El mundo Nov 24, 2023

La partición de Palestina y la Nakba

Segunda entrega sobre la historia del conflicto árabe-israelí. El comienzo del exilio masivo del pueblo palestino (1947-1948).
Palestinos expulsados de sus aldeas en Galilea, noviembre de 1948

Durante el Mandato Británico de Palestina (1920-1948) la comunidad judía en ese territorio (el Yishuv) llegó a conformar un tercio de la población -en un territorio habitado a principios del siglo XX por una abrumadora mayoría árabe- a partir de la estrategia sionista de compra de tierras para la colonización y del impulso de la migración masiva desde Europa oriental. 

El Yishuv se conformó como una sociedad colonial segregada de su entorno árabe: empleaba su propia mano de obra, consumía sus propios productos y adquiría sus tierras vacías de habitantes, lo que implicaba que en el proceso de compra eran desalojados los campesinos que vivían en ellas y las venían trabajando durante generaciones. En esas condiciones fueron creciendo los enfrentamientos intercomunitarios entre el Yishuv y los árabes palestinos que, además de ser desplazados de sus tierras, temían quedar en minoría en lo que consideraban su propio país.

La segunda posguerra

La Segunda Guerra Mundial (1939-1945) fue un punto de inflexión muy importante para la historia global y para Palestina. 

Por un lado, el Holocausto provocó la muerte de 6 millones de judíos a manos del nazismo: el exterminio de un tercio de la población mundial de dicha colectividad. Además, al finalizar la guerra alrededor de 250 mil judíos europeos quedaron sin hogar, viviendo en campos de refugiados por todo el continente -y Estados Unidos mantenía todavía límites a la inmigración que cerraban las puertas a esa salida-. En ese contexto las ideas sionistas ganaron mucha adhesión dentro de la comunidad judía internacional e inclusive acrecentaron la simpatía de la opinión pública en general: la creación de un Estado judío era vista como la posibilidad darle un hogar a los refugiados y una garantía para que no vuelvan a ocurrir nuevas masacres antisemitas.  

Por otro lado, el orden global se vio fuertemente trastocado en la posguerra. Estados Unidos emergió como la gran potencia hegemónica, con capacidad de influenciar las decisiones de muchos países. En su interior contaba con una población judía de 5 millones de personas: aunque minoritaria, podía ser clave en los procesos electorales estadounidenses, por lo que su opinión comenzó a tener impacto en los posicionamientos del presidente Harry Truman respecto a Medio Oriente.

Por último, el Reino Unido salió fuertemente golpeado y endeudado de la guerra, y comenzó a desarmar su extenso imperio colonial global. Esta situación debilitaba fuertemente su capacidad de concentrar tropas y esfuerzos en Palestina, una región cada vez más compleja por el crecimiento ininterrumpido de las tensiones entre judíos y árabes.

En ese contexto, el Yishuv lanzó una fuerte escalada de medidas contra la ocupación británica, incluyendo una campaña de apoyo a la inmigración judía ilegal y una serie de atentados a símbolos de la administración colonial. La situación se volvió insostenible para Londres, que decidió finalmente su retirada de la región. Para ello entregó el futuro de Palestina a manos de la naciente Organización de las Naciones Unidas (ONU), que debía decidir cómo resolver el conflicto histórico.

El plan de partición

Tras largos meses de deliberaciones internacionales, en noviembre de 1947 una Asamblea General de la ONU aprobó por voto mayoritario la emblemática resolución 181, que estableció el fin del Mandato Británico de Palestina y la partición de su territorio en dos nuevos Estados independientes. Uno de ellos sería el Estado judío tan anhelado por el movimiento sionista: tendría asignado un 54% de la superficie total del Mandato, dentro de cuyas fronteras se encontraban habitando entonces aproximadamente 500 mil judíos y 400 mil árabes. El otro Estado tendría asignado alrededor un 44% de la superficie del Mandato, dentro de la cual habitaban alrededor 725.000 árabes y 10 mil judíos. Por último, la disputada zona de Jerusalén permanecería bajo administración internacional para garantizar el libre acceso a la misma de todas las comunidades religiosas y étnico-nacionales.

