La masacre en una escuela primaria de Texas, donde fueron asesinados 19 niños y 2 adultos, acaparó horas de noticias en medios de comunicación de todo el mundo. Unos días antes, el 14 de mayo, un hecho similar ocurrió en Buffalo, estado de Nueva York. Un jóven ultraderechista blanco de 18 años, Payton S. Gendron, abrió fuego en un supermercado asesinando a 10 personas negras.
El atacante recorrió cientos de kilómetros para llegar hasta allí, el distrito con mayor proporción de población afroamericana del estado, con el objetivo explícito de llevar adelante una masacre contra esa comunidad. Para agravar aún más la situación, transmitió en vivo su ataque a través de la plataforma Twitch, demostrando una clara intencionalidad propagandística. Por estas razones, el atentado es comparado con los linchamientos racistas que tuvieron lugar históricamente en EE.UU. durante gran parte de los siglos XIX y XX.
Las motivaciones ideológicas del crimen fueron explicitadas en un manifiesto de 180 páginas que su autor posteó en internet. El núcleo central del mismo es la teoría conocida como “el Gran Reemplazo”, según el cual existiría un plan deliberado en todo el mundo occidental para volver minoritaria a la “raza blanca” apelando a la inmigración y el crecimiento de la población negra, latina y musulmana, en detrimento de los blancos.
En el texto, Gendron señala como inspiración ideológica a los responsables de otros atentados similares como el que llevó adelante otro supremacista blanco en Nueva Zelanda contra una mezquita (2019), el ataque racista de 2015 contra una iglesia afroamericana de Charleston (Carolina del Sur) y el atentado en Noruega contra el campamento juvenil del Partido Laborista. Masacres de este estilo también fueron llevadas a cabo en una sinagoga en Pittsburgh en 2018 (contra la comunidad judía) y en un supermercado en El Paso en 2019 (contra la comunidad latina). El supremacismo blanco y el neo-nazismo van encadenando así sus crímenes e influenciando a través de la “propaganda de los hechos” a toda una nueva camada de personas dispuestos a imitarlos.
Gendron habría entrado en contacto con este tipo de ideas a través de foros de internet como 4chan, utilizados ampliamente por sectores supremacistas por la laxitud de los criterios de moderación. Una advertencia sobre los peligros que encarna el discurso de la “libertad de expresión” que esos mismos sectores enarbolan para realizar propaganda de odio. Debate que fue reactualizado a partir del intento de adquisición de Twitter por el billonario Elon Musk, quien pretende aplicar a la red social esos mismos criterios de no-moderación.
Esto también deja en evidencia la unilateralidad de los discursos mediáticos que solo ven la “amenaza terrorista” en otras culturas y religiones, pero no ven la cada vez mayor regularidad de los atentados cometidos por los supremacistas blancos en el propio mundo occidental. Un problema de enorme gravedad que no solo no es combatido por las grandes potencias liberales sino que hasta es estimulado como en Ucrania donde se otorga apoyo político, militar y financiero a milicias neonazis (como el batallón de Azov) en su combate contra Rusia. Grupos armados que se encuentran a sus anchas para reclutar combatientes de todo el mundo, entrenarlos y dotar al supremacismo blanco de una narrativa “heroica” a lo largo del globo.

A su vez, los discursos supremacistas blancos son defendidos cada vez más abiertamente por sectores del “mainstream” político-mediático. Uno de sus principales voceros es Tucker Carlson de la cadena Fox News, cuyos programas son vistos regularmente por más de 4 millones de televidentes, lo que lo convierte en el show de noticias más visto del país. Sostuvo sus planteos acerca del “cambio demográfico” deliberado en más de 400 episodios de su programa, lo que configura toda una campaña político-ideológica para instalar un clima de paranoia racista. Se trata de un punto de vista realmente masivo, ya que según la agencia Associated Press esta teoría es compartida en mayor o menor medida por uno de cada tres adultos norteamericanos.
Ideas similares son sostenidas por buena parte del Partido Republicano, y están en plena sintonía con la agitación reaccionaria llevada adelante por el ex presidente Donald Trump. La peligrosidad de esta perspectiva se comprobó con el intento de toma del Capitolio en 2021, en un ataque abierto contra los resultados electorales y por lo tanto contra el régimen democrático.
El propio Trump continúa con su retórica incendiaria en su propia red Truth Social, donde hace poco tiempo compartió una publicación con el mensaje “Guerra Civil” provocando una fuerte controversia. La amenaza que esto implica no puede ser minimizada teniendo en cuenta la existencia de grupos de choque como los “Proud Boys” y otras bandas derechistas.
Finalmente, este clima es estimulado también desde la cumbre del propio sistema institucional norteamericano, la Corte Suprema de Justicia. Su mayoría conservadora manifestó la intención de revocar la protección federal del derecho al aborto revirtiendo así una conquista vigente hace 50 años.
Un repunte de la violencia social
Las masacres de Buffalo y Texas son las más recientes, pero episodios similares se vienen repitiendo en distintos formatos y con distintos protagonistas. Su punto en común son las armas de asalto y una gran cantidad de muertes. En lo que va del año más de 17 mil personas perdieron la vida en EE.UU. en más de 200 casos relacionados con armas de fuego.
Estos hechos pueden ocurrir ya que en el país norteamericano es legal -para cualquier persona mayor de 18 años- la adquisición de fusiles de asalto, amparados en la Segunda Enmienda de la Constitución. El negocio de la venta de armas es uno de los principales motores de la acumulación capitalista y entidades como la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés) y los grupos armamentísticos funcionan como lobbys con una fuerte influencia política. Además, los sectores sociales y políticos conservadores defienden este estado de situación como elemento constitutivo de la “libertad” norteamericana.
La seguidilla de “shootings” (tiroteos) pone también de manifiesto otro problema estructural y generalizado: una grave crisis en la salud mental, profundizada en los últimos años por la pandemia. Se trata de un problema que no es abordado ni siquiera en sus síntomas, ya que no existe en EE.UU. un sistema de salud pública masivo que permita dar atención a las mayorías populares, y los costos de acceso a los tratamientos son prohibitivos para gran parte de la clase trabajadora.