuesta a esta acusación fue ambigua. Al día del primer ataque el secretario de Estado, Marco Rubio, se despegó de las acciones israelíes, pero rápidamente fue desmentido por el propio Trump quien dio a entender que conocía las intenciones de Netanyahu. Pocos días después, una entrevista de Tucker Carlson al senador republicano Ted Cruz dejó expuesta a cielo abierto la interna trumpista.
Las nuevas extremas derechas que llevaron a Trump al poder e instalaron la consigna MAGA (Make America Great Again), creen que estos conflictos tan alejados ya trajeron mucho costo, mucho dolor y ningún beneficio para el pueblo norteamericano que necesita un gobierno más abocado a la política interna que a resolver guerras que son de otros. Sin embargo, esta mirada se choca con la vieja “casta” republicana y realista (en política internacional, los tradicionales neocons) que cree que EE.UU. tiene la obligación de respaldar a sus aliados en estos conflictos, justamente para mantener su condición de potencia hegemónica occidental. Las ambigüedades y especulaciones de la primera semana parecen haber quedado definidas en estas últimas horas, cuando Washington atacó tres instalaciones nucleares iraníes y se metió de lleno en una guerra que sigue escalando y no sabemos hasta donde llegará.
Más allá de la cuestión militar, también hay factores económicos que atraviesan el conflicto y que se entrecruzan con la guerra comercial entre las dos principales potencias del mundo. Hace unos meses se inauguró un nuevo recorrido ferroviario que va de Teherán a China y es fundamental para el desarrollo de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, ampliando el comercio euroasiático, esquivando la mediación norteamericana y poniendo en jaque el patrón dólar. En este sentido, el mandatario chino, Xi Jinping, y el presidente ruso Vladimir Putin miran la escalda del conflicto con gran preocupación e intentan mostrarse como mediadores ante la incertidumbre de lo que pueda pasar con uno de sus principales socios comerciales.
Por fuera de los debates globales, Netanyahu tuvo sus propias motivaciones regionales para atacar en este momento. Hace años que la narrativa sionista ve con preocupación el desarrollo de armamento nuclear iraní. Irán niega la legitimidad del Estado de Israel, financia terroristas como Hamás y Hezbollah que responden directamente a los intereses del Ayatola y desde Tel Aviv creen que el desarrollo de armamento nuclear es una amenaza para la existencia del Estado judío como tal. Esto lejos de justificar un ataque inminente, deja abierta la especulación de que este es un ataque planificado por la administración israelí y que solo esperaba la situación “adecuada” para poder avanzar.
La reacción israelí al ataque terrorista del 7 de octubre de 2023 prácticamente diezmó las capacidades de Hamás en Gaza y de Hezbollah en el sur de El Líbano y limitó las capacidades iraníes de atacar a Israel por tierra. Además los aliados estatales del Ayatola también están reducidos a su mínima expresión. Siria atraviesa una crisis humanitaria tras la guerra civil y la caída de Bashar Al Assad; y si bien Irak mantiene una cierta estabilidad interna, ha quedado militar y financieramente muy desarmado luego de la invasión que sufrió en 2003. El resto de los países musulmanes nunca fueron aliados del régimen iraní ya que las diferencias étnicas y religiosas terminan primando.
Si regionalmente este podía ser considerado un “momento propicio”, la política doméstica también le permitía pensar esta posibilidad. Antes del 7 de octubre, el premier israelí atravesaba varias denuncias de corrupción y un conflicto con el Poder Judicial que pusieron en jaque la propia democracia. A eso se sumaron los cuestionamientos a la seguridad y la defensa nacional que no pudieron impedir el mayor ataque terrorista terrestre de Hamás y por último una respuesta militar desmedida e inhumana que no tuvo el respaldo social que el gobierno esperaba. Primero los familiares y después gran parte de la oposición israelí y de la opinión pública occidental condenaron fuertemente el genocidio en Gaza y hasta pusieron en duda si el objetivo prioritario del gobierno era la recuperación con vida de los secuestrados. En este sentido, el ataque a Irán podía funcionar como cortina de humo para sacar el foco mediático en el desastre humanitario que continúa ocurriendo y que sigue siendo una tragedia que la comunidad internacional no debería desatender.
Ya sea por cuestiones internas de Israel, por una disputa por la hegemonía regional entre el Estado judío y el Estado Islámico o que este sea un conflicto más de la guerra comercial entre las grandes potencias internacionales, lo que queda claro es que parece ser un proceso de largo aliento y colabora con un clima general que se acerca a una guerra mundial. Las voces por la paz cada vez se escuchan menos y se necesitan más.