La comunidad árabe palestina y los países árabes e islámicos del mundo rechazaron de manera tajante el plan de partición. Desde su punto de vista, la ocupación británica de Palestina (1917-1948) había sido ilegítima, y por lo tanto toda la inmigración judía realizada a lo largo de esas tres décadas gracias al apoyo de la administración colonial -que había llevado a que el Yishuv pasara de ser un 7% de la población del territorio a más de un 30%- carecía también de legitimidad. Se consideraba que Palestina había sido durante siglos una región demográficamente árabe y que por lo tanto el establecimiento de un Estado judío por parte de un colectivo colonizador era un acto de violencia y despojo hacia la población nativa, hacia los proyectos nacionalistas árabes y hacia todo el Islam. Desde ese punto de vista, la ONU carecía de cualquier tipo de autoridad para determinar el futuro de Palestina, que ya poseía un dueño legítimo al que las potencias extranjeras le estaban negando sus derechos nacionales y religiosos históricos.

La aprobación por parte de la ONU del plan de partición no significaba, sin embargo, su aplicación inmediata. El Reino Unido demoró todavía varios meses en finalizar su retirada, que se concretaría en mayo de 1948. En ese periodo transicional estalló rápidamente una guerra civil abierta entre la comunidad judía y árabe del Mandato, donde el futuro del país comenzaría a dirimirse en el terreno de las armas.

La guerra y la expulsión masiva de los árabes palestinos

El Yishuv enfrentó esa guerra con un alto grado de organización y cohesión interna. Logró movilizar rápidamente alrededor 100 mil combatientes, estructuró sus fuerzas como un ejército profesional y, desde comienzos de 1948, comenzó a recibir grandes cantidades de armamento de Checoslovaquia (país alineado a la Unión Soviética), sorteando el embargo impuesto a ambos bandos por las grandes potencias. Esto le permitió al ejército sionista sobrevivir a los embates árabes iniciales (mucho menos organizados y con mayores divisiones internas) y pasar a la ofensiva en abril, en lo que se conoció como el Plan Dalet.

Desde entonces las fuerzas del Yishuv tomaron el control militar de un amplio territorio, lo que incluía gran cantidad de aldeas rurales y centros urbanos habitados por árabes palestinos. Cabe recordar que estos constituían casi la mitad de la población en la zona asignada para la ONU para la fundación del Estado judío y dos terceras partes de la población total del Mandato. Esta composición demográfica era considerada por el conjunto de la dirigencia sionista como un importante problema político, social y militar: la concreción de su proyecto -por lo menos en los términos planteados por el sionismo desde el siglo XIX- requería una sólida mayoría demográfica judía. Por esta razón, habían comenzado a evaluar (ya desde años atrás) la posibilidad de una transferencia de los árabes fuera de las fronteras del Estado que deseaban conformar. 

Palestinos expulsados de la ciudad de Haifa tras la ocupación de las fuerzas israelíes, 1948

La realización práctica de esta tarea, sin embargo, planteaba importantes problemas políticos y morales, por lo que ese debate no había llegado a saldarse en tiempo de paz. Pero la situación generada por la guerra civil terminó imponiendo por la vía de los hechos la alternativa de la expulsión en masa. El punto de inflexión en ese sentido fue la tristemente célebre masacre de Deir Yassin: más de 100 civiles árabes, desarmados y sin participación alguna en la guerra, fueron acribillados por soldados del Irgún -organización sionista de ultraderecha, minoritaria pero con una amplia capacidad de acción-. Aunque la masacre fue repudiada por la dirigencia política y militar del Yishuv, esta generó un efecto de pánico en la población árabe, acrecentado por cada nuevo avance de las fuerzas militares sionistas, que dejaban correr y, en muchos casos, estimulaban el terror con sus propias acciones. 

