El mundo Ene 30, 2025

El saludo nazi de Elon Musk y la complicidad de la dirigencia judía

El planteo de que Elon Musk, Trump o Milei no son nazis porque son "amigos" del Estado de Israel, ignora los puntos en común que tiene la ultraderecha del siglo XXI con la trágica experiencia política alemana del siglo XX.

Esta reflexión parte de un hecho irrefutable: Elon Musk realizó un saludo nazi deliberado en la inauguración de Trump. Esto no solo es un hecho evidente analizando las imágenes sino también conociendo la ubicación político-ideológica de Musk y sus antecedentes familiares (su familia proviene de los colonos blancos de Sudáfrica y tenía simpatía con el Apartheid, como trascendió estos días).

¿Esto quiere decir que Musk es un nazi al estilo década de 1930? no necesariamente: Musk pertenece a la llamada “nueva derecha”, que tiene muchas similitudes pero también diferencias con el nazismo clásico. Seguramente en el saludo nazi de Musk hubo mucho de provocación o “trolleo”, como se conoce en el ámbito de internet en el que tanto se mueve el magnate.

Pero más allá de si en su fuero íntimo Musk reivindica los campos de concentración de Hitler o si solo quiere provocar y llevar los límites de lo posible más a la derecha, es un hecho objetivo que realizó un gesto propio del nazismo, y la respuesta de los sectores hegemónicos de la colectividad judía (comenzando por el gobierno israelí y de ahí para abajo el conjunto de las instituciones comunitarias oficiales, especialmente las sionistas) fue la más pura complicidad. Benjamín Netanyahu, primer ministro de Israel, tuiteó: “Elon es un gran amigo de Israel. Visitó Israel después de la masacre del 7 de octubre (…). Desde entonces ha apoyado en repetidas ocasiones y con firmeza el derecho de Israel a defenderse de los terroristas y regímenes genocidas que buscan aniquilar al único Estado judío. Le agradezco por esto”.

Este mismo argumento, “Elon Musk es amigo de Israel y por lo tanto no es nazi (o por lo menos no es nuestro problema)”, es la línea oficial que repite la dirigencia, los intelectuales e influencers hegemónicos de la colectividad judía -remarco aquí la palabra dirigencia ya que existen muchas organizaciones e individuos judíos opositores a esta ubicación y que correctamente denunciaron al gesto nazi de Musk-.

Pero la línea de complicidad con Musk es una posición profundamente reaccionaria, peligrosa e irresponsable hacia toda la colectividad judía (además de un insulto a las víctimas del nazismo).

Por más que la “nueva derecha” haya desarrollado una simpatía orgánica hacia Israel y sacado (por ahora) de la mira a la colectividad judía, sigue teniendo muchos elementos en común con el nazismo tradicional. La rehabilitación de símbolos nazis (aunque sea en forma de provocación) y de discursos de odio (independientemente de contra quién estén dirigidos) abre la caja de Pandora de una dinámica incendiaria en la cual la colectividad judía puede volver a ser víctima directa, especialmente dados los prejuicios antisemitas que existen (de forma latente o abierta) en muchas sociedades.

Más aún, hoy en EE.UU. (al igual que en otros países) ya existen grupos neonazis y supremacistas raciales que forman parte de la base de apoyo de Trump y de la “nueva derecha”, que se ven empoderados por este tipo de gestos y que ya son hoy mismo una amenaza para los judíos (como se vio por ejemplo en las diversas marchas donde estos grupos desplegaron esvásticas por las calles norteamericanas en los últimos años).

Por último, inclusive si los discursos de odio de la nueva derecha no pusieran en peligro a los judíos sino a otros colectivos étnicos, culturales o sociales, esto sigue siendo un problema gravísimo del cual nadie debe desentenderse, especialmente quien habla en nombre de un pueblo históricamente oprimido y que fue víctima de un genocidio.

La simpatía de la nueva derecha hacia Israel

Pero ¿qué lleva a la nueva derecha a cobijar sectores neonazis y rehabilitar sus símbolos y al mismo tiempo a simpatizar con Israel? Sobre esta aparente contradicción se basa la posición cómplice de la dirigencia judía. El problema es que no se trata realmente de una contradicción. La nueva derecha comparte mucho de los aspectos centrales de la visión del mundo de los nazis, pero al mismo tiempo “moderniza” otros. Entre ellos, su visión del judaísmo, y en particular del Estado judío.

Al igual que los nazis de 1930, la nueva derecha posee una visión del mundo que (sin decirlo con estas palabras) separa a las personas en un colectivo superior y un colectivo inferior, defiende el derecho de los primeros a imponerse sobre los segundos y los deshumaniza por completo.

Al igual que el nazismo la nueva derecha es una ideología profundamente conservadora, con nociones tradicionalistas del género, la familia y la nación.

Al igual que el nazismo la nueva derecha se alimenta de (y estimula permanentemente) la desconfianza y el prejuicio hacia el otro, el resentimiento, el miedo a los cambios sociales y culturales.

Al igual que el nazismo la nueva derecha utiliza sistemáticamente la desinformación, la mentira y la incitación al odio como propaganda política.

Al igual que el nazismo la nueva derecha es profundamente violenta en su discurso y deja ver siempre (aunque sea de forma velada o como juego retórico) la amenaza de la destrucción física del adversario.

Al igual que el nazismo la nueva derecha es una ideología intensamente autoritaria que desprecia la diversidad política, arrincona a todo el que la cuestione y pone en serio riesgo a las democracias.

Al igual que el nazismo la nueva derecha deshumaniza y desprecia de forma violenta a las izquierdas y los progresismos.

Pero al mismo tiempo que la nueva derecha conserva todas estas cuestiones, “modernizó” algunas de las posiciones político-ideológicas del nazismo.

Una de ellas refiere a quiénes conforman ese “colectivo superior”. Aquí la centralidad de la idea de “raza” se desplazó hacia la cultura y lo económico-social: no se trata ya de poner en el centro al mundo ario o blanco (aunque algunas variantes también siguen teniendo esa identificación, y son bien recibidas por las demás), sino de la primacía de lo “occidental”, y en particular de los sectores considerados económicamente “exitosos” (o por lo menos “viables”) de Occidente.

¿Quiénes son entonces los que forman el “colectivo inferior” para la nueva derecha? el mundo árabe e islámico, las masas populares de América Latina, África y Asia, todo lo que sea o parezca “tercer mundo” (sintetizado por Trump en la expresión “shithole countries”, es decir “países de mierda”). En este mismo sentido, en Argentina se instaló en los últimos años la expresión racista “los marrones” para referirse a los pobres y especialmente a los de ascendencia originaria.

En esta nueva visión, el Estado de Israel ya no entra como parte del “otro” sino del propio mundo occidental: es una potencia del primer mundo cuya matriz cultural es más similar a la de Europa que a la de Medio Oriente, con un nivel socioeconómico y tecnológico elevado, y que desde la década de 1970 viene profundizando rasgos culturales conservadores. Más aún, Israel es visto como un enclave de la modernidad occidental en el supuesto mar de barbarie oriental.

La ética militarista de Israel y la brutalidad con la que trata a los palestinos es vista como motivo de admiración por la nueva derecha, porque considera que ese es el modelo para lidiar con “los marrones” del tercer mundo en general. Por último, los sectores de matriz evangélica de la “nueva derecha” en muchos casos sienten hasta una afinidad de tipo religiosa por la “Tierra de Israel” basada en el tronco bíblico compartido por ambas religiones y en ciertas lecturas escatológicas que otorgan centralidad a Jerusalén y al regreso del “Reino de Israel”.

Con respecto a la colectividad judía dentro de los propios países occidentales, la nueva derecha -a diferencia del nazismo- ya no la ve necesariamente como problemática, por motivos similares a los recién mencionados: mayormente no es vista ahora como un “otro” racial sino como parte de la propia cultura occidental. Pero esto ni siquiera es así en todos los casos: la nueva derecha elige como uno de sus principales enemigos al empresario judío George Soros, a quien considera como máximo representante de lo que denominan “globalismo”. En casos como este resurgen con nuevos ropajes muchos de los prejuicios antisemitas tradicionales, especialmente las teorías conspirativas.

Una última cuestión puede señalarse para el caso de Javier Milei en Argentina (que puede extenderse a otros sectores de la nueva derecha, pero no necesariamente a todos). Aquí el presidente ultraderechista asigna inclusive una valoración positiva a lo que él considera como “cultura judía”. Pero la raíz de esa valoración, paradójicamente, es un estereotipo tradicional antisemita: el que establece que la colectividad judía sería esencialmente especialista en finanzas y negocios, es decir capitalistas natos. Mientras este prejuicio tenía una valoración negativa para el nazismo tradicional (que consideraba indigno poner el dinero por encima de otros valores reaccionarios), para sectores de la nueva derecha como el de Milei se trata literalmente de un modelo a seguir: el del emprendedor privado que tiene éxito y maximiza sus ganancias en condiciones de libre mercado. En este caso puede verse como el filo-judaísmo es en realidad la otra cara de la moneda de posiciones tradicionalmente antisemitas.

El giro de la nueva derecha hacia posiciones pro-Israel (e inclusive en algunos casos de aparente simpatía hacia el judaísmo) no es para nada incompatible con sus rasgos heredados del nazismo, sino que es una variante de esos mismos rasgos aggiornada al mundo actual y sus condiciones político-ideológicas.

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