El próximo martes 8 de noviembre se renovarán los 435 representantes de la cámara baja y 35 de los 100 senadores, además de 36 gobernadores de los 50 estados y la mayoría de los parlamentos locales de EE.UU. Las elecciones de medio término son una especie de referéndum sobre la Administración en ejercicio (en este caso la de Joe Biden, quien asumió en enero de 2021).
Hoy el oficialista Partido Demócrata cuenta con una ajustada mayoría en la Cámara de Representantes (221 escaños, frente a 212 de los republicanos y 2 vacantes), mientras que en el Senado están empatados en 50, pero el partido oficialista tiene una mayoría técnica, ya que la vicepresidenta Kamala Harris tiene el atributo de desempatar las votaciones. En más de un siglo y medio, en general el partido de gobierno recibe un “castigo” en las midterm, con lo cual hay amplias chances de que los demócratas pierdan el control de al menos una de las dos cámaras. Los congresistas elegidos asumirán sus bancas el 3 de enero de 2023.
Grieta en casa, unidad hacia afuera
Los comicios llegan en un momento interno muy particular. Contra lo que esperaban los optimistas, la pospandemia no dio lugar a un rápido rebote económico, sino que EE.UU. terminó un primer semestre con estancamiento, provocado entre otras cosas por las consecuencias de las sanciones multilaterales contra Rusia, luego de su incursión militar en febrero en Ucrania, que hizo disparar el precio del petróleo y los alimentos. La potencia norteamericana sufre su peor inflación en cuatro décadas, lo cual llevó a la Reserva Federal a aumentar varias veces la tasa de interés, induciendo un enfriamiento de la economía que podría ahondar la recesión de la primera mitad del año.
A eso se le suma una creciente polarización social e ideológica. Más de un tercio de los votantes cree que hubo fraude en las elecciones presidenciales de noviembre de 2020. La Corte Suprema volteó el fallo judicial que hace casi medio siglo garantizaba el derecho al aborto a nivel federal y los republicanos avanzan además en temas urticantes como la educación religiosa en escuelas estatales, la reafirmación de la libre tenencia de armas -bloqueando cualquier posible regulación, a pesar de las reiteradas masacres-, los límites más severos a la inmigración y la obstrucción a cualquier legislación que intente abordar la problemática del cambio climático, favoreciendo así los negocios vinculados a las energías fósiles.
Si bien crecen las fracturas económicas, sociales, políticas e ideológicas, a medida que en distintos Estados se implementan políticas cada vez más opuestas en materia de educación, aborto, justicia penal e inmigración, hay un tópico en el que coinciden la mayoría de los demócratas y los republicanos: la política exterior. Como afirma Serge Halimi, director de Le Monde Diplomatique, “hay un ámbito en el que esta oposición amasada con odio apenas se nota: la defensa del imperio. Enfrentarse a Rusia, contener a China, apoyar a Israel y domesticar a la Unión Europea forman parte del consenso de la clase política estadounidense. Prueba de ello es que no se habla de estos temas”.
El partido que hoy controla la Casa Blanca y ambas cámaras del Congreso no resolvió las fracturas que lo aquejan hace años. Biden representa al establishment globalista y, si bien incorporó en su programa de gobierno algunas demandas del ala izquierda, luego de haber derrotado a Bernie Sanders en las primarias de hace dos años, no logró avances significativos. Ni la postergada y prometida reforma migratoria, que alivie la situación de millones de indocumentados, ni un programa ambicioso de transición energética -la negativa de un senador demócrata obstruyó durante meses su proyecto, y terminó licuándolo-, ni un aumento del salario mínimo ni una política consistente para revertir las penurias económicas provocadas por la pandemia y por la guerra en Ucrania, que la Casa Blanca hace lo posible por prolongar, exigiendo una improbable rendición incondicional de Vladimir Putin.
El actual presidente tiene un índice de aprobación muy bajo, apenas arriba del 40% y, a sus 79 años, crecen las dudas sobre su estado de salud, tras una serie de episodios públicos en que se mostró desorientado o perdido, como cuando confundió la causa de muerte de su hijo el pasado 13 de octubre. La izquierda, que logró avances en cuanto a su representación parlamentaria hace dos años, se debate entre permanecer subordinada en el partido demócrata o intentar la quimera de construir una alternativa por fuera, que rompa el bipartidismo, en un contexto en el que crecen las demandas de los trabajadores, ampliando la sindicalización y protagonizando huelgas poco frecuentes.
En el Great Old Party (GOP), como se conoce al Republicano, la expectativa es arrebatarle a los demócratas el control de la Cámara de Representantes y, quizás también, la de Senadores. El dato fundamental es que el ex presidente Donald Trump persiste como la figura estelar, apoya a unos 200 aspirantes al Congreso y sigue perfilado como el principal candidato para las presidenciales del 2024. Contra todo lo imaginado, la toma del Capitolio no sólo no lo hizo desaparecer de la escena política, sino que sigue controlando al partido. La ultraderecha que se referenció en él avanza en el mundo entero y persiste con fuerza en EE.UU.
Esta derechización del partido que antaño supo dominar el clan Bush, se expresa en los más de 100 candidatos de extrema derecha postulados, una docena de los cuales tienen conexiones directas con supremacistas blancos, milicianos y extremistas antigubernamentales, como los Proud Boy. El actual partido opositor pone el énfasis en la penosa situación económica, en el impacto negativo de la inflación, especialmente en el aumento de los combustibles, aunque también en una agenda regresiva en materia de derechos de las minorías.
