Cuba, la mayor de las Antillas, ocupa un lugar destacado en la historia de América Latina. Se trató de uno de los primeros territorios americanos en ser explorado y conquistado por los europeos, y uno de los últimos en conformarse como una república independiente de los reyes de España.
La isla estuvo atada a una larga historia de brutalidad y desigualdad. La población originaria fue prácticamente exterminada por los conquistadores que cubrieron la necesidad de mano de obra con la trata esclavista, convirtiendo a Cuba en una de las principales colonias dedicadas al sistema de plantaciones comerciales trabajadas por esclavos africanos. Ocupando un lugar central en el sistema de defensas de la monarquía española, fue además un bastión cuya oligarquía colonial permaneció fiel a los borbones incluso cuando el resto de hispanoamérica era sacudida por las violentas guerras de independencia.

De esta manera la sociedad cubana ingresó a la segunda mitad del siglo XIX como una colonia esclavista española mientras el mundo era transformado por la Revolución Industrial y la consolidación del Orden Libeal Burgues. Fue necesario que atravesará tres ciclos sucesivos de revolución a partir de la Guerra de los 10 años, la Guerra Chiquita y finalmente la Guerra de Independencia que desembocó en el nacimiento de la República de Cuba en 1902.
Sin embargo, la independencia cubana se asemeja más bien a un cambio de administración. La intervención de los ejércitos estadounidenses en la gesta emancipatoria convirtió al conflicto en una guerra entre el decadente imperio español y el ascendente imperio norteamericano. Los marines aprovecharon la ocasión para anexionar las Filipinas y Puerto Rico, y al momento de la derrota de los españoles en Cuba, la bandera que flameaba era la de los EE.UU.

La naciente república cubana debió dar sus primeros pasos de existencia bajo la ocupación militar estadounidense, y tras la retirada de sus tropas, con el establecimiento de un protectorado norteamericano sancionado por la Enmienda Platt. La primera enmienda a la Constitución cubana había sido decidida en Washington y establecía la entrega de tierras y recursos al gobierno de los EE.UU., al tiempo que reservaba a este el derecho a intervenir militarmente para garantizar la independencia, la protección de vidas, propiedad y libertad individual (de cubanos y estadounidenses) y el cumplimiento de las obligaciones que el gobierno de Cuba ha contraído con las autoridades norteamericanas. La isla había declarado su independencia del régimen colonial español para caer bajo el dominio neocolonial de la naciente potencia.
Fue así que desarrolló su propia existencia política, económica y social sobredeterminada por su relación con los EE.UU. Si bien los vínculos comerciales entre ambos espacios se remontaban al periodo colonial, la independencia de España los profundizó. Washington se constituyó en el principal socio comercial como destino del azúcar cubano, el monocultivo al que se ligó el crecimiento económico de la isla. A su vez, el mercado norteamericano proveyó a Cuba las inversiones que aseguraron el desarrollo económico de la isla bajo el dominio de empresas y capitales estadounidenses, muchos de los cuales estaban ligados al crimen organizado a partir de la prohibición de la producción y venta de alcohol en territorio estadounidense.

El enriquecimiento producto de las exportaciones de azúcar, las inversiones norteamericanas y el desarrollo de la industria servicios generaron una destacable prosperidad en ciudades como Santiago de Cuba o La Habana, sobre todo para los sectores más acomodados. Sin embargo, este desarrollo contrastaba con la dura realidad de los espacios rurales que ocupaban la mayor parte del país.
La esclavitud fue tardíamente abolida en 1886, pero los grandes latifundios dedicados al monocultivo del azucar sobrevivieron ahora trabajados por una población rural de minifundistas y braceros que vivían en condiciones de extrema pobreza. Hacia 1958 el 74% de los hogares rurales se hallaba en estado precario o ruinoso y tan solo el 9% de ellos contaba con energía eléctrica. En torno al 70% de los ingresos de los trabajadores rurales eran gastados sólo en la alimentación. Y esta no era necesariamente buena. Según la Agrupación Católica Universitaria, hacia 1957 solo el 4% de los trabajadores rurales comía carne con cierta regularidad. El panorama social de Cuba era realmente catastrófico para gran parte de la población.
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Estos profundos contrastes y desigualdades generaron terribles conflictos sociales. Sumados a la injerencia de la Casa Blanca que podía llevar a una ocupación militar como la de 1906, dieron como resultado un sistema político inestable caracterizado por la corrupción y los negociados con el capital estadounidense.
La necesidad de las élites cubanas de un marco de orden que permitiera asegurar la estabilidad económica desembocó en una dictadura bajo el gobierno de Gerardo Machado (1925-1933) que reformó la constitución para perpetuarse en el poder y llevó adelante una política de represión hacia sus opositores. Pero la crisis mundial iniciada con el Crack de Wall Street y la Gran Depresión en 1929 dio por tierra con el proyecto de Machado en medio de una crisis política marcada por los asesinatos de dirigentes políticos.
Fue así que intervino un actor que sería el protagonista central de la política cubana desde 1933 hasta el triunfo de la Revolución de 1959: Fulgencio Batista. A la cabeza de la Revuelta de los Sargentos fue el principal dirigente militar en el golpe de Estado que aseguró la caída de Machado y sería el hombre más influyente de la política cubana durante 25 años.

Batista era el producto de la crisis del orden liberal y sus sistema político en Cuba, así como de la profesionalización de las fuerzas armadas. Inició su carrera política criticando a las élites tradicionales, pero reprimiendo duramente al movimiento obrero que levantaba las banderas del socialismo y el comunismo.
La crisis de la economía cubana había llevado al deterioro de las relaciones con los EE.UU. marcando la inestabilidad política en medio de gobiernos de transición, hasta que Batista llegó al gobierno constitucionalmente en 1940. Su primera presidencia se caracterizó por una retórica reformista y democrática, así como por el fortalecimiento de la alianza con Washington que se materializó en la entrega de armas para la modernización del Ejército y la participación de Cuba en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) en apoyo de las fuerzas norteamericanas.

