El 20 de septiembre las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk, independientes de facto desde 2014 y en guerra desde entonces con Ucrania, anunciaron la realización de un referéndum entre el 23 y el 27 del mismo mes para votar su integración a Rusia. Lo mismo hicieron las regiones de Jersón y Zaporozhie, ocupadas por el ejército ruso en el marco del actual conflicto con Kiev.
El 21 de septiembre el presidente de Rusia, Vladimir Putin, firmó un decreto de “movilización parcial” de tropas mediante el cual llamarían a las armas a unos 300 mil reservistas. Por su parte el ministro de Defensa, Serguéi Shoigú, aseguró que en el país existen “casi 25 millones de personas que han servido y tienen una profesión militar”, dando a entender que ese número podría ampliarse.
Para el 22 de septiembre la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y sus distintos miembros habían aportado a Ucrania armas y equipamiento por más de 60 mil millones de dólares desde que comenzó el conflicto. El equivalente a todo el presupuesto militar ruso.
A eso se suma el éxito de la contraofensiva ucraniana en la región de Jarkov, recuperada recientemente de manos rusas. Esa victoria, sobre una zona que estaba poco defendida y que se logró casi sin bajas ante la retirada ordenada del enemigo, permitió reforzar la narrativa guerrerista de Occidente y seguir justificando el enorme gasto militar en un conflicto que parece no tener salida.
De la “operación especial” a la guerra ¿nuclear?
La inminente incorporación de Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporozhie a territorio ruso convertirían lo que para el Kremlin es una “operación especial” en una guerra dentro y contra su país. Si bien parece un detalle menor, cambia profundamente el carácter del conflicto.
Como señaló el periodista catalán Rafael Poch, ex corresponsal en Moscú entre 1988 y 2002, “aumentará la intensidad de la campaña, que hasta ahora ha sido muy comedida de parte rusa. No ha habido destrucción de infraestructuras fundamentales, ni misiles contra los centros de poder en Kiev, que es lo primero que se hizo en Belgrado y Bagdad”. Pero lo más preocupante es que “se concreta la amenaza nuclear, pues una guerra en Rusia, según la doctrina rusa, permite utilizar armas de último recurso para defender la integridad del país”.
Esto fue expresado por el propio Putin cuando anunció el llamado a reservistas. «En caso de una amenaza a la integridad territorial de nuestro país, para la defensa de Rusia y nuestro pueblo, sin duda usaremos todos los medios disponibles”, dijo.
Hay que tener en cuenta que el mandatario ruso se juega en este conflicto un proyecto político de más de dos décadas y que todavía tiene muy presente la humillación sufrida por su país en la década de 1990. Por todo esto, la amenaza no debería ser tomada a la ligera. En julio de este año incluso apuntó: “Todos deben saber que, en general, aún no hemos comenzado nada en serio”.
Cabe recordar que tras el golpe de Estado de 2014 en Ucrania que instaló un gobierno pro-occidental, EE.UU. y la OTAN profundizaron su política de avanzar hacia el Este sobre la histórica zona de influencia rusa. Entrenaron y armaron a las Fuerzas Armadas ucranianas e instalaron plataformas de misiles y laboratorios de armas químicas a minutos del Kremlin.
Al margen de lo que se pueda pensar de Putin, era difícil suponer que no iba a reaccionar ante una provocación de esas características. ¿Qué pasaría si Rusia o China hicieran lo mismo en Cuba o, para buscar un país que comparte frontera directa con EE.UU., en México?
Como explicó en este mismo portal el especialista en la estrategia geopolítica de EE.UU. Andrew Korybko a comienzos del conflicto “Moscú simplemente no podía darse el lujo de esperar más para evitar encontrarse en una posición de chantaje biológico y/o nuclear ucraniano respaldado por Washington”. Sin embargo, el analista señalaba entonces que ese escenario “podría haber provocado efectivamente la Tercera Guerra Mundial, ya que Rusia podría haberse desesperado lo suficiente como para usar armas nucleares en defensa propia como último recurso”. Hoy esa posibilidad no es inmediata pero tampoco resulta imposible.