Incertidumbre electoral
En todo el mundo desde 2016, cuando se impuso el Brexit y Trump dio el batacazo en las urnas, cada vez es más difícil confiar en las encuestas para pronosticar resultados electorales. En el caso de EE.UU., esto se intensifica ya que el voto no es obligatorio, se vota un día laboral, coexisten múltiples formas de votación, y en esta elección aumentarán los mecanismos de restricción de este derecho, con lo cual un dato clave será cuánta gente efectivamente participe.
Hoy la aprobación de Biden sigue baja. La mayoría de los análisis indican que es muy probable que los demócratas pierdan el control de la Cámara de Representantes y solo puedan retener el actual ajustado control de la de Senadores. Pero como hay 8 Estados donde los números de las encuestas son muy parejos, podría mantenerse la situación actual de dominio demócrata, lo cual permitiría a Biden avanzar con su agenda legislativa y postularse a la reelección, pese a las crecientes dudas por su avanzada edad -asumiría su segundo mandato con 82 años-, o bien, darle a los republicanos el control de ambas cámaras, provocando un bloqueo en el Congreso en los dos años que le quedan al gobierno.
En cuanto a las gobernaciones (hoy hay 27 republicanas y 23 demócratas), de las 36 que se renuevan irían 16 para los primeros, 15 para los segundos y 5 por definirse. Los resultados determinarán qué figuras se potencian para reemplazar a Biden en caso de que no aspire a la reelección, si Trump se ve fortalecido tras una buena performance de los candidatos extremistas que apoyó, o bien surge alguien que pueda enfrentarlo y capturar la nominación republicana, como, por ejemplo, los gobernadores Ron DeSantis, ultraconservador de Florida, o Greg Abbot, de Texas.
Democracia para ricos
Dos temas suelen ser soslayados a la hora de analizar las elecciones en Estados Unidos. El primero, la tendencia creciente a la plutocratización de la política, desde que la Administración Bush desreguló el financiamiento de las campañas. Para participar se requiere una maquinaria que mueve en cada elección centenas de millones de dólares, lo cual excluye la posibilidad de que emerjan alternativas al bipartidismo. Quien más recauda, más chances tiene, con lo cual las corporaciones y los lobbies determinan cada vez más la dinámica electoral.
El otro tema que suele pasarse por alto es el aumento de diversos mecanismos para restringir el derecho al voto -en las elecciones de medio término suelen votar entre 10% y 15% menos ciudadanos que en las presidenciales-, lo cual se suma a un clima político cada vez más violento y agresivo, que resquebraja la imagen autoconstruida de EE.UU. como una democracia modelo en Occidente.
El reciente censo de 2020 permitió a los distintos Estados rediseñar sus distritos electorales, mediante el gerrymandering, lo que usualmente es utilizado por los conservadores para manipular la voluntad popular -con menos votos logran más representantes-, dificultar la votación de los afrodescendientes, hispanos y mujeres -que tienden a volcarse más por los demócratas- y a sobre representar a los electores hombres, blancos, anglosajones. A eso se suman mecanismos de “supresión del voto”, que afectan a las minorías -por ejemplo, impidiendo votar a los millones que tienen algún antecedente penal, lo cual afecta mayoritariamente a afrodescendientes y latinos-.
En EE.UU., cada voto no vale lo mismo. Conviene recordar, a modo de ejemplo, que en 2016 Trump le ganó a Hillary Clinton en el Colegio Electoral, pese a haber obtenido 3 millones de votos menos que ella. Esta tendencia a distorsionar la voluntad popular se agrava elección tras elección, horadando la legitimidad política del sistema político.
En síntesis, si bien la inflación, la recesión y su errático liderazgo desplomaron la imagen de Biden, augurando hace meses un casi inevitable revés electoral para los demócratas, sus chances parecieron recuperarse tras la decisión de la Corte Suprema de revocar el fallo “Roe vs Wade” de 1973, que sostenía que el aborto era un derecho fundamental que debía ser protegido en todo el territorio federal, lo cual puso ese tema en la campaña del partido oficialista.
Los republicanos, en tanto, precisan conquistar 5 bancas demócratas para controlar la cámara baja. En el Senado, si bien actualmente hay un empate, las elecciones más reñidas son en Estados que en 2020 ganó Biden y en los que se impusieron en las primarias republicanas candidatos más extremistas -con posturas antiaborto, por ejemplo-, con lo cual la Casa Blanca confía en que puede retener el control de esa cámara. Pero el resultado está abierto.
En contraste con China, donde Xi Jinping es ratificado en para un tercer mandato, erigiéndose en el abanderado de la estabilidad, en EE.UU. crece la fragmentación y la incertidumbre política. El fantasma del trumpismo, a pesar de lo que auguraba la prensa liberal después del intento de golpe de Estado en enero de 2021, sigue estremeciendo la política estadounidense. El martes 8 de noviembre sabremos cuál será la real dimensión de su fuerza, de cara a las próximas presidenciales. Como en la distópica serie El Cuento de la Criada, las fracturas son cada vez más profundas en los Estados Desunidos de América. La creciente polarización, que se verá reflejada en estas elecciones, seguirá profundizando el declive hegemónico estadounidense a nivel global.
- Leandro Morgenfeld es profesor regular de la UBA, Investigador Independiente CONICET y co-coordinador del GT CLACSO Estudios sobre Estados Unidos. También es compilador de El legado de Trump en un mundo en crisis (SigloXXI, 2021) y dirige el sitio www.vecinosenconflicto.com