El mundo Sep 14, 2023

Crónica del 11 de septiembre, 50 años después

Se cumplieron 50 años del golpe de Estado en Chile encabezado por Pinochet, que marcó el fin del proyecto de la Unidad Popular de Allende y el comienzo de un laboratorio neoliberal implementado a fuerza de terrorismo de Estado. Esta crónica escrita desde la capital chilena recorre los días de conmemoración y registra impresiones de luchas por el pasado que se entretejen con los dilemas del presente.

Yo pisaré las calles nuevamente… Así, con esa música resonando en mi cabeza, empieza el viaje. No es que haya pisado antes las calles de Santiago. No es necesario haberlas pisado para que Chile, el de la Unidad Popular y el de la dictadura que vino a acabar con su proyecto, sean parte de mi memoria política y personal.

Chile me llega desde el otro lado de la Cordillera como un repertorio disperso y fragmentario pero ineludible de sonidos y de imágenes, que componen de manera crucial la historia reciente de América Latina. Sonidos que reverberan, como el “metal tranquilo” de la voz de Allende en su último discurso dirigido al pueblo chileno, su testamento político, emitido por Radio Magallanes el 11 de septiembre de 1973. Imágenes que resisten al paso del tiempo, como la del Palacio de La Moneda en llamas, dañada por los ataques terrestres y aéreos con los que, en horas de la mañana de aquel día, las Fuerzas Armadas al mando de Augusto Pinochet consagraron el golpe. 

Cuando, en los días previos al 50º aniversario, cruzo por fin la Cordillera y piso la Plaza de la Constitución, noto que me cuesta reconocer la célebre casa de gobierno entre las construcciones que la rodean. En la imagen registrada en mi memoria, permaneció menos la arquitectura del edificio que las grandes nubes de humo y las llamaradas que marcaron su tentativa de destrucción; el ataque golpista a una institucionalidad que había hecho historia al intentar construir el socialismo con los medios que ofrecía la democracia burguesa.

Mi viaje a Chile se hace de imágenes que se re-conocen en el cotejo de la memoria colectiva con la experiencia. Se confirman o se corrigen, se vuelven más nítidas, pero nunca definitivas. La memoria, aunque algunos la pretendan “completa”, es una construcción abierta y dinámica: tiene la parcialidad de lo subjetivo -y de lo político-, y aunque hable del pasado se hace siempre desde el presente. 

La conmemoración del 50° aniversario moviliza intensamente los trabajos de memoria en diversos sectores de la política, la cultura y la sociedad chilena en general. Contra la suposición habitual, que opone memoria y olvido, y asocia la memoria al repudio de la dictadura y de las violaciones a los derechos humanos cometidas en ese contexto, existen, en rigor, memorias múltiples y contrapuestas sobre los acontecimientos de 1973. 

El sábado 9, se desarrolla frente a La Moneda una concentración de sectores de ultraderecha que reivindican a Pinochet. Es una movilización poco concurrida, pero en absoluto ajena a las disputas históricas del escenario político chileno y a sus configuraciones en la coyuntura actual. La apología de la dictadura se apoya en la impunidad que marcó toda la postdictadura en Chile -“Nuestro general Pinochet”, le oigo decir a un orador, con tono reivindicativo, y me alejo, estremecida por el fascismo explícito-. Pero también surge en el marco de una avanzada de la derecha y la ultraderecha que recrudeció después del revés del proceso constituyente de 2022, que venía a refundar la democracia chilena, y a dejar atrás la constitución pinochetista de 1980. 

Después del triunfo del “Rechazo” en el plebiscito constitucional, la oposición al gobierno de Gabriel Boric intentó desfinanciar a las instituciones de memoria y DD.HH. en la votación del presupuesto en el Congreso. En mayo de este año, el ultraderechista Partido Republicano, liderado por José Antonio Kast, se erigió ganador en las elecciones de consejeros constitucionales. Pocos días después de la elección, otro dirigente del partido, Luis Silva, declaró en una entrevista televisiva su “admiración” por el dictador Pinochet, lo calificó como un “estadista” y afirmó que “debe hacerse una lectura un poco más ponderada de su gobierno”. 

Si las memorias son siempre territorios de conflicto, se trata de conflictos particularmente convulsionados en el presente de Chile y de América Latina. El espacio público, material y simbólico, se encuentra atravesado por esas tensiones. La geografía urbana contiene en sus sedimentos más o menos visibles las marcas del terrorismo de Estado y de sus persistencias, pero también de las resistencias colectivas, ejercidas bajo la inspiración del proyecto inconcluso de la Unidad Popular y del rechazo al modelo neoliberal impuesto por la dictadura que expresó el estallido social de 2019. 