Así comenzó el exilio forzado de cientos de miles de árabes palestinos, tanto en las zonas rurales como en las ciudades mixtas que las fuerzas del Yishuv pasaron a controlar.

La fundación de Israel y la Nakba

El 14 de mayo de 1948 se concretó finalmente la retirada británica de Palestina. Ese mismo día David Ben Gurion, principal líder político del Yishuv, anunció la fundación del Estado de Israel. 

Allí comenzó, sin embargo, la segunda fase del conflicto armado. La proclamación de Israel fue respondida de inmediato con una declaración de guerra de los Estados árabes circundantes. Lo que hasta el momento había sido un enfrentamiento entre comunidades internas del territorio palestino se convirtió en una guerra internacional que duraría hasta la firma de un armisticio en marzo de 1949, y se saldaría con un rotundo triunfo militar israelí. 

Al culminar el conflicto el naciente Estado de Israel no solo ocupaba las zonas que le habían sido asignadas por la ONU en el plan de partición, sino que se extendía mucho más allá de ellas: abarcaba el 78% del territorio del Mandato, es decir un 23% más que la superficie avalada inicialmente por la comunidad internacional. Por su parte, el resto del territorio del Mandato quedó en manos de otros Estados árabes: las zonas de Cisjordania y de Jerusalén Oriental fueron absorbidas por el reino de Transjordania (dando lugar al Estado de Jordania), mientras que la Franja de Gaza fue ocupada por Egipto.

“Acceso prohibido, violar bajo su propio riesgo”, señala un cartel en hebreo sobre la valla que rodea una aldea palestina desalojada en 1948 en las afueras de Beisan, al norte del territorio | Foto: Ahmad Al-Bazz

En el transcurso de todo el proceso de guerra civil e internacional más de 700 mil árabes palestinos (el 80% de la población árabe del territorio que se convirtió en Israel) debieron abandonar sus tierras, instalándose en campos de refugiados en Gaza, Cisjordania o en los Estados árabes. Solo el 20% restante pudo permanecer en Israel y obtener la ciudadanía, lo que hoy se conoce como “árabes israelíes”. Por el contrario, quienes abandonaron sus hogares en 1948 no pudieron regresar nunca a ellos: las leyes migratorias de Israel le otorgan derecho al retorno y a la ciudadanía a los judíos de cualquier lugar del mundo, pero omiten ese derecho a los árabes que nacieron dentro de sus fronteras antes de la fundación del Estado.

Más aún, Israel reorganizó el espacio vaciado de árabes palestinos partiendo de la premisa de su no retorno. Fueron demolidas más de 400 aldeas y barrios urbanos que habían sido habitados por ellos. Fueron promulgadas las leyes de Ausencia, mediante las cuales las propiedades de los refugiados fueron masivamente expropiadas y puestas al servicio de los vencedores. Se estableció, ahora sí, una mayoría demográfica judía en el territorio de Israel: una nueva camada de inmigrantes -entre ellos cientos de miles de judíos que habían sido expulsados de los países árabes en los que vivíanvino a reemplazar a la población exiliada.

El pueblo palestino denomina Nakba (“Catástrofe”) a este proceso histórico de expulsión y desposesión, que mantiene consecuencias hasta la actualidad. Los descendientes de los refugiados del ‘48 totalizan hoy una población de casi 5 millones de personas en el mundo, y su situación sigue siendo uno de los principales puntos sin resolver del conflicto palestino-israelí. El conflicto en la Franja de Gaza también tuvo allí su origen histórico: durante la nakba afluyeron a ella alrededor de 200 mil refugiados (una mayoría de ellos campesinos expulsados de sus tierras), triplicando su población. Al día de hoy, un millón y medio de habitantes de Gaza (el 70% de su población) siguen siendo considerados refugiados por descender de los exiliados de la guerra de 1948. Ningún episodio del conflicto, por lo tanto, puede comprenderse si no se parte del proceso histórico que lo originó.

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