En las últimas semanas se viene desarrollando en los EE.UU. un importante movimiento de protesta estudiantil contra la masacre (considerada a esta altura como genocidio) llevada a cabo por Israel en la franja de Gaza. Ataque que provocó ya más de 35 mil muertes palestinas, desplazó a dos millones de sus habitantes y dejó sumergidos en el hambre a 1,6 millones, generando una catástrofe humanitaria de proporciones difíciles de imaginar.
El movimiento se encuentra extendido ya a más de 80 campus universitarios a lo largo y ancho del país, e involucra a varios miles de estudiantes, contando también con la adhesión de docentes y trabajadores de las casas de estudio. Se basa centralmente en acampes realizados en las instalaciones universitarias, y llegó a incluir también la ocupación de edificios académicos (especialmente en la importante universidad de Columbia en Nueva York).
En los últimos días las protestas alcanzaron una fuerte presencia mediática, especialmente debido a la fuerte represión que empezaron a sufrir. En Columbia la policía ingresó a desalojar estudiantes y detener a cientos, permaneciendo la universidad militarizada para impedir que regresen. En Los Ángeles el acampe fue atacado violentamente por una patota pro-Israel, dejando a 25 personas hospitalizadas y alrededor de 100 heridas. En todo EE.UU. se contabiliza que alrededor de 1300 estudiantes fueron arrestados por su participación en las manifestaciones, y se los amenaza también con medidas disciplinarias en las propias facultades. El propio presidente Joe Biden realizó declaraciones condenando las protestas y ratificando el apoyo que Washington brinda al Estado de Israel.
La principal demanda de los manifestantes es que las universidades norteamericanas corten todo lazo de inversión con dicho país y con sus instituciones académicas, y que sostengan públicamente la exigencia de un cese de fuego y del fin del genocidio. De esa forma es también indirectamente una forma de presión hacia el propio gobierno estadounidense.
El movimiento tiene un carácter estratégico precisamente por ser EE.UU. la primera potencia mundial y el principal sostén de Israel y su militarismo: por el aporte sistemático de financiamiento y armamento; por el rol jugado en la ONU (donde veta regularmente en el Consejo de Seguridad las mociones que defiendan los derechos palestinos, como ocurrió la última semana con la solicitud de reconocimiento de Palestina como miembro pleno de las Naciones Unidas); por la presencia de portaaviones y fuerzas norteamericanas en la zona proveyendole cobertura; y por todo tipo de lazos políticos, diplomáticos, económicos y militares. La política interna israelí siempre toma como variable de gran importancia el grado de apoyo que pueda obtener de la Casa Blanca para cada una de sus acciones.
La extensión y radicalidad del movimiento estudiantil recuerdan a otras épocas históricas, especialmente la emblemática lucha de las décadas de 1960 y 1970 contra la guerra de Vietnam, que también había tenido su epicentro en algunas de esas mismas universidades. Las actuales protestas toman explícitamente como referencia a ese proceso, enmarcándose en una tradición de lucha contra el imperialismo de su propio país y de solidaridad internacionalista. Los propios organizadores citan como ejemplo la campaña del movimiento estudiantil contra el apartheid en Sudáfrica en la década del ‘80.
Más recientemente, la juventud norteamericana tuvo también importante participación en el rechazo a las guerras de Afganistán y de Irak. En el terreno local, los jóvenes norteamericanos protagonizaron también en 2010 el movimiento anti-capitalista Occupy Wall Street, son parte fundamental de un proceso de resurgimiento de la organización sindical (con uno de sus grandes epicentros en la cadena Starbucks) y vienen siendo el principal sostén de las candidaturas progresistas y socialistas como la de Bernie Sanders.
La acusación de antisemitismo
Desde el comienzo de las protestas los distintos actores políticos y mediáticos pro-Israel vienen lanzando la acusación de que estas protestas serían “antisemitas”. Dicha opinión es reproducida también por sectores que no defienden las políticas guerreristas de Israel pero que comparten parte de la misma matriz conceptual.
Para responder a esta cuestión es necesario partir del encuadre ideológico de los organizadores de las protestas. Los mismos consideran a Israel un Estado colonizador y al pueblo palestino como indígena. Por lo tanto sostienen que el sionismo (sin distinciones) es una ideología que justifica la colonización y las políticas de limpieza étnica y genocidio que se desprenderían inevitablemente de ellas. Por estas razones, en varios comunicados los organizadores de las protestas se definen como anti-sionistas y reivindican la resistencia palestina como una lucha anti-colonial.
Desde la derecha pro-Israel e inclusive desde algunos sectores de centro o progresistas de la colectividad judía muchas veces se considera que anti-sionismo sería lo mismo que antisemitismo, e inclusive se llega a afirmar que el antisionismo sería “la forma moderna” del antisemitismo.
Más allá de la opinión que se tenga sobre el proceso histórico por el cual se conformó el Estado de Israel, sobre su legitimidad, sobre el sionismo como ideología y sobre cuál es la mejor forma de solucionar el conflicto, de ninguna forma se pueden confundir ambos conceptos. El antisemitismo es el odio y discrminación a los judíos simplemente por el hecho de serlo, y es por lo tanto una forma de racismo. El anti-sionismo es el rechazo a la legitimidad de un Estado, y es por lo tanto una posición política. El antisemitismo llevó al exterminio de 6 millones de judíos en el Holocausto, y por lo tanto no debe ser banalizado. El antisionismo es simplemente una forma de leer la historia de Medio Oriente, con la que se puede estar de acuerdo o en desacuerdo, pero de la que no se desprende automáticamente ninguna forma de racismo.
En el propio movimiento de los campus norteamericanos están participando diferentes agrupaciones e individuos de la colectividad judía, y están siendo también siendo víctimas de la represión del Estado. Los organizadores del movimiento se desmarcaron también de discursos más exacerbados, que responsabilizaban individualmente por las acciones de Israel a las personas que se identifican como sionistas.
Pero lo más importante del asunto es que, independientemente de lo que cada uno pueda opinar sobre los organizadores de las protestas y su enfoque político-ideológico, se trata de la principal acción internacional para frenar la masacre que está ocurriendo en Gaza. Es una cuestión esencial de Derechos Humanos que excede cualquier lectura particular del conflicto. Por lo tanto es una acción que los progresistas del mundo deben defender de manera incondicional, rodeando de apoyo y tomando su ejemplo para aumentar la presión en todos lados.