La sanciones contraproducentes
Como parte de la estrategia occidental para acorralar a Rusia, se impusieron más de 1300 sanciones económicas de distinta índole contra empresas, funcionarios y la población en su conjunto. Una de ellas es la que limita o prohíbe directamente a ciudadanos y ciudadanas rusas ingresar a la Unión Europea. Paradójicamente eso es lo que hoy le impide a muchos huir del país para evitar el decreto de movilización parcial de Putin y los obliga a ir a las armas contra el pueblo ucraniano.
Más allá de este aspecto particular que ejemplifica el absurdo de esa política, hay un escenario general que resulta mucho más preocupante para Europa. Las sanciones no lograron doblegar a Rusia que incrementó su comercio con China e India (la 2° y 5° economía del mundo respectivamente); que no ha sufrido impactos considerables internamente; y que ha comenzado a realizar intercambios comerciales por fuera del dólar.
Por el contrario, quiénes más afectados se ven por el intento de desconectarse de Moscú son los propios países europeos. La reducción del suministro energético proveniente del gigante euroasiático está impactando en los precios de las tarifas de la población, llevando a funcionarios a solicitar esfuerzos prácticamente de guerra a países que, en teoría, no son parte del conflicto. Un caso muy conocido es el de la ministra de Ambiente de Suiza que sugirió a las personas que se bañen de a dos para ahorrar.
Pero más preocupante resulta el golpe al desarrollo de las economías de la Unión, incluso de potencias como Alemania. En un artículo para Deutsche Welle, el economista Carsten Brzeski plantea que «la guerra en Ucrania pone fin al modelo comercial económico alemán tal como lo conocíamos, un modelo que se basaba principalmente en importaciones de energía barata y exportaciones industriales en un mundo cada vez más globalizado”.
Como apuntó el periodista argentino Bruno Sgarzini, “buena parte de las industrias europeas alimentan sus centrales eléctricas con gas ruso comprado con contratos a largo plazo” por lo que “el efecto cascada es terrible y tremendo”. Si bien Alemania anunció la estatización Uniper, la principal empresa de servicios públicos del país y negocia acuerdos para comprar gas a Qatar y Emiratos Árabes Unidos “el problema es que los proyectos de expansión del gas qatarí tienen fechas de finalización para 2027. Demasiado tiempo para tanta urgencia”, completa Sgarzini.
La contracara de esto es EE.UU., uno de los grandes ganadores de la guerra. Según The Wall Street Journal, “los altos precios del gas natural empujan a los fabricantes europeos a trasladarse” a territorio norteamericano. Esto incluye productores de fertilizantes, acero y químicos, entre otros.
¿Quién cederá primero?
Rusia por ahora se ha mostrado más sólida de lo que la propaganda occidental señalaba. No obstante, la escalada de la guerra en Ucrania obligará a mayores esfuerzos para la población, empezando por la obligación de combatir. Esto implica una reconfiguración del acuerdo social que Putin construyó con su pueblo desde su llegada al poder en 1999. Cómo se lleve adelante ese nuevo equilibrio será la clave para que Moscú pueda sostener o no su ofensiva militar.
Por su parte EE.UU. difícilmente retroceda en sus posiciones ya que la guerra en Ucrania le ha generado beneficios económicos y le ha permitido subordinar nuevamente a Europa bajo sus políticas. La condición de potencia mundial de Washington -hoy en decadencia- depende de esa subordinación.
Por eso la clave está en cuanto aguantará la Unión Europea y sus pueblos los embates de una guerra que no es la suya. Hasta ahora han sufrido la mayoría de las consecuencias pero todavía no ha llegado el invierno, momento en que la falta de energía rusa se sentirá con fuerza. Si Bruselas adopta una línea de mayor autonomía de la Casa Blanca podría forzar una negociación que permita alcanzar un acuerdo que, necesariamente, tendrá que implicar ceder ante los reclamos rusos: una Ucrania neutral que no sea una plataforma de la OTAN en sus fronteras.