En paralelo, la influencia del capital extranjero en Cuba llegó a una nueva escala con el establecimiento de casinos y hoteles que servían de inversión para el dinero de las mafias estadounidenses. La sociedad cubana entraba en un periodo de corrupción extrema en el que el ejército se convirtió en un aliado del crimen organizado, mientras un creciente movimiento obrero y estudiantil cuestionaba abiertamente el rumbo del país.
Tras la pérdida de popularidad que seguiría al fin de su gobierno y estadía en los EE.UU., Batista volvió al poder mediante un golpe de Estado en 1952 anulando la posibilidad de un proceso electoral que lo daba como perdedor. Los partidos políticos tradicionales decidieron plegarse al liderazgo de Batista para asegurar el orden social. Así se inauguró una brutal dictadura militar caracterizada por detenciones, torturas y asesinatos.

La policía del régimen empleaba metodos terroristas que incluían arrojar cadaveres con signos de tortura a la vía pública para amedrentar a sus opositories. La violencia y el autoritarismo fueron los medios a través de los que se sustentó un régimen cuya corrupción convirtió a Cuba en el prostíbulo de los Estados Unidos. La monumental película El Padrino: Parte II, de Francis Ford Coppola ofrece un excelente retrato de la sociedad cubana bajo el régimen de Batista: líderes mafiosos pactan enormes negociados en los que la isla es el pastel a dividir, mientras el gobierno es garante de que estos negocios sean rentables en medio de la exclusión de la mayor parte de los cubanos.
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La frustración del proceso electoral, la censura y anulación de la participación política real y la escalada represiva perfilaron así una oposición de línea insurreccional, sobre todo dentro del movimiento estudiantil. Medio siglo de vida independiente en la isla había estado marcado por la falta de una democracia real, la terrible desigualdad, la corrupción de las elites y la dependencia del capital norteamericano. La violencia utilizada por el nuevo régimen militar aparecía entre los militantes universitarios como un justificativo para utilizar medios violentos que permitan desalojar a un gobierno corrupto.
Fue así que surgieron nuevos dirigentes que proponían una salida revolucionaria a la dictadura, principalmente dentro de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU). El más destacado de ellos sería un joven abogado de nombre Fidel Castro.
Como militante estudiantil había desarrollado una importante carrera política y se había candidateado como legislador en el proceso electoral frustrado de 1952. Encontró apoyo entre otros jóvenes radicalizados que habían vislumbrado la posibilidad de un levantamiento armado y habían empezado a protagonizar ejercicios militares para cumplir ese objetivo. Fue así que jóvenes de diversas procedencias, pero principalmente de la Juventud del Partido Ortodoxo, coincidieron en un horizonte: derrocar a Batista.

La fecha elegida fue el 26 de julio de 1953. Esa madrugada 136 combatientes intentaron tomar por asalto el Cuartel Moncada en Santiago de Cuba, una de las principales guarniciones militares del país. Entre ellos había universitarios, obreros, campesinos y profesionales, pero su principal cualidad era que la enorme mayoría tenía menos de 30 años. Frente a la superioridad militar del enemigo que debían derrotar decidieron utilizar el factor sorpresa, atacando por la noche, en medio de los festejos de carnaval. El objetivo era iniciar una chispa que disparara una gran insurrección popular.
La acción militar, aunque temeraria, era realmente arriesgada. Superados ampliamente en armas y combatientes por la guarnición de Moncada, los asaltantes no fueron capaces de penetrar en el interior del cuartel y sus acciones se limitaron a la captura de postas y azoteas desde donde hostigaron a los oficiales del ejército batistiano. Cuando se hizo claro que la derrota era inminente debieron romper en retirada mientras las fuerzas del régimen iniciaban la persecución.
El inesperado ataque había disparado las alarmas del Ejército cubano y obligó a Batista a declarar el Estado de sitio. La represión contra los asaltantes sería una muestra de la misma violencia y brutalidad que habían caracterizado el acceso al poder del régimen. La gran mayoría fueron capturados y muchos de ellos torturados y asesinados por las fuerzas gubernamentales que los presentaron como “caídos en combate”.

Fidel Castro, capturado, escapó al destino de la tortura y el fusilamiento, pero fue llevado a juicio por el régimen. Durante el mismo decidió asumir su propia defensa en carácter de abogado. Fue así que dió un largo discurso en su alegato final en el que presentó un análisis de la trayectoria histórica de Cuba y su situación actual, denunciando los vicios del régimen de Batista y los problemas estructurales de la sociedad. Se posicionó en favor de transformar el orden imperante, superar el desempleo y la dependencia del extranjero, nacionalizar recursos y servicios públicos, y garantizar el acceso a la tierra para los pobres de Cuba. “La historia me absolverá”, fue la frase con la que Fidel decidió sintetizar las razones de la Revolución que proponía para su país.
Dos años después sería liberado por la una amnistía del régimen y partiría al exilio. El 2 de diciembre de 1956 volvería al país a la cabeza de 82 guerrilleros del Movimiento 26 de Julio integrado entre otros por Raul Castro, Camilo Cienfuegos y Ernesto “Che” Guevara. En diciembre de 1958 el Cuartel Moncada era rendido ante las fuerzas de la Revolución y el 1 de enero la victoria se proclamó en todo el país. La historia lo había absuelto.