El domingo 10 por la mañana, tiene lugar la marcha que todos los años las agrupaciones de derechos humanos, los partidos políticos de izquierda y las organizaciones sociales realizan de La Moneda al Cementerio General, para exigir verdad y justicia por los crímenes de la dictadura. Este año, el mismo presidente Boric se pliega al recorrido. 

El operativo de seguridad desplegado a propósito de la marcha es muy grande. Los alrededores de La Moneda están cercados por vallas custodiadas por “pacos”, que restringen el acceso a los puntos de concentración. Me cuesta llegar al cruce de la Alameda y Lord Cochrane, donde se reúnen las organizaciones con las que voy a marchar. Cuando consigo pasar, me encuentro con Pablo Salas y le pido una foto. Documento al documentalista, uno de los más importantes de la historia reciente de Chile, gracias a cuyo trabajo contamos con imágenes de las protestas contra la dictadura y de las iniciativas del movimiento de derechos humanos a partir de los primeros años 80.

Conocí a Pablo a través de otro gran documentalista chileno, Patricio Guzmán. En su trilogía más reciente, que incluye Nostalgia de la luz (2010), El botón de Nácar (2015) y La cordillera de los sueños (2019), Guzmán concibe Chile como un gran territorio atravesado por memorias superpuestas. El genocidio de la dictadura se anuda al genocidio de los pueblos indígenas perpetrado hasta los comienzos del siglo XX. El espacio natural revela, bajo su indiscutible belleza, el horror de la muerte que trajo la dictadura: los secretos todavía guardados de los desaparecidos que fueron arrojados al mar, dispersados por el desierto de Atacama o fusilados en la Cordillera.

La romería al Cementerio General termina con represión. Suele ocurrir así en las ediciones anuales de la movilización. Lo significativo es que la respuesta represiva persista incluso en un gobierno progresista como el de Boric, y en un contexto tan especial como el del 50º aniversario. Hay quienes, complacientes, justifican la represión por el rol de los “encapuchados”, grupos de jóvenes que participan de las movilizaciones practicando formas de enfrentamiento directo con los “pacos” (enfrentamiento de por sí desigual, pues no cuentan con sus armas). Hay quienes afirman que estos grupos le “hacen el juego a la derecha”, o que “están infiltrados por la derecha”, o incluso que, por el modo conflictivo en que se relacionan con los partidos de izquierda, “son de derecha”.

Por la noche del domingo 10, tiene lugar otro evento masivo: miles de mujeres se congregan en la Alameda para realizar una vigilia con la consigna “La democracia bombardeada Nunca +”. Llevan velas y van vestidas de negro. Se inspiran, probablemente, en mujeres que, mucho antes, llevaron adelante actos de resistencia contra la dictadura. El 8 de marzo de 1979, mujeres de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos que habían perdido a sus padres, hermanos o compañeros inauguraron la “cueca sola” como modalidad de protesta: bailaban la cueca sin parejas, con polleras y zapatos negros, blusas y pañuelos blancos, y carteles de los detenidos desaparecidos en el pecho. En 1983, para el 10º aniversario del golpe, las mujeres de Arica, en el norte chileno, se nuclearon en la Catedral de San Marcos, completamente vestidas de negro. Las “Mujeres de luto”, como pasaron a llamarse entonces, se ubicaron de manera silenciosa en las gradas de la catedral para protestar por los crímenes del régimen.

Las cifras de detenidos desaparecidos en Chile son mayoritariamente masculinas: según las estimaciones existentes, el 94% de las víctimas son varones, y el 6% son mujeres. Sin embargo, como también ha ocurrido en la Argentina, con las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, son las mujeres las que han protagonizado la resistencia.

Termina la vigilia y se acerca la medianoche. La cuenta regresiva del 11S se acelera. ¿En qué exacto instante de peligro se conmemora un golpe de Estado? ¿Cuál de las indicaciones horarias que se consignan en las crónicas del 11 de septiembre de 1973 define el momento en que el golpe ocurrió: las 8:30, hora en que se transmite la primera proclama militar; las 10:15, cuando Allende emite su mensaje radial; las 10:30, cuando se inician los ataques terrestres a la casa de gobierno?

El acto oficial elige las 11:52, hora en que se inicia el bombardeo a La Moneda. A esa hora exacta, se propone realizar un minuto de silencio en homenaje a las víctimas de la dictadura. No estoy allí, no es posible acceder libremente a la Plaza de la Constitución, donde se desarrolla el acto. Lo veo por TV, en un bar, donde los ruidos de la cotidianeidad se entrecruzan con los sonidos del discurso político televisado y entran en cortocircuito con ellos. Pienso que no toda la sociedad chilena está haciendo ese minuto de silencio. Sin embargo, para quienes lo sentimos como propio, es sin dudas un silencio muy emotivo.

Estela de Carlotto abre el acto. Le sigue Isabel Allende Bussi, hija de Salvador y senadora por el Partido Socialista. Cierra el presidente Boric. Hace unas semanas, el mandatario anunció el lanzamiento de un plan nacional de búsqueda de desaparecidos, orientado a esclarecer las circunstancias de desaparición forzada o muerte de víctimas de la dictadura. En su discurso en el acto, insistió en el llamamiento al compromiso democrático: “La democracia no está garantizada y […] tenemos que trabajar transversalmente todos los días para cuidarla”. A la vez, deslizó un mea culpa frente a las limitaciones que su propio gobierno ha demostrado para canalizar las demandas populares surgidas del estallido de 2019: “Los cambios estructurales a los que aspiramos deben ser respaldados por amplias mayorías y es nuestro deber hacer parte a esas amplias mayorías y no culparlas ante nuestros propios fracasos”.

A la tarde del 11, el Estadio Nacional Julio Martínez Prádanos abre sus puertas para recibir a visitantes en el sitio de memoria que se emplaza allí. Desde el golpe y hasta 1974, el Estadio funcionó como un masivo centro de detención, tortura y exterminio. Se calcula que unas 40 mil personas pasaron por ahí. Si bien el recinto se sigue utilizando para eventos deportivos y musicales, un sector de las escotillas y las gradas se preserva tal como se encontraba en 1973. “Un pueblo sin memoria es un pueblo sin futuro”, se puede leer entre los asientos de madera, un poco deteriorados por el paso del tiempo.

Oscilo, en mi visita al Estadio, entre la congoja y el regocijo. Me pasó así a lo largo de todo este viaje. Por momentos, me desarmo. Siento en mí los efectos destructivos que el terrorismo de Estado opera sobre las subjetividades. No hace falta ser “víctima directa” para sentirlos, porque precisamente allí, en la destrucción de los lazos sociales y políticos mediante la diseminación del terror, en el repliegue hacia lo individual que es consecuencia de esa destrucción -y que exige el neoliberalismo como modelo económico-, se encontraron los objetivos de los genocidios perpetrados en el Cono Sur, en el marco del “Plan Cóndor”.

En otros momentos, sin embargo, me encuentro con la potencia de la resistencia colectiva. Con la alegría del encuentro callejero, de la movilización popular. Con el colorido de las expresiones artísticas que enfrentaron la dictadura. Con la dignidad y la valentía de personas que persistieron en la lucha por verdad y justicia, y por una democracia sustantiva para el pueblo chileno. Me encuentro con música y baile donde antes hubo terror. Con nuevas generaciones reinventando a su manera los repertorios de la memoria y de la protesta colectiva. Todo eso me llena de fuerza. La necesito para sobreponerme a la angustia que me asalta a veces, pero sobre todo para afrontar las luchas que me esperan en mi país cuando vuelva a atravesar la Cordillera.

La jornada se cierra con un recital frente al Estadio. Se hace todos los años, pero en esta oportunidad, la del 50º aniversario, es particularmente masivo. Están presentes las bandas de siempre, las que cantan esas canciones que sabemos todos: Inti Illimani, Quilapayún, Illapu, que formaron parte del movimiento de la “Nueva canción chilena” en los años 60 y 70. También hay músicos jóvenes, a los que no he escuchado antes, pero que gusta conocer: Villa Cariño, Pascuala Ilabaca, Francisco Villa. Como oradora, interviene Alicia Lira, presidenta de la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos, que reivindica la movilización callejera, frente a las restricciones a la circulación por el espacio público que se vivieron a lo largo de las conmemoraciones: “El pueblo tiene que estar en la calle. Aquí estamos, los desobedientes”.

Elizabeth Jelin señala que la consigna “Nunca más”, crucial tanto en la posdictadura chilena como en la argentina, sintetiza un mensaje de rechazo a la violencia estatal que, en su llamado a no repetir esa historia, articula el pasado con el presente y el futuro. En Chile, el pasado de la dictadura se va a volver a jugar hacia el futuro en los próximos pasos del proceso constituyente, que culminará en un nuevo plebiscito el 17 de diciembre. En un contexto de avanzada reaccionaria -que trasciende las fronteras chilenas- y de limitaciones propias de la coalición de gobierno, los dilemas frente a ese proceso son múltiples. 

Me toca ahora irme de Chile. Mientras me alejo de Santiago hacia el aeropuerto, resuena en mi cabeza otra canción que es, también, una promesa de futuro, para Chile y para toda América Latina: “De pie, luchar, que vamos a triunfar… Será mejor la vida que vendrá… El pueblo unido jamás será vencido…”. 

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