“Lo que no pueden perdonarnos los imperialistas es que estemos aquí, la dignidad, la entereza, el valor, la firmeza ideológica, el espíritu de sacrificio y el espíritu revolucionario del pueblo de Cuba. Eso es lo que no pueden perdonarnos, que estemos ahí, en sus narices y que hayamos hecho una revolución socialista en las narices de los Estados Unidos. Y a que esa revolución socialista la defendemos con esos fusiles”
Con esas palabras, el 16 de abril de 1961, Fidel Castro declaraba el carácter socialista de la Revolución cubana. ¿Cómo se llegó a ese momento que fue un punto de inflexión para el país y la región?
I
El año 1898 marcó una nueva etapa en las relaciones entre los EE.UU. y Cuba. Con el fin de la dominación colonial española sobre la isla, Washington vio la posibilidad de hacer efectiva su hegemonía sobre el Caribe. Un paso más en el camino establecido por el presidente Monroe en su famosa doctrina del año 1823: las tierras que se extendían desde el sur del Río Bravo hasta Tierra del Fuego serían el “patio trasero” de la potencia norteamericana.
Por este motivo, EE.UU. apoyó la lucha de los independentistas cubanos contra la metrópoli y luego de la firma del Tratado de París en 1898, por el cual España entregaba sus últimas posesiones coloniales, mantuvo una fuerza de ocupación en Cuba hasta el año 1902, cuando Tomás Estrada Palma se convirtió en el primer presidente del país.
Sin embargo, la injerencia norteamericana en la isla no se terminaría allí. Durante la primera mitad del siglo XX, la más grande de las Antillas sería una colonia de hecho. La Constitución cubana fue revisada, antes de su aprobación, por el gobierno estadounidense y se introdujo la enmienda Platt que aseguraba la posibilidad de intervención en caso de ser necesario.
En 1903 Cuba cedió Guantánamo, donde hasta la actualidad sigue funcionando una prisión norteamericana de máxima seguridad. Por otro lado, la intervención de la Casa Blanca a nivel regional sería una constante: a través de la imposición de gobiernos títeres durante más de 50 años su hegemonía en Centroamérica y el Caribe estuvo asegurada. Aparte de Cuba, llevó a cabo invasiones y ocupaciones en Venezuela (1902), Panamá (1903), Nicaragua (1912), Haití (1915) y República Dominicana (1916). Se trató de una política articulada expansionista e imperialista con el fin de asentar y preservar sus intereses en la región.
Esta política contenía elementos de ruptura pero también de continuidad: respondía a una lógica de conquista y control que se venía desplegando al interior de su propio territorio -con la matanza de pueblos originarios o el robo la mitad del país a México-, una suerte de imperialismo “interno” que, a partir de finales del siglo XIX, tomará un cariz expansionista hacia el exterior, sobre todo a partir de la construcción del Canal de Panamá.
Fue así que, hasta el triunfo de la Revolución en el año 1959, Cuba se convirtió en un claro ejemplo del trato que los norteamericanos le dispensaban a su “patio trasero”. La injerencia en la política externa e interna, la sujeción económica a partir del dominio que ejercían los monopolios norteamericanos y la sucesión de gobiernos títere, apoyados y financiados por EE.UU. fueron la constante.
II
En 1940 llega al poder Fulgencio Batista, que ocupó la presidencia hasta 1944 y luego gobernó a través de una feroz dictadura entre los años 1952 y 1959. Su gobierno puede considerarse como el mayor exponente de la relación de dominio que Washington propiciaba en Cuba: una dictadura subsidiaria y servil a los intereses del capital norteamericano y de sus mafias locales.
Las huelgas obreras a causa de la miseria, la represión al movimiento estudiantil y antiimperialista, así como a todo tipo de disidencia política, y la pobreza generalizada fueron el caldo de cultivo para el crecimiento del Movimiento 26 de Julio, encabezado por Fidel Castro. El ataque al cuartel Moncada en 1953 por parte de esta organización, el encarcelamiento de sus líderes y el posterior exilio fueron claves para la cristalización y articulación de una resistencia a la dictadura que volvería a estallar un par de años después.
El 1 de enero de 1959 la Revolución cubana triunfó y puso fin a la dictadura. El movimiento revolucionario se impuso no solo por la lucha desplegada por el ejército encabezado por Fidel y Ernesto “Che” Guevara, sino también por la falta de apoyo interno al régimen.
“Un mal régimen con pocos apoyos había sido derrocado. La mayoría de los cubanos vivió la victoria del ejército rebelde como un momento de liberación y de ilimitadas esperanzas (…) la revolución se vivía como una luna de miel colectiva”, escribió el historiador británico Eric Hobsbawm en su Historia del siglo XX.
Gran parte del mundo saludó y miró con buenos ojos a la revolución que, hasta ese momento, no se reconocía socialista ni alineada a la Unión Soviética. Según sus principales voceros estaba inspirada en el nacionalismo revolucionario y antiimperialista. Sin embargo, a partir de 1961 las cosas comenzaron a cambiar.
III
Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial en 1945 y el surgimiento de la Guerra Fría, el mundo se transformó en una zona de disputa entre los EE.UU. y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). La compulsa entre dos modos distintos de organizar la vida se trasladó a cada rincón del mundo y Cuba no fue la excepción.
Con la llegada al poder de la revolución, EE.UU. vio afectados sus intereses. La reforma agraria, así como la nacionalización de empresas y capitales norteamericanos llevaron que comience a mirar a la revolución con desconfianza. El proceso de masas que se estaba llevando a poco más de 100 kilómetros de sus costas, la radicalidad de sus medidas y la movilización popular en clave antiimperialista causaban preocupación en Washington. Cualquier tipo de política que trastocara los intereses norteamericanos era vista como parte de la “amenaza comunista”. La pérdida y el alejamiento de Cuba de la égida estadounidense ponía en jaque el dominio sobre el Mar Caribe, que hasta ese momento se había visto incuestionado.
Es por esto que, en conjunto con exiliados cubanos opositores a la revolución, en 1961 el gobierno de John Fitzgerald Kennedy y la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) comenzaron a pergeñar una invasió. ¿El objetivo? Acabar con la revolución e instalar un gobierno afín. Sin embargo, el gobierno cubano estaba al tanto de los planes ya que el periodista argentino Rodolfo Walsh -que trabajaba en la agencia Prensa Latina– había descifrado los cables entre la CIA y los centros de entrenamiento en Guatemala.
A principios de abril diferentes autoridades políticas y militares norteamericanas, entre quienes se encontraba el presidente Kennedy, el secretario de defensa Robert Mcnamara y el jefe de la CIA, Allen Dulles, decidieron que era momento de activar el plan. El 15 de abril un avión norteamericano -disfrazado con los colores cubanos- bombardeó los aeropuertos militares de la isla, pero fue repelido a balazos. El 16 de abril de 1961 el Batallón 2056, integrado por cubanos exiliados, mercenarios y agentes de la CIA, partió para Cuba. El 17 de abril el Batallón desembarcó en Playa Larga y en Playa Girón. Ante la noticia de la invasión, Fidel Castro movilizó tropas regulares y voluntarias hacia el lugar. Alrededor de 20.000 personas rodearon y atacaron a las tropas contrarrevolucionarias.
Los combates entre los invasores y las fuerzas cubanas se sucedieron durante más de 60 horas. 114 soldados invasores murieron y 1.200 fueron hechos prisioneros. El avance norteamericano sobre Cuba había sido frenado y su derrota era un hecho.
IV
La invasión no se dio en un marco aislado, sino en el contexto internacional de la Guerra Fría. Si a la paranoia anticomunista que EE.UU. desplegó por todo el mundo se le sumaba una revolución que, a escasos kilómetros, comenzaba a poner en jaque sus intereses económicos, el acercamiento cubano a la Unión Soviética era la jugada más lógica. Esto se explica por la imperiosa necesidad de asegurar la defensa de las conquistas de los primeros dos años de la revolución, pero también la posibilidad de supervivencia a partir del bloqueo económico que Washington desplegó luego de la derrota.
Por su parte, para Moscú, asegurarse un aliado frente a su principal adversario global era importante en tanto y en cuanto le garantizaba presencia en la región. La lógica organizativa del Partido Comunista en términos políticos y económicos también le otorgaba a la revolución cubana una estructura que había probado ser exitosa en las distintas revoluciones del siglo XX, como Rusia o China.
La victoria de Playa Girón también le otorgó un nuevo impulso a la popularidad del proceso iniciado en 1959. La revolución que había triunfado en una isla paradisíaca encabezada por una generación de jóvenes -los “barbudos”- quienes habían luchado con heroísmo en las montañas contra una dictadura sangrienta, que se había granjeado el apoyo popular a nivel interno y externo, una movilización de masas para asentar y avanzar en reformas estructurales en términos económicos, educativos y sanitarios, ahora se mostraba capaz de enfrentar y expulsar a la principal potencia militar y económica a nivel mundial. Cuba era la muestra de que era posible vencer al imperialismo.
V
A más de seis décadas de aquella batalla, el mundo que vivió esas jornadas no es el mismo. Y sin embargo, Playa Girón sigue brindando claves para pensar los procesos actuales. No da respuestas, pero plantea preguntas.
¿Es posible desarrollar procesos populares sin trastocar los intereses del capital concentrado? ¿Es posible avanzar en esas reformas sin apoyarse en el movimiento de masas? ¿Qué forma político – organizativa necesitan construir los sectores del campo popular como herramienta para la lucha de clases? ¿Es posible pensar en una coexistencia armoniosa de la región con el imperialismo norteamericano? ¿Es posible una vida digna para las mayorías con EE.UU. y el Fondo Monetario Internacional sobrevolando y supervisando los rumbos que toman los países latinoamericanos? ¿Se puede pensar una alternativa radical, popular, de masas, que dé por tierra a las viejas y nuevas formas de sujeción imperialistas?
Quedan las preguntas abiertas. Las respuestas no están en la historia, sino que deben ser todavía